Industria Nacional: Lo que nunca termina de ser y la inexistencia de una burguesía que piense como Nación
La industria que supimos conseguir
Por Claudio Scaletta, Economista y periodista. Para Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur
La industria nacional ha enfrentado a lo largo del
tiempo, con suerte dispar, diferentes obstáculos. La experiencia muestra que,
sin la conducción y la planificación del Estado, no hay desarrollo, una
convicción que no parece prioritaria para el gobierno actual.
¿De qué hablamos
cuando hablamos de industria argentina? La respuesta parece obvia y podría
responderse rápidamente mirando el Estimador Mensual Industrial del Indec. Sin
embargo, se habrá comprendido poco. Si lo que importa son los problemas y potencialidades
del desarrollo industrial, la mejor manera de entenderlos es en su devenir
histórico, que a su vez exige considerar como dato central la dialéctica
permanente entre las limitaciones internas y los acontecimientos del mercado
mundial. Sólo así será posible hacerse una idea de las características de la
industria nacional y los desafíos que enfrenta bajo el gobierno del PRO.
Apéndice
agrario
Durante
la consolidación del Estado Nacional y después la economía creció de manera
constante sobre la base de la súper productividad de la Pampa. Entre 1880 y
1930 la población se multiplicó por cinco, el producto por diez y las
exportaciones primarias por doce. La reproducción casi espontánea del ganado y
la siembra de tierras fértiles riquísimas en nutrientes se tradujeron en una
expansión constante del producto, crecimiento que fue acompañado por un
significativo incremento del ingreso per cápita.
La
apropiación latifundista de la tierra previa a la misma colonización marcó una
gran diferencia con respecto a otras economías de carácter similar, como las
siempre mentadas Canadá y Australia. Esto determinó un modelo de ganadería
extensiva en grandes estancias y una agricultura en la que la figura
preponderante fue la del colono arrendatario. La expansión continuó mientras
resultó posible extender la frontera agrícola pampeana. Como el proceso
coexistió con una política de promoción de la inmigración, el aumento de la
población contribuyó, ya sobre el final del período, a frenar el ingreso per
cápita. Los límites del modelo fueron internos y externos. Aparecieron con la
frontera agrícola y con la crisis de los mercados de destino, cuya
manifestación formal y concreta fue el pacto Roca - Runciman de 1933.
En esta etapa, las manufacturas emergentes
estuvieron ligadas al desarrollo del transporte de las materias primas a los
puertos, es decir al mantenimiento del ferrocarril, y a una escasa “integración
hacia arriba” a partir de la producción primaria. En su trabajo pionero, Adolfo
Dorfman retrataba que los frigoríficos, las productoras de cerveza, las
fábricas de galletitas, los talleres ferroviarios y las metalúrgicas se
concentraban en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires. Menos concentrados
territorialmente estaban los primeros talleres textiles, los saladeros y los
molinos. Los bienes de capital se compraban en el exterior. El poco integrado
interior era la tierra de los ingenios azucareros y las bodegas. Tales fueron las
primeras “ramas industriales”.
El
crecimiento económico y su derrame generaron demanda interna, pero estuvo lejos
de ser aprovechada. Para el capital de entonces las ganancias agropecuarias
fáciles funcionaron como desaliento para la actividad manufacturera, que a la
vez debía ser capaz de competir con una industria importada favorecida por la
política comercial. De acuerdo a un censo de 1913, la industria alimenticia
abastecía al 37% de la demanda interna, la textil al 17 y los metales y
maquinarias al 12. No obstante, hacia el Centenario de Mayo la clase obrera ya
era parte del escenario urbano.
