La buena y la mala gente







Suena a verdad de “Perogrullo” afirmar que en todas las comunidades existen buenas y malas personas. Nada le estamos agregando a la ciencia, ni al conocimiento sociológico, ni al sentido inteligente con tal sentencia. Lo que me parece oportuno hacer notar es que la diferencia substancial entre las comunidades radica en lo determinante de esas conductas y el rol  de importancia que ocupa cada uno de esos segmentos a escala social. Es decir, si las pautas de comportamiento general tienen un correlato especulador, perverso, egoísta, poco apegado al marco legal, alejado de los principios solidarios, escasamente propensos al respeto por la diversidad y ciertamente impunes, será debido a que dicha comunidad se encuentra bajo el dominio institucional, político y social de las malas personas. Esto no significa que la población desquiciada sea mayoría, lo que determina la conducta social de esa comunidad es en definitiva quién se encuentra al frente de las decisiones coyunturales, vale decir, quién de modo concreto y por poder logra imponer la verdad como realidad absoluta, ecuación que tranquilamente puede plantearse, y ocurre muy a menudo, dentro del marco de la misma democracia.

En pequeñas localidades como las nuestras rompe a los ojos tales comportamientos. La pregunta que nos debemos hacer es cómo podemos ascender nuestras defensas para detectar que dichas hegemonías no pueden ni deben acceder a cuestiones esenciales de la vida diaria. Cuando las Instituciones intermedias son cooptadas por grupos específicos y con fines determinados que se afirman en aviesas intenciones individuales con falsos formatos cooperativistas o solidarios, y que luego se transforman por presión política local en organizaciones no gubernamentales convenientemente subsidiadas, cuando se decide la proyección de obras de infraestructura inconsultas y de escasa prioridad, falseando su modo de financiación para luego hacer descansar su costo en el pueblo por medio de deudas impensadas, cuando se invierte la carga de la prueba responsabilizando al ciudadano, colocándolo en contra de su vecino debido a la precaria prestación de un insumo básico como el agua, cosa marcadamente fogoneada por una “mass media” perversa y opinante, cuando el respeto por la ley matiza tonalidades según nombre, apellido y abolengo, cuando la ayuda social está enmascarada según escala de privilegios y obediencias políticas, cuando la discriminación ideológica y personal hacen al boceto general y fresco cotidiano, cuando la ilegalidad hace que la comunidad pierda el concepto social de Estado transformándolo en un ordenamiento tribal de correlato feudal cuyo eje dominante lo constituye un “patrón” que nos ofrece un paraguas protector que cobija nuestros intereses, cuando desde el poder político se contrata irresponsablemente y con marcada desidia a sospechosos clanes para atender a la formación de nuestros pibes, cuando medios contestatarios y ciertamente discutidores del ordenamiento dominante son amenazados y obligados a replegarse, constituyen ejemplos claros que nos encontramos habitando una comunidad en donde los abyectos, sean mayoría o no, dominan la escena de la aldea global.

No obstante se puede desde el colectivismo social, desde la militancia solidaria y política trocar dicho ordenamiento. La empresa no es sencilla debido a que en comunidades pequeñas el entrecruzamiento de relaciones juega un rol determinante. Siempre vamos a afectar a un allegado cuando de luchar contra la hijodeputez se trate, pero no es menos cierto que debemos ser inflexibles cuando observamos los comportamientos enumerados debido a que nuestro antagonista no nos va a obsequiar con gracilidad derechos que le implicarían pérdidas de poder y como consecuencia de privilegios.

Así las cosas. Tal vez los buenos deberían dejar de serlo por un rato y enfrentar a los infames con sus propias armas, con su misma ética, con su misma ignominia, con el mismo desprecio que tienen por el vivir ajeno. Coraje e inteligencia, comunión y firmeza, organización y sabiduría. De los buenos depende, los malos nada van a regalar. El dilema crucial es darse cuenta quién se encuentra de cada lado, y percibir esas hilachas cotidianas que le dan significado y significante a cada actitud individual en función del colectivo social.




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