TRAFICANTE
Deseoso
de olvidar, recordaba; ansioso por recordar, olvidaba. Pensó en Borges, en
Funes y su intangible calvario mnemónico. Pensó también en la pócima del olvido
y en el estupendo relato del Ángel Gris. Ambos textos le fueron acercados por
un viejo amigo argentino, escritor exiliado en tiempos de la dictadura de los
años setenta. Vencido, buscando un salvoconducto, estimó prudente traficar el
significado de los verbos. Así Charles J. Samuels se indujo a no tener
compasiones de modo crear una nueva codificación, un nuevo lenguaje en donde
toda evidencia debía desaparecer, en donde la revisión era motivo y clave
universal. Londres abandonó definitivamente su tinte de ciudad niebla, tanto
Estambul como Praga comenzaron a minar sus ancestrales atractivos, París cegó
sus luces imprevistamente y Roma abandonó su bronce de doncella vaticana. Al
mismo tiempo esas taxativas definiciones eran inmediatamente olvidadas dando
paso al recuerdo de lo que nunca fueron. Para Samuels la realidad era tan sólo
una percepción fraudulenta compuesta por cientos de chantajes que decidieron
coexistir para no agredirse; porque el asunto es perdurar utilitariamente. La
necesidad era desarrollar un nuevo relato, un nuevo motivo que merezca ser
enterrado. Entonces apareció en llamas una ciudad todavía no creada, moría en
un baldío de La Habana una bella mujer todavía no nacida y el aire no
contaminaba porque se había encontrado el modo de conservarlo impune a través
de un sistema de purificación asimétrica. El mundo real era reiteradamente
evocado por el olvido. La obra de Samuels no encontró seguidores ni
entusiastas; decenas de editores se abstuvieron de publicar sus manuscritos y
los pocos que accedieron a los bocetos preliminares desecharon sus conceptos a
pesar de reconocer una fina y atildada prosa.
Charles
se suicidó en Edimburgo, su ciudad natal, arrojándose al cauce principal del Water of Leite, el
uno de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve al cumplirse el cincuenta
aniversario de la invasión nazi a Polonia. Amaba Varsovia; lo laceraba aquel
reflejo sepia y en ruinas. Sus contados confesores afirmaron que el amor de su vida
aún caminaba por los despojos de aquella ciudad; se sospecha que el imborrable
recuerdo de aquella invasión encontró plena justificación para dejar de
especular. La evocación y la memoria vencieron el espíritu traficante de Charles
J. Samuels, tanto es así, que los espectros de Robert the Bruce y de Walter
Scott fueron los únicos privilegiados en asistir a sus exequias. En definitiva,
dejar de ser escocés no era cuestión a traficar.
Autor: Gustavo
Marcelo Sala
2da
Mención de Honor Concurso Internacional Verano 2016
Organización
Literaria La Hora del Cuento
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