El kirchnerismo, el
movimiento nacional y la esperanza
Por Carlos Raimundi
para La Tecl@Eñe
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El
campo popular atraviesa una saludable etapa de debate –interno y público- para
desentrañar los meandros de la feroz ofensiva neoliberal, actualizar sus rasgos
de identidad profunda, sus lazos con el proceso mundial y las posibles razones
por las cuales, luego de doce años de gobierno popular, el neoliberalismo se
presenta con tanta potencia.
Eso habla bien de nosotros, siempre y cuando el debate sea
sinceramente profundo, pero no se dilate demasiado en el tiempo, de modo de
estar bien preparados para reasumir la orientación del proceso político cuando
las circunstancias se presenten.
El otro requisito es que si bien debemos debatir sobre nuestras
asignaturas pendientes, el hecho de asumirlas no implique debilitar nuestra
acumulación social y política. La
interrogación no puede ser eterna.
Superar la perplejidad
La falta de límites, la escalada, la inescrupulosidad del macrismo
parecen causarnos cierta perplejidad. Salvando las enormes distancias, algo
similar sentíamos durante las horas previas y los primeros tramos posteriores
al golpe de estado de 1976. Desconcierto, impotencia frente a la irracionalidad
de aquellos días, la brutalidad inédita, la desaparición de nuestras Compañeras
y Compañeros. De allí la trascendencia histórica de la Carta Abierta de Rodolfo
Walsh, que en una deslumbrante combinación de excelencia y tragedia sistematizó
lo que sucedía describiendo las bases de un plan siniestro que entrelazaba el
terrorismo de Estado con un plan económico de miseria para las mayorías. Es
decir, para comprender los alcances de la etapa debimos ubicarnos en un plano
superior de análisis, que nos apartara momentáneamente del aturdimiento
cotidiano para ver la realidad desde una mayor perspectiva: el rol que los
grandes centros de poder mundial habían asignado a América Latina en aquel
momento de reconfiguración del capitalismo mundial, que se preparaba para su
estocada final contra el socialismo, una década después.
Muchos acontecimientos de hoy, como –en nombre de la República-anular
derechos, derogar leyes por decreto, perseguir a líderes políticos, inventar
causas judiciales, generar la mentira sistemática desde los medios, reprimir
bestialmente, no se entienden en toda su dimensión sólo desde la lógica
cotidiana. Es necesario elevar nuevamente nuestro plano de análisis, para
observar cómo podrían desequilibrar los gobiernos populares de América Latina
la presente disputa geopolítica que está dando a nivel mundial el capital
financiero globalizado contra los Estados y los Pueblos. Dado que la disputa de
hegemonía alcanza a todos los rincones de la vida social y política, no hay
espacio que la contra-ofensiva neoliberal resigne en su lucha por evitar el
resurgimiento de experiencias populares. Contra ese
fenómeno nos enfrentamos; eso explica la desmesura.
América Latina está viviendo hoy, como en aquel momento, una fase
de golpe de Estado, lisa y llanamente. Con menos crueldad física por el
momento, pero con consecuencias económicas y sociales estructurales de alcance
similar.
Debemos entender el fenómeno, para situarnos correctamente frente
a él. Entender que existe un amplio trayecto de nuestra historia durante el
cual se fue forjando en una notable porción de la sociedad argentina una
determinada subjetividad, adherente, o cuanto menos complaciente respecto de
los slogans del liberalismo, hoy neoliberalismo. La conjunción entre una clase
media fascinada por el estilo de vida de la oligarquía, una alianza de clase
entre oligarquía y poder militar y una tendencia actual a la fragmentación de
todos los colectivos sociales a nivel mundial, arrojan como resultado una
considerable adhesión a la experiencia macrista, excesiva si se la coteja con
los retrocesos en cuando a calidad de vida que sus propios votantes reconocen. Es
decir, debemos abordar esta etapa a partir de un diagnóstico y una tarea que no
sólo se ocupe de lo estrictamente programático, sino del litigio en el campo
simbólico. En ese plano que estructura no sólo la vida material, sino el
sistema de esquemas lógicos y éticos con que el votante del neoliberalismo
construye su interpretación de la realidad, pese a verse perjudicado por él
social y económicamente.
