POLÍTICA Y POESÍA en tiempos neoliberales





Cuando un artista, un poeta o un filósofo - el tipo de persona a la cual calificamos generalmente como intelectuales- se aventura a participar en controversias políticas, lo hace siempre a costa de cierto riesgo. No es que tales cuestiones se hallen fuera de su órbita; por el contrario, ellas implican en última instancia, los mismos problemas de arte o de ética que son objeto de su particular incumbencia. Pero la aplicación inmediata de principios generales es raramente factible en materia política, la cual se rige por reglas de conveniencia y oportunismo, es decir por modalidades de conducta que el intelectual no puede decentemente aceptar. Sin embargo, en la medida en que su equidistancia intelectual, que equivale simplemente al método científico, lo conduce a conclusiones definidas, el intelectual debe declarar su posición política. Pero ocurre que el poeta se halla en ese sentido en una situación más difícil que la mayoría de sus congéneres. El poeta es un ser de intuiciones y simpatías y por su naturaleza de tal tiende a rehuir actitudes definidas y doctrinarias. Ligado al cambiante proceso de la realidad, no puede adherir a las normas estáticas de una política determinadas. Sus dos deberes fundamentales son reflejar al mundo tal cual es él, imaginarlo tal como podría ser. En el sentido de Shelley, el poeta es un legislador, pero la Cámara de los Poetas tiene menos poder aún que la Cámara de los Lores. Privado de franquicias a causa de su falta de radicación en alguna entidad constituida, vagando sin fe en la tierra de nadie de su propia imaginación, el poeta no puede, sin renunciar a su función esencial, instruirse en los fríos conventículos de un partido político. No es su orgullo lo que le mantiene fuera, sino más bien su humanidad, su devoción a la compleja totalidad de lo humano; es, en el sentido preciso del término, su magnanimidad. (Herbert Read)

Exilio del 36  - Poema incluido en la novela historiográfica Juan B. Maciel - Cuando el Descuido nos Omite (Gustavo Marcelo Sala)



Pido perdón, tierra mía,
ausentarse no es cobardía.
Tus ocasos se tiñeron
con la sangre y con la rima
del poeta calcinado,
denostado por la brasa
de un arrogante fusil,
presuroso en limitar
las pasiones y los versos
de sutiles creadores,
temerarios transeúntes
de costumbres ancestrales,
artesanos del dialecto,
románticos militantes.
A Lorca lo vi caer
y sé que no fue tu culpa,
a Hernández desfallecer
entre la niebla y la playa
cuando tuvo que escapar
acosado por tus males.
De Machado y sus dolores
Don Rafael se hizo cargo
con el peso de marcharse
y así bien desandarte.
Fuiste escenario y testigo
de un flamenco cantejondo;
lamento que prevenía
tener las manos vacías
de tanto dar sin tener
y el legítimo egoísmo
de esas manos poseer.
Apiádate de mí
por algún insulto dado
gritado por la impotencia
de no caminar tus huellas,
senderos que me susurran
de mi gente y de mi historia,
los poemas mal heridos
y las sombras de mis venturas
que hace muy poco entendí
cuando mirando un espejo
sus arrugas advertí








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