Para
la década del 20 se habían consolidado en el interior la industria azucarera y
bodeguera, mientras que en Buenos Aires se encontraban los grandes frigoríficos
y la industria alimenticia. El sector mecánico subsidiario de los talleres
ferroviarios se distribuía más armónicamente a lo largo del territorio. Bodegas
Arizu, Bagley, Molinos Río de la Plata, Canale, Tamet y Siam ya estaban
presentes en esta época. Para subrayar la dependencia conviene destacar el
hecho de que hubo sectores que crecieron escasamente debido a las relaciones
comerciales privilegiadas con Gran Bretaña, como la industria textil. También
se vio frenada la minería, ya que los barcos que exportaban cereales y carnes
regresaban con carbón inglés. Los años 20 fueron también los de la llegada
masiva del capital estadounidense en la actividad frigorífica pero también a
través de firmas como IBM, Chrysler y General Motors. En la mayoría de los casos
se instalaron con el formato de armadurías para reducir costos de transporte,
es decir, como importadoras de piezas y partes.
La
ciudad-puerto alojaba a una población numerosa con un buen nivel de ingreso
promedio, un mercado apetecible y sofisticado. Jorge Schvarzer, un estudioso
del desarrollo de la industria, graficaba el panorama con un ejemplo: Ford
abrió en Buenos Aires su segunda oficina fuera de Estados Unidos después de la
londinense: ya que en 1929 el parque automotor local era, medido por habitante,
similar al estadounidense.
Sustitución
temprana
El
agotamiento del modelo agroexportador se hizo evidente en la segunda mitad de
los años 20. Entre 1926 y 1932 los precios de exportación de los productos
agropecuarios cayeron 40%, en tanto los precios de las importaciones se
mantuvieron estables. Se inició así un freno de los flujos del comercio
exterior que se mantuvo a lo largo de toda la década del 30. Luego llegaría la
Segunda Guerra Mundial, con lo que se completarían dos décadas de interrupción
parcial y total del comercio exterior. Quizá nunca como en estos años la crisis
externa se convirtió en oportunidad. La rentabilidad agraria se había
desplomado, existía un mercado interno demandante, el ligero desarrollo
industrial y la desarticulación económica del interior acumularon mano de obra
en las ciudades y había capitales excedentes. Pero faltaban tecnología e
insumos. Esta sumatoria de factores moldeó las condiciones de la expansión
industrial de la década del 30 y dio lugar a una sustitución inducida por
causas externas antes que por una voluntad deliberada.
La expansión productiva se basó en el uso
más intensivo de las fábricas existentes. Como se dijo, la importación parcial
o total de partes e insumos sustituyó a la de productos terminados. Ya en la
crisis, esta fue la base de la tesis de la “sustitución de exportaciones” de los países desarrollados como contrapartida a la sustitución de
importaciones local. Como las trabas arancelarias dificultaban las
exportaciones de productos terminados, se instalaban fábricas para luego
exportarles los insumos y partes. El motor de esta guerra fue la exportación de
capitales. A las empresas estadounidenses les siguieron las alemanas. En
adelante los requerimientos estatales a los capitalistas extranjeros incluirían
el reclamo por una mayor integración de partes locales.
La
sustitución temprana desencadenó un auge económico, con ocupación de la mano de
obra y alivio externo, en el marco de una nueva convergencia de intereses entre
los sectores dominantes locales y los del exterior. Se profundizó el desarrollo
de industrias como la del cemento, despegó la industria textil, acompañada por
el desarrollo de cultivos industriales como el algodón, y aumentó la producción
de otros insumos como tabaco y yerba. En Salta y Mendoza se comenzó a producir
petróleo, sumándose a la Patagonia y duplicando la producción total. Frente a
la demanda de un parque automotor que rondaba el medio millón de automóviles se
instaló la industria del neumático. También llegaron firmas de artefactos
eléctricos como Philips y Eveready.
El
estallido de la guerra en 1939 significó el corte abrupto de la importación de
productos terminados e insumos, como maquinarias, repuestos y carbón. No
ocurrió lo mismo con las exportaciones agropecuarias, lo que permitió la mejora
de la situación externa y la acumulación de reservas. Parte de la respuesta
local fue la utilización intensa de las líneas de producción existentes, con
dobles y triples turnos, lo que agravó los problemas de desgaste y
obsolescencia tecnológica. Pero el resultado general para la industria fue muy
positivo. Entre 1939 y 1945 la producción sectorial creció el 45% y los obreros
ocupados el 66%. En 1941 las manufacturas superaron al agro en su aporte al
PIB.