Y no debemos perder de vista que, por acción de algunos, pero por
la omisión de muchos otros, la Argentina no muy lejana atravesó etapas atroces
como cierta indiferencia ante el terrorismo de Estado, la aceptación de la
aventura de Malvinas, la ficción de que un peso valía lo mismo que un dólar, y,
no obstante todo eso, adhirió en un elevado porcentaje al neoliberalismo de
Menem y López Murphy en las elecciones de 2003. El macrismo es heredero
político de toda esa tradición, que se remonta a los albores de nuestra
historia y atraviesa golpes de estado, bombardeos y proscripciones.
Entonces, en lugar de la perplejidad de preguntarnos ¿por qué?,
sería más correcto admitir ¿por qué no? ¿Por qué no habría de suceder lo que
sucede? ¿Por qué no habrían de ser permeables esos mismos grupos sociales al
agobio de la mentira mediática, que supo actuar inteligentemente sobre esa
subjetividad? Preguntarnos ¿por qué? sugiere no entender la conducta del otro,
o situarla en el plano de lo irracional. Admitir ¿por qué no? nos abre, en
cambio, el camino para asumir que estamos ante una construcción racional, afrontar
la situación y poner manos a la obra sobre ella.
Derechos fundamentales
Salarios, derechos laborales, jubilaciones, políticas de
inclusión, servicios esenciales, empresas públicas, recursos estratégicos,
autonomía financiera, constituyen derechos humanos fundamentales. Por lo tanto,
deben convertirse en cuestiones de interés público, y con ello, de orden
público. Los intereses privados no pueden prevalecer por sobre ellas, y los
derechos subjetivos de carácter particular ceden frente al interés público.
Según esta concepción, el bien jurídico que se tutela es de una jerarquía claramente
superior. Ningún interés personal (de persona física o jurídica) de carácter
privado, ni un derecho adquirido por un particular que ponga en riesgo aquellos
derechos fundamentales, puede considerarse en un plano más alto que ellos.
Esto, debido a que dichos derechos fundamentales son considerados derechos
adquiridos ab-initio por la persona humana dada su condición de tal, de
ciudadano y ciudadana.
Entre quienes acaban de aprobar en el Senado la reforma
previsional están, desde luego, los que han representado a la oligarquía
históricamente. Pero también algunos de quienes fueron votados en nombre de los
intereses populares. Sería simplificar demasiado la cuestión atribuir el voto
de estos últimos solamente a una traición. Muchas mentes han sido ganadas por
una visión filosófica, inteligente y perseverantemente trabajada por la
comunicación neoliberal, según la cual el bienestar deviene más de una cuestión
fiscal en abstracto que del goce concreto del derecho. Su lógica argumentativa
es paradojal; nos tratan de persuadir de que se está mejor cuando se gana
menos, y cuando se ganaba más se estaba peor. Se ha llegado al extremo de que
quien dirige el organismo administrador de la seguridad social dijera que el
hecho de que las jubilaciones de la Argentina son las más altas de la región,
es algo negativo.
Esto, que parece tan simple de entender, responde a un trabajo
medular del neoliberalismo sobre nuestra subjetividad, no únicamente a una
actitud traidora. En todo caso, se puede calificar de traidor a quien toma la
medida o a quien vota la ley. Pero no al jubilado que lo sufre, y sin embargo
lo consiente. Nosotros, desde el campo popular, tenemos que trabajar muy lúcida
y tenazmente sobre ese territorio de la subjetividad. Inculcar que los derechos
no provienen de una concesión del Estado sino que van unidos a la persona
simplemente por su condición de tal. Que la misión estatal consiste sólo en
administrarlos. El gobernante no es quien concede la propiedad del derecho, se
limita a transferir recursos. Esto es lo profundamente democrático.
