Texto a cuento del debate que hace pocos días
tuvimos Antonio Diez y quien suscribe con periodistas, lectores y oyentes de LU 24 Radio Tres Arroyos a propósito de los miserables grifos
letrinezcos y lanatezcos que se abrieron en sus redes sociales cuando la visita
de Roberto Baradel a Claromecó.
Un verdadero linchamiento público basado en la estigmatización, cierta superioridad moral y estética, y el prejuicio. El vademécum fascista. Tal vez esos periodistas deberían detenerse en su lectura en lugar de sobrepasar los límites del irrespeto ante la crítica de quienes también somos lectores de dicho espacio..
Un verdadero linchamiento público basado en la estigmatización, cierta superioridad moral y estética, y el prejuicio. El vademécum fascista. Tal vez esos periodistas deberían detenerse en su lectura en lugar de sobrepasar los límites del irrespeto ante la crítica de quienes también somos lectores de dicho espacio..
El Mercado de la injuria
Por Horacio González para La
Tecl@ Eñe
La versión electrónica de los
grandes diarios hace tiempo ha elegido abrir una sección de comentarios, por lo
general anónimos, que se caracterizan por insultos y deshonras de un tenor
antes desconocido, aun en las tradiciones más ostensibles de la prensa amarilla
y panfletaria. Este nuevo idioma del sumidero de los diarios más tradicionales
-periódicos de circulación nacional-, llama la atención por la virulencia
injuriante con que se expresan y por la que son festejados esos comentarios,
repletos de calificada vileza.
Se
sitúan debajo de artículos que aunque muy duros en el estilo con que
tratan su materia, guardan ciertas formas civiles y muchas veces irónicamente
refinadas, integrando sin embargo una curiosa unidad de significado con lo que
viene luego: los ultrajes y procacidades antes reservados a fórmulas privadas
del trato, mediando siempre una aquiescencia pactada. Pero lo que
implícitamente es aceptado en un cenáculo particular o circunspecto, para el
goce íntimo de la insidia reservada, cobra aquí un carácter definitorio en
cuanto al uso de la lengua colectiva. Fenómeno de la industria de mercancías
informacionales globalizadas, estos envíos pseudo-participativos significan
oscuros desahogos y un goce en la impudicia del trato. La procacidad múltiple y
desenfadada en la lengua es un hecho que ni es simple ni puede ser reglado por
nadie Pero debe ser observado en cambio en debates críticos que pongan la
dimensión lingüística como parte de la reconstrucción del significado de la
política.
Es cierto
que estas intervenciones originariamente estaban concebidas como verdaderos
foros o blogs, y se apuntaba a la creación de un ágora que no está ausente de
muchas manifestaciones de la red llamada “social”, ni tampoco dejan de existir
algunas opiniones fundadas en esos mismos ámbitos que promueven los grandes
matutinos. Pero allí es imposible sostener una discusión por el nivel cloacal
que es lo que les da vida y sigiloso atractivo a estos flechazos descarnados,
frente a los que no es raro ver a la Real Academia en actitud de festejo, en
brazos de una demagogia que parece llevarlos a pensar que allí hay nuevas
floraciones idiomáticas a las que apenas hay que facilitarles una gramática más
accesible.
Es que
estas “opiniones” son de algún modo termómetros de las pulsiones secretas de
una gran ciudad, además de contener numerosas “operaciones políticas” al
servicio de tal o cual interés inmediato. Si por un lado son indicadores que un
periódico tiene en cuenta una vez que decide tocar esa cuerda oscura del
espíritu colectivo, por otro lado revelan el irresponsable proyecto de hacer de
estas pseudo-opiniones un acto de la democracia argumentativa. En verdad, son
actos destructivos de los vínculos de lenguaje, que anudan lazos sin los cuales
no hay subjetividad libre ni discusión pública aceptable.