De
la posguerra al desarrollismo
Desde
fines de los años 30 el Estado asumió un rol más activo en la promoción
industrial. A principios de los 40 creó Fabricaciones Militares (FM),
estrategia que reforzó con la estatización de las empresas alemanas, que sobre
el fin de la guerra pasaron a ser capital enemigo, y se conformó la Dirección
Nacional de Industrias del Estado (DINIE). También se crearon sociedades mixtas
en el sector siderúrgico, como Somisa en 1947, y el Estado ingresó a la química
Atanor en 1948.
Terminada
la Segunda Guerra, los principales desafíos eran evidentes: renovar equipos
industriales obsoletos e incorporar ramas básicas todavía ausentes, tarea que
ocuparía las décadas siguientes. En el corto plazo, en cambio, se siguió una
estrategia defensiva frente a las industrias de los países más desarrollados.
En términos de producto industrial, el período 1948-54 fue de virtual
estancamiento. La excepción fueron sectores como química, metales, maquinaria y
equipo para consumo doméstico y, finalmente, reparaciones. En industrias
básicas no se logró avanzar en la producción de acero por dificultades en la
importación de equipos. El primer alto horno entraría en funcionamiento recién
en 1961.
El problema
principal, que se volvería cíclico, era claro: desde 1950 se dejaron de generar
las divisas suficientes para incorporar los bienes de capital necesarios para
la renovación de equipos. Era la restricción externa, que también significaba
problemas con los insumos intermedios. Según la encuesta industrial de 1957, el
país importaba en promedio el 22% de los insumos, aunque en metales y
maquinarias llegaba al 45% y en el sector alimenticio a sólo el 2%. Para
1954-55 el sector agropecuario estaba estancado por falta de insumos técnicos y
algunas sequías. La combinación de estos procesos reforzó la restricción
externa.
Pero
la industria repuntó en los años siguientes. Al margen de los cambios políticos
y sobre la base de una demanda sostenida, entre 1954 y 1958 el PIB industrial
creció 40%. El sector más dinámico fue el de maquinaria y equipo. Ya en los
últimos años del peronismo comenzó a prevalecer la idea de que la salida era
atraer capitales extranjeros. En 1953 se realizaron los primeros acuerdos con Kayser
y Fiat que dieron origen a la producción de autos y tractores, se verificó un
auge de la producción de artefactos para el hogar y avanzó la sustitución de
importaciones en las ramas mecánicas y químicas.
Pero
los problemas de fondo durante toda la década, junto con la restricción de
divisas, fueron el desgaste y la obsolescencia de los equipos de producción y
de la infraestructura, especialmente la escasez de energía eléctrica pero
también de los ferrocarriles, la parálisis de obras camineras, las comunicaciones
y los puertos.
A
partir de 1958, el desarrollismo frondofrigerista se propuso por primera vez en
la historia argentina la transformación de la estructura productiva como
objetivo explícito. Su diagnóstico fue que los principales problemas eran la
carencia de industrias básicas y la insuficiencia de capital, lo que se tradujo
en una legislación favorable al ingreso de empresas extranjeras y una promoción
industrial activa de sectores específicos. Los resultados fueron dispares: en
orden decreciente se destacaron automotores, petroquímica, siderurgia, celulosa
y papel e industria naval.
Deteniéndose
en el caso más exitoso, se abrió el negocio automotor a las multinacionales
pero exigiéndoles un plan de producción a cinco años y la progresiva disminución
de la importación de partes. El resultado fue la rápida expansión sectorial,
con sus conocidos efectos multiplicadores. La demanda más exigente de las
nuevas firmas automotrices significó también el aumento de los estándares de
calidad de las empresas locales proveedoras. Para 1964-68 la producción
automotriz llegaba a las 180 mil unidades anuales y los insumos locales pasaron
del 26% en 1960 al 47 en 1964. La clave de este desarrollo fue la protección
del mercado interno. Su contrapartida fue que los precios finales de las
unidades locales triplicaban los internacionales, lo que vedaba el acceso al
mercado exportador.
