CRIMINOLOGÍA DEL SAQUEO – Daniel Jiménez Franco para Revista Sin Permiso





Criminales por definición

En “La empresa criminal. Por qué las corporaciones deben ser abolidas, Steve Tombs y David Whyte combaten los mitos que legitiman el sometimiento de todas las esferas de la vida a las lógicas del cálculo econométrico y la acumulación de beneficio privado. Los seis capítulos del libro discuten y derriban, con precisión y contundencia, los mantras de la eficiencia empresarial, la autonomía del mercado, la “autorregulación”, la personalidad jurídica y su responsabilidad limitada, la responsabilidad social corporativa y la presunta protección pública del interés general. Se trata de conceptos que presiden y gobiernan nuestro día a día permitiendo que, tras la debacle financiera de 2008, las grandes corporaciones del sector hayan salido reforzadas. Como resultado de ese trance, una concentración de poder aún mayor administra hoy nuestras vidas y muertes.
La tarea de la criminología crítica siempre ha sido poner en cuestión el rol del sistema penal y sus distintos operadores, denunciando la criminalización de los problemas sociales y la estigmatización de los grupos sociales empobrecidos, para demostrar que la función central del sistema penal es (re)producir las desigualdades. Una criminología crítica que aspire a ser emancipadora no puede compartir la mirada del poder hacia “los de abajo”. Si quiere ser subversiva, debe analizar los comportamientos de quienes operan “por encima del radar” y poner en cuestión sus formas habituales de hacer negocios. Como bien apuntara Frank Pearce, el análisis de los crímenes de los poderosos debe hacer referencia a la estructura social general en la cual operan las empresas. Solo así puede entenderse que la actividad criminal es una más de sus estrategias y que el sistema de libre mercado es la forma jurídica central de movilización y valorización del capital.
El discurso criminológico dominante se ha dedicado a justificar y/u ocultar las campañas coloniales, sus saqueos, masacres y genocidios a lo largo del planeta durante siglos. La crítica de ese apartheid criminológico debe incluir, pues, a los dos protagonistas de tales crímenes: las corporaciones y los estados. Si la introducción del estado y las empresas en el discurso crítico dio un paso de gigante con la definición de la criminalidad estatal-corporativa, Tombs y Whyte amplían ese corpus teórico para señalar a la corporación, desmitificarla, desnudarla y estudiar una conexión simbiótica entre estado y empresa que tiene lugar, en gran medida, a través de una herramienta central: el derecho.
En la (doble) raíz del problema encontramos dos claves: la condición esencialmente criminal del sistema económico y la violencia que funda el régimen jurídico-político dedicado a sostener ese orden. En ese sentido, los polémicos “papeles de Panamá” no son un escándalo en sí mismo sino un ejemplo muy ilustrativo, para quien quiera entenderlo, de cómo y dónde se gestiona el patrimonio acumulado por ese sistema económico y de su eficaz legitimación por ese régimen jurídico-político. Los miembros del campo social auto-privilegiado viven en “refugios” cada vez más cerrados y reconcentrados. En el gran alrededor, la “población” sufre el daño social generado por un expolio que “expulsa a los habitantes de su hábitat” y/o “retira el hábitat a sus habitantes”.
A nadie puede sorprender, pues, que las reformas neoliberales de “superación” de la crisis hayan aumentado el margen de acción de los mercados y provocado un incremento relativo del número de ricos en todo el planeta. Privatizaciones, mercantilizaciones, flexibilidad laboral o indultos a corruptos, son todas ellas reformas jurídicas llevadas a cabo por estados, gobiernos y parlamentos en el ejercicio de sus funciones sistémicas. Y por si no teníamos bastante, ahí viene el TTIP.
Una vez demolidos los mitos asociados a las corporaciones, “La empresa criminal” invita (y urge) a pensar más allá de la corporación como “forma ideal” de organizar las relaciones sociales, las formas de producción y distribución de recursos o la provisión de bienestar. Las corporaciones, tal como hoy las entendemos, surgieron en un momento histórico concreto que exigía asegurar y reproducir el capital en el contexto de las empresas coloniales. Desde entonces, las empresas han necesitado de la acción continuada y constante del estado para garantizar su supervivencia – y los recientes rescates bancarios podrían representar el episodio más burdo de esa larga historia. 
Los niveles masivos de daño social provocados en el transcurso de ese episodio son incalculables y justifican sobradamente el empleo de términos como deudocracia, necropolítica o crímenes del estado y el mercado. 


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