No nos
asustamos de las palabras viscosas, ni creemos que haya que ensayar un
moralismo de mate lavado contra un hecho de gran significación en los procesos
de zarandear al límite los lenguajes públicos. Pero se abre una polémica que
por el momento no prospera porque el mercado de la injuria –presentado como
trama discursiva de la genuina opinión pública- es una vasta transacción
producida por el negocio del capitalismo libidinal de la información. A las
empresas comerciales de noticias les importa más esas comezones y necias
diatribas que sus aúlicos editorialistas de turno. Estos están en el cielo y
sus opinadores anónimos en el infierno. Lógicamente, unos están en función de
los otros.
Pero
desde el Dante hasta la actualidad, el Infierno es más atractivo que el
“cielo”. Solo que hay un equívoco. En vez del gran poeta italiano, con la
cadencia exquisita del idioma y la suma de preciosas alegorías, tenemos a
nuestro servicio las más turbias escatologías que corroen el alma de un país.
Propongo pues un ejercicio. Comentaré un diario de la época de Rosas, La
Moda de Juan
Bautista Alberdi, para ver como hubiera funcionado en aquel tiempo, prolífico
en acciones virulentas e insultos públicos, este método de pudrición idiomática
que se instaló entre nosotros. Conste que es mejor esta oscura violencia verbal
que la violencia física y las guerras que abundan en el mundo. Pero si bien la
primera parece “literaria”, “fruto de una pasión escritural”, introduce un tono
abismal en la conversación colectiva que consigue pulverizarla. Y entonces sí,
puede alojarse en ella otro tipo de arrebato donde la excitación prefigura el
acto físico de agresión.
Veamos entonces que hubiera
pasado si tales despropósitos hubieran ocurrido hace más de un siglo y medio,
cuando la prensa de por sí era batalladora y panfletaria. Aceptemos, a modo de
ucronía, este ejemplo. Previamente, una breve reseña sobre “La Moda”.
La Moda de
Alberdi hace la primera encuesta social en relación con los lectores de un
periódico. Se entiende más, así, su separación un tanto incomprensible de los
dominios ya fijados del romanticismo. Alberdi escribe con el pseudónimo de
Figarillo, y comentaremos especialmente un artículo suyo sobre la relación
entre periodismo y lectura popular, tituladoUn
papel popular. En este artículo encontramos un anticipo de un
tema que recorre la historia del mundo moderno: ¿qué lee el hombre social en
sus diferentes estratos y formas de vida? ¿qué lee el pueblo? Éste debe ser
también el primer autoexamen del periodismo en la historia nacional, si no
consideramos los escritos de Mariano Moreno llamando a que un órgano
gubernamental, la Gazeta, cumpla con la tarea de hacer transparentes las
decisiones oficiales.
Para
Figarillo, “es necesario escribir para el pueblo”. Pero antes “es necesario
explorar ese campo”. He aquí como describe lo que hoy llamamos encuesta: “¿Qué
mejor medio para ensayar el pueblo que el que se observa con el vino? No es
decir esto que sea bueno venderlo ni tragarlo, sino probarlo. Para esto
separaré un poco de pueblo, haré un pueblo en miniatura y lo interrogaré sobre
cómo quiere que se le escriba”.
No
conocemos mejor definición, algo irónica es cierto, de lo que muchas décadas
después, se conoció como “técnicas de muestreo social”. Esto ocurre en 1837.
Comparecen en esta composición una mujer, un pulpero, un comerciante, un
artesano, un anciano letrado y un zapatero, representantes de “las clases de la
sociedad”. Las respuestas son adversas a la circulación de los periódicos, cada
personaje dando razones específicas para tal razonamiento. Incluso el “anciano
letrado” no desentona. Quizás no sea este personaje enteramente ficcional como
los demás. Ha sido educado en las universidades de Chuquisaca y Córdoba y
responde rechazando la economía política, el derecho público, la ciencia
administrativa, la filosofía, la historia y la literatura, el cálculo, el
griego y el francés, para recomendar “un abismo de ciencia legislativa,
canónica y teológica”.