Otra
de las prioridades para atraer capitales externos fue atacar el déficit
comercial a través de la disminución de importaciones de combustibles, un
objetivo que se logró hacia el final del gobierno desarrollista gracias al
ingreso, muy controvertido en su tiempo, de grandes petroleras internacionales.
Más allá del desplazamiento del desarrollismo del poder, muchas de sus ideas se
plasmarían durante las décadas del 60 y 70.
Planificación
discreta
La
experiencia desarrollista reveló nuevas limitaciones y certezas. La primera fue
que los mismos intereses de la industria podían funcionar como trabas a su
desarrollo, ya que una vez cristalizados impulsaban mecanismos de control y
protección de mercados que impedían la incorporación de tecnologías y la baja
de los precios. Esta situación dificultaba la posibilidad de que el sector
industrial, en el marco de una economía con restricción externa, generara
divisas o al menos redujera su déficit. La segunda certeza fue que el capital
extranjero, pasado el shock inicial de la instalación de plantas nuevas, no
demostraba un dinamismo superior al del capital local.
Los
diagnósticos políticos emergentes fueron dos. Por un lado, la visión más
liberal, que sostenía la necesidad de introducir estímulos de mercado para que
la industria gane competitividad frente a la competencia extranjera. Por otro,
la visión que sostenía que el Estado debía profundizar la planificación. En los
años que siguieron prevaleció un mix: el Estado no abandonó la planificación,
pero decidió avanzar mediante la “creación” de los estímulos de mercado para
desarrollar empresas privadas nuevas en los sectores faltantes.
En
este contexto, en 1967 el gobierno militar comenzó a crear los “estímulos de
mercado”: estableció retenciones del 25% al agro y reembolsos del 10% a las
exportaciones de manufacturas. Además creó el contexto, vía inversión pública,
para resolver algunos déficits crónicos de infraestructura energética,
transporte y comunicaciones. Se construyeron grandes puentes, caminos y
represas hidroeléctricas, como Zárate-Brazo Largo y El Chocón, lo que aumentó
la demanda de cemento, acero, asfalto, equipos eléctricos y petroleros. Esta
política se profundizó a partir de 1969.
En lo estrictamente industrial, frente a
los magros resultados del capital transnacional se optó por la creación de
grandes empresas nacionales: Aluar, Papel Prensa, Alcalis de la Patagonia,
Petroquímica Mosconi, Hierro Patagónico Sierra Grande. Todas fueron impulsadas
para ser puntales de sectores básicos en mercados monopólicos. La opción fue
crear o fortalecer empresas de cada rama en lugar de impulsar las ramas en
general, como fue el caso automotor bajo el desarrollismo. En base a estas
políticas el capital local llegó a dimensiones inesperadas: entre 1965 y 1975
el producto industrial creció de manera continua a una tasa del 5 por ciento
anual.
Desarticulación
neoliberal
El
período que va de mediados de los 70 a la gran crisis de 2001-2002 es una etapa
larguísima de la historia industrial con marchas y contramarchas. A partir de
la dictadura se consolidaron algunas ramas industriales monopólicas como la
siderurgia, aluminios y petroquímica, todas gestadas durante las décadas
anteriores, más algunas vinculadas a ventajas comparativas estáticas, como el
sector alimenticio. Durante los 90 también se registró la modernización de
algunas plantas e infraestructura.
Sin
embargo, el balance general es de retroceso en la participación relativa
industrial. ¿Cuál fue la causa de este achique de la industria? Si bien muchos
autores enfatizaron el atraso cambiario, esta tesis se encuentra actualmente en
discusión. Menos dudas presenta el cambio de precios relativos que desincentivó
al sector manufacturero industrial, pasando por lo tarifario, lo arancelario y
lo crediticio, junto a la eliminación de la banca de desarrollo e instrumentos
clave de promoción, como el “compre nacional”. Los ganadores fueron los
sectores monopólicos y los tradicionales de la agroindustria y, especialmente,
las finanzas.