En definitiva, se trata de un cambio filosófico, que implica
revisar deformaciones históricas de la conciencia colectiva de una parte de la
sociedad, que, por vía de la cultura neoliberal, acepta como natural que los
derechos fundamentales no le pertenecen, sino que deben ser determinados por
quien ocupa un lugar transitorio en el aparato burocrático del Estado, en función
de un supuesto equilibrio de las cuentas fiscales.
Y aquí cabe una última aclaración para adelantarnos a quienes
quieran interpretar maliciosamente este análisis. No estamos propiciando el
desquicio de las cuentas fiscales. Estamos diciendo que las cuentas deben
cerrar a expensas de los derechos esenciales, y no los derechos mutilarse a
expensas de las cuentas. Además, es el propio macrismo quien perjudica las
cuentas fiscales al eliminar retenciones, aportes patronales e impuestos en
favor del sector empresario, y luego pretende subsanarlo bajando salarios y
jubilaciones. Aplica así, un criterio de transferencia inversa o regresiva de
recursos, lo que está reñido con todo concepto elemental de justicia. La
macroeconomía debe subordinarse al buen vivir de las personas, y no a la
inversa. Para que cierren las cuentas fiscales, son los intereses y privilegios
particulares de los más poderosos los que deben ceder ante los derechos
fundamentales de la persona y del Pueblo, que son los sujetos que dan sustancia
a un sistema verdadera y efectivamente Democrático.
Por esta razón, en el Preámbulo que presida nuestra Nueva
Constitución, debe quedar establecido que la Argentina adopta, en nombre de
todas sus luchas, un modelo profunda y definitivamente Democrático. Y su fuente
primera y objetivo mayor, su principio, su fin y los medios para lograr la
Democracia es el Pueblo, que debe contar con derechos inalienables,
indelegables, intransferibles e imprescriptibles.
Desarrollo e Igualdad
Nada más alejado de nuestro pensamiento que estigmatizar la
pobreza, asociarla con el delito. Más bien, los
ilícitos que más han conmovido la matriz económica y social de nuestro país han
sido cometidos por las clases dominantes, no por los humildes.
Pero está comprobado que la exclusión y la desigualdad constituyen el mayor
caldo de cultivo para la inseguridad. De aquí que el desarrollo se erige en una
meta fundamental. Es decir, el crecimiento de la riqueza precedido de criterios
de distribución de carácter progresivo. Las políticas públicas deben tender a
ecualizar los márgenes de ganancia de cada rubro de la economía. No es
intrínsecamente justo, ni correcto ni eficaz, que sectores como la actividad
financiera, los agro-business o las grandes cadenas de comercialización reciban
tasas de ganancia varias veces superiores a las de los rubros más productivos como
el empleo industrial, el empleo en la construcción, el trabajo rural o las
pequeñas y medianas empresas. Nadie con
buen criterio debería oponerse a una reforma tributaria que persiga esa
finalidad.
Abonar la esperanza
El modelo macrista es una continuidad de la dictadura y los
noventa: ingreso de fondos especulativos desde el exterior-maximización de la
tasa de ganancia financiera-apertura económica para facilitar la inmediata fuga
de esos capitales. Pero, a diferencia de esos dos períodos anteriores, la
actual iliquidez y recesión internacional merman la cantidad de capitales
disponibles para endeudarnos, es decir, el financiamiento externo para que se
sostenga. Esto significa, o bien menor plazo de sustentabilidad del modelo, o
bien aumentar la exigencia de los capitales externos de asegurarse una tasa
rápida de ganancia, mediante un acelerado ajuste social. Desde lo financiero y
desde lo social, el modelo es insustentable a mediano plazo.
