Cientos de veces durante los pasados 12 años se nos
calificó, tanto por políticos como analistas opositores, como nazis, fascistas,
stalinistas y demás adjetivos que nos incluían como un colectivo totalitario que
lejos estaba de respetar los paradigmas democráticos muy a pesar de haber
arribado al gobierno en elecciones libres y transparentes, y de haberle dado al
Congreso y al debate institucional el rol protagónico que toda sociedad
democrática debe tener. Ningún tópico quedó fuera de sus facultades. Desde el
debate sobre las retenciones agropecuarias, pasando por la democratización de
la justicia, la ley de medios, las estatizaciones y desde luego el fundacional nombramiento
de los integrantes de la Corte Suprema de Justicia. El pretexto con el cual se
utilizaba la deformación lingüística citada al comienzo se cimentaba en la idea
de que Hitler había llegado a la suma del poder público con el voto popular. Vaya
paradoja, el diablo metió la cola y aquel argumento hoy se da de bruces con
relación a los modos y formas