Más
allá de la discusión de políticas, la estrategia de apertura, desregulación y
privatizaciones impulsada en los 90 produjo cambios de fondo. El primero fue un
marcado proceso de extranjerización de las principales empresas, lo que incluyó
a las plataformas productivas, con disminución en la composición nacional, de
la que es ejemplo el siempre protegido sector automotor. El segundo fue la mayor
concentración y centralización del capital. El tercero, el abandono casi total
por parte del Estado de sectores estratégicos, entre los que se destacaron el
energético, proceso que culminó con la privatización de YPF. Finalmente, el
cuarto efecto fue el desmantelamiento generalizado de la investigación y
desarrollo del área pública, desde viejos laboratorios de YPF, la CONEA o la
Fábrica Militar de Aviones.
En
este marco, los datos a destacar en términos productivos son que el sector
automotor retrocedió en la integración de partes pero siguió impulsando la
actividad sectorial, a la vez que las industrias básicas heredadas de la etapa
anterior, como la siderurgia, el aluminio, la petroquímica (que se reorientó
parcialmente hacia fertilizantes) y el petróleo continuaron su consolidación.
Durante este período también se afianzó el complejo oleaginoso. En
contrapartida, se destruyó una industria electrónica que había conseguido una
alta integración local y se contrajeron ramas tradicionales, como textiles y calzados,
y “pesadas”, como los astilleros y las fabricaciones ferroviarias. Aunque al
final del ciclo el producto industrial era similar al de 25 años antes, la
expresión que mejor describe al período no es el estancamiento, sino la
desarticulación.
Crecimiento
con transformación inconclusa
Seguramente en el futuro no se discutirá el
dato duro de que a partir de 2003 la economía y la industria experimentaron uno
de los procesos de recuperación más importantes de su historia, apenas
interrumpido por la crisis internacional de 2008-09, y que se extendió por lo
menos hasta 2011, momento a partir del cual comenzó a operar la restricción
externa. Para 2012, el PIB industrial había crecido el 110% desde la crisis de
2001 y el empleo sectorial el 60%. Durante el período, las exportaciones de
manufacturas de origen industrial se multiplicaron casi por 4, con un
crecimiento del 284%, mientras que las de origen agropecuario aumentaron el
244%.
Las
ramas de insumos básicos, como aluminio, petroquímica y siderurgia, mantuvieron
su buen desempeño, pero también se reactivaron sectores afectados durante el
ciclo 1976-2001, como astilleros, metalmecánica, plásticos, bebidas, textiles,
química y gráfica. Se impulsaron ramas no tradicionales, como el software, y
producciones regionales como la avícola, jugos cítricos y biocombustibles.
También se sumaron sectores “nuevos”, como biotecnología y genética, y se
registraron avances en agroquímicos, productos farmacéuticos, maquinaria
agrícola de precisión y equipamiento médico. Con un activo apoyo estatal se
revitalizó el sector nuclear a través de la inauguración de Atucha II, la
extensión de Embalse y la producción de agua pesada y enriquecimiento de
uranio, además satélites y aeronáutica.
Pero
también hubo claroscuros. El dato más crítico fue que no existió un cambio
estructural, en el doble sentido de un aumento del peso relativo de la
industria en el producto y de resolución del problema cíclico de la restricción
externa. Salvo en el período inmediato posterior a la crisis, no se registraron
saltos importantes en la participación del PIB industrial sobre el total.
La
relevancia estructural y de largo plazo del déficit de divisas demanda
detenerse brevemente en los sectores más críticos. El primero es el automotor.