Este
personaje tiene, sí, un nombre supuesto, don Hermogeniano, quien remata
diciendo, en consonancia con los demás interrogados: “¡Hombre, que les ha dado
a ustedes por escribir papeles públicos! En mi tiempo los mozos no escribían;
bien que entonces no había papeles públicos, ellos han venido a la vanguardia
de nuestras desgracias públicas. Ninguna falta hacen al público los papeles
periódicos, como dijo Polignac, en todo tiempo han sido y de suyo no pueden
menos que serlo, un instrumento de sedición y desorden”.
¿Qué
conclusiones saca Alberdi de su encuesta burlona? Tropieza con la dura tarea de
definir, él, un ironista, al pueblo. Primero lanza el dolido sarcasmo: “Sí: el
pueblo es el oráculo sagrado del periodista, como del legislador y del
gobernante. Faro inmortal y divino, él es nuestra guía, nuestra antorcha,
nuestra musa, nuestro genio, nuestro criterio, él es todo y todo para él ha
sido destinado”. Pero luego se pone serio: no se trata de aquel tendero ni del
zapatero, ni de don Hermogeniano.
El
pueblo no es “el pueblo masa, el pueblo multitud, el pueblo griego ni romano,
sino el pueblo representativo, el pueblo moderno de la Europa, el pueblo
moderno de Europa y América, el pueblo escuchado en sus órganos inteligentes y
legítimos –la ciencia y la virtud”. ¿Y en cuanto a sus encuestados? Ellos
cuentan, sí, pero debe escribirse para ellos sin que necesariamente deba contar
su opinión, y menos las de los ineptos que critican a La
Moda –aquí
Alberdi se muestra dolido con los ataques que ha recibido de los federales
puros– que por envidia critican al periódico de Figarillo pero si llegaran a
escribir sus pobres líneas en él, serían los primeros “en trompetear que no hay
papel como La Moda”.
Abierto a los comentarios
Caletre 37: Calláte, Figarillo, roñoso,
homosexual, te queda poco tiempo, mierdita de salón. Metete tus minués en el
ortito, ¿sabés Alberdi cuanto tiempo te queda en esa redacción apestosa? Já já
já
Dr Pedrotelmo: Te vamos aponer un cohete en
el orificio, alberdito, montonerito de jacquet, tucumano conchudo, no te
recibiste en la universidad, no podés mostrar el título y mostrás tu traserito
enroñado, vago que dilapidaste recursos públicos, prohijado por un gobernador
burócrata. Si te cruzo por la calle del Cabildo te escupo esa cara de nenito
intelectualoide…já já já
Biscocho asado: Alberdi… rajá de nuestra
ciudad, provinciano lamebotas, andá turrito con tu filosofía a París, aprovechá
ahora que ya no tenés mucho tiempo. ¡Culorroto! ¿No se la mamaste a Echeverría?
¡Otro truhán! Vengan, que los consuelo… já, já, já.
Solitario de la Recova: Te espera el paredón
Alberdi, a vos y a tu amiguito Estebancito. Te bajaste los lienzos con el
tirano, y más de uno te corrió de atrás. ¿Te gustó no? te vamos a estrenar la
desembocadura, y si apretás el esfínter va a ser peor, mugriento de levita engrasada,
exilate puto.
Baqueano del Bajo:
Alberdi, cobarde, confesá que son un percherón aburrido, un cajetilla
invertido. La tenés adentro, autorcito del Fragmento al estudio del Derecho!
Qué derecho, si sos un torcido, y lo único derecho que conocés es cuando te la
sirven de retaguardia. Putito romanticoide, tomátelas a Montevideo.
Juan pueblo: ¿Recién ahora descubrís lo
que es el pueblo, mariquita? ¿Cómo te van a leer a vos, petimetre, mierdita
ensobrada? já já já, ¡Cómo estamos afinando el violín para cuando te toque,
soretito disminuido, caquita olvidada en la vereda! Já, Já, Já.
El moderador se frota las manos. Ha bochado una o dos
intervenciones pues les faltaba el vigor denigrante que es necesario. ¡Hay que
mantener el nivel, mierditas! ¡El nuevo periodismo precisa vida, pasión,
jugarse por ideas, hablar con verdades conmovedoras, destructivas, que aplasten
a quienquiera que asome la testuz! ¡He dicho!
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