Nadie podría anticipar el momento ni la forma, porque los procesos
populares son precisamente eso, resultado de la propia maduración y la
espontánea oleada de protagonismo del Pueblo. Pero el colapso financiero del
país, una vez más, se torna una cuestión de tiempo. Es como vivir financiando
la tarjeta de crédito, lo que devendrá en crisis política cuando este proceso
macroeconómico afecte irreparablemente la vida cotidiana de millones de
argentinos. En ese momento cambiará significativamente el clima político y el
humor social. No sólo se des-legitimará el macrismo, sino todo su andamiaje
policíaco-mediático-judicial, y se re-legitimará el modelo de inclusión y sus
figuras más contundentes. Un mismo espíritu histórico, expresado en las mejores
tradiciones nacional-populares, pero encarnado en una nueva morfología.
Enlazando las nuevas generaciones con las anteriores y sujetos pre-existentes
con otros novedosos, conformaremos la nueva mayoría social y política que
aparecerá en el escenario para ejercer el protagonismo de la etapa.
El campo popular
está fuerte. Lo demuestra, precisamente, este estado de debate intenso en el
seno del colectivo político con mayor afinidad ideológica interna, liderazgos,
militancia, presencia de jóvenes, inserción social, poder de convocatoria a la
movilización masiva (no sólo callejera sino en medios convencionales y
alternativos, formas de la cultura popular, redes, etc.). Nuestro gran desafío
es construir, desde esta plataforma fundamental, la mayoría social y electoral
requerida por el sistema institucional vigente. Para ello tenemos que proponer
futuro. El pasado es nuestra base de lanzamiento, sólo nuestra base de
lanzamiento. El futuro significa leer el país en una clave que renueve la
esperanza.
El campo popular –al menos una parte fundamental de él- tiene
unidad de conducción en la figura de Cristina Fernández de Kirchner. Tiene,
como dijimos, base social. Y tiene unidad de concepción y suficiente
homogeneidad ideológico-política. Resta aceitar la conexión entre cada uno de
esos campos a través del fortalecimiento de la organización.
En presencia del Estado, son las políticas públicas y quienes las
ejecutan, los articuladores de los diversos campos del movimiento. Pero en
ausencia del Estado, se requiere un esfuerzo adicional. Es más, era imposible
que el retiro del Estado luego de administrarlo durante doce años, no impactara
al interior de la fuerza.
Todo desafío de organización política se encuentra ante la tensión
entre una ampliación que diluya su consistencia ideológico-política y una
institucionalidad que acote sus márgenes de crecimiento. Cómo resolver esa
lógica tensión no está escrito en ningún manual de procedimientos. No hay
elaboración técnica que lo predetermine. Es su propia dinámica la que va
encontrando los canales más adecuados a las circunstancias, en tanto exista un
sólido núcleo de conducción, acumulación y articulación.
De todas maneras, no se trata sólo de lo organizacional, sino
también de lo actitudinal. Para volver a ser mayoría es necesario salir de lo
propio a la conquista de lo no-propio. Y eso implica toda una gestualidad que
dispute, además de lo propositivo, el campo de lo simbólico.
Podemos –y debemos- asumir las posiciones más radicales en
términos de intervención sobre las estructuras más sensibles del poder fáctico
de nuestro país y de la región, pero desde un semblante y una narrativa no
fanatizada ni de vanguardia, debido a lo expulsivo que ello conlleva, sino
seductora y amigable. Más orientados hacia la persuasión que a la imposición,
lo que no implica tibieza, relativismo ni concesión alguna, sino más bien
eficacia para sumar el mayor consenso posible a la hora de tomar las medidas de
la profundidad que se requiera. Las circunstancias, siempre y cuando
sostengamos un contacto muy fluido con el Pueblo, nos irán marcando los
momentos más tendientes a la pedagogía política y aquellos en que la acción deba
ser más contundente. Sin perjuicio de que ambos momentos se alternan
necesariamente en todo proceso de ampliación de derechos y cambio institucional.
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