En la década del 70 se producían poco menos de 200 mil unidades anuales, pero
la integración nacional llegó a ser casi total. Durante la década pasada se
produjeron medio millón de unidades en promedio, pero con una integración local
que se redujo a menos del 20%. El vuelco importador fue el resultado de un
cambio de estrategia de las multinacionales. Desde fines de los 80 se había
optado por ampliar la escala del mercado vía la integración económica con
Brasil y la construcción de plataformas productivas regionales. Esta nueva
estructura, que se extendió también a las proveedoras, se tradujo no sólo en la
resignación de ingeniería y capacidades locales, sino en un déficit comercial
que, en la década pasada, promedió los 4.200 millones de dólares anuales. Esto
hizo que cuanto más creciera la producción más aumentara el déficit. El dato
central es que las automotrices locales se volvieron ensambladoras de una
plataforma regional que permite a las multinacionales aprovechar los mercados
internos altamente protegidos del Mercosur.
El
segundo caso, aun más dispendioso, fue el de las armadurías de la electrónica
fueguina, cuya integración local escasamente supera el packaging.
Allí también unas pocas empresas recibieron subsidios multimillonarios. En 2012
el costo fiscal por cada trabajador ocupado en las ensambladoras fueguinas era
de 700 mil pesos anuales. Entre 2010 y 2013 las compras al exterior del
complejo pasaron de 2.100 a 4.500 millones de dólares, es decir del 3,7 al 6,1%
de las importaciones totales.
En términos generales, para 2010 el rojo de
divisas total del sector industrial fue de 6.000 millones de dólares. Para
2011-2013 el desbalance había saltado a más de 13.000 millones anuales.
Haciendo foco en 2013, el peor año, se observa que mientras el sector
alimenticio realizó un aporte positivo al balance de divisas de 6.300 millones
de dólares, el resto generó un déficit de 21.800 millones. De ese rojo, el 38%
correspondió a la industria automotriz y el 34% a la electrónica, maquinaria y
equipos.
La
mirada de conjunto muestra que a partir de los 2000 se aprovechó el
desendeudamiento público y privado y la abundancia de divisas emergente de los
buenos precios internacionales de los commodities para impulsar el consumo. Si bien no
existió una planificación sectorial deliberada, hubo señales arancelarias
(retenciones) en favor de las manufacturas que no siempre rindieron los frutos
esperados. Existió una fuerte protección que, de la mano del consumo, favoreció
a sectores como indumentaria. Se mantuvieron los regímenes especiales, como el
automotor y la electrónica fueguina, con pocas exigencias y resultados muy
deficitarios. Volvió a utilizarse el “compre nacional” para impulsar sectores
de alta tecnología, lo que permitió recuperar capacidades tecnológicas propias
en el área nuclear y satelital.
En infraestructura
el avance fue relativo. El déficit vial quedó pendiente y las inversiones en
ferrocarriles se demoraron hasta el final del período. Lo mismo puede decirse
de la tardía recuperación de YPF y de la falta de transformación de la matriz
energética, que profundizó su dependencia de los hidrocarburos y contribuyó
fuertemente a la restricción externa partir de 2012. La inversión pública no
estuvo a la altura del crecimiento alcanzado.
Estos datos permiten
adelantar unas pocas conclusiones muy generales.
En
primer lugar, con el crecimiento no alcanza. Toda la experiencia local desde
los inicios de la industrialización sustitutiva parece gritar que sin la
conducción y la planificación del Estado no hay desarrollo, entendido como
transformación cualitativa de la estructura productiva para alejar la
restricción externa. Prácticamente no existen sectores industriales que hayan
surgido por señales de mercado o como consecuencia espontánea del crecimiento.
Pero
al mismo tiempo, como demuestran las experiencias de la industria automotriz y
las armadurías de electrónica fueguina, el Estado también puede hacer muy malas
elecciones: deficitarias, sumamente costosas y con nulo o casi nulo efecto
multiplicador.
Finalmente,
no es posible pensar integralmente la economía ni los sectores manufactureros
sin proponerse contribuir también a alejar la restricción externa. Las
industrias que no pueden reducir su déficit en divisas son inviables en el
largo plazo, por lo que la creación de empleo en el corto no resulta un
argumento estable para justificarlas. La función de la industria es crear
riqueza y reducir su déficit de divisas, es decir, crecimiento con estabilidad
de largo plazo.
El
presente
El
crecimiento de los doce años de kirchnerismo acumuló tensiones que se
agudizaron con la reaparición de la restricción externa a partir de 2011. En
perspectiva histórica volvió a verificarse el dato fáctico de que el déficit de
divisas suele ser acompañado por un cambio de régimen económico, en este caso
marcado por el ascenso de Mauricio Macri. El problema a analizar reside en la
naturaleza del ajuste subsiguiente. Siempre haciendo foco en las manufacturas y
dejando de lado los juicios de valor, pueden tomarse como fuente los datos
conocidos, que son dos.
El
primero, externo, es un ciclo internacional con presiones liberalizadoras en el
que los principales núcleos dinámicos tienden a cerrarse sobre sí mismos.
Estados Unidos evalúa procesos de reshoring, es
decir, de recuperar fronteras adentro procesos productivos que había exportado
en la búsqueda de reducir costos de mano de obra. China, en tanto, nunca dejó
de avanzar en su integración productiva: así como integró su siderurgia, lo
mismo hace con el resto de los sectores. Hoy, por ejemplo, ya importa más
porotos de soja que aceite. Resulta cada vez más difícil pensar dónde están las
complementariedades míticas de las “cadenas globales de valor”.
El segundo dato es
interno. El énfasis discursivo del nuevo gobierno se centra en la
competitividad y la apertura más o menos gradual “al mundo”, es decir al orden
neoliberal y financiero. Si bien no cree en los instrumentos tradicionales de
la política industrial, sí estableció señales de mercado para algunos sectores
con ventajas competitivas estáticas: la agroindustria, la minería y la energía,
para las que eliminó retenciones y subió precios en boca de pozo. También
generó condiciones favorables para el giro de utilidades de las firmas
multinacionales.
En
este escenario es posible predecir que, si se logra estabilizar la
macroeconomía, florecerán las industrias vinculadas a estos sectores
tradicionales, como la química que produce fertilizantes. Firmas tecnológicas
como INVAP ya comienzan a pensar en la reconversión a las energías renovables o
en la provisión de equipamiento para la industria petrolera. No está claro si
se seguirán exportando reactores, pero para el sector nuclear será mejor
reorientarse a las áreas médicas. Al igual que durante el ciclo de desarticulación
neoliberal, las industrias básicas monopólicas creadas en los 60 y 70 no
enfrentarán mayores turbulencias bajo el gobierno del PRO. Lo mismo ocurrirá
con sectores asentados y con mercado interno protegido, como la industria
farmacéutica. Seguramente sectores altamente deficitarios, como el automotor,
se verán compelidos a realizar un ajuste por la caída de la demanda. La
subsistencia del régimen fueguino seguirá dependiendo de lo que siempre
dependió: su capacidad de lobby. Las ramas intensivas en mano de obra, menos
productivas por definición, como textil y calzado, se contarán entre las más
afectadas.
En
términos generales se reducirá la industria liviana, se mantendrá la básica y
podrían retroceder el conjunto de experiencias, saberes e instituciones que
integran el sistema nacional de innovación. No está claro todavía si en algún
momento el desarrollo de la infraestructura a través del impulso a la obra
pública, que tracciona muchos sectores, se convertirá en realidad. Tampoco si
habrá una transformación que permita alejar el horizonte de restricción
externa. Por ahora, el presupuesto elaborado por el gobierno prevé la
continuidad del déficit comercial, lo que supone una dependencia inestable de
los capitales internacionales. En este contexto, las únicas estrategias que
resultan claras son el endeudamiento externo y la espera al ingreso de
capitales que refuercen los sectores tradicionales. Mirando la historia, no es
difícil intuir que la economía y la industria local se desenvolverán nuevamente
en el marco conocido del desarrollo dependiente.
Fuente:
Le Monde diplomatique Cono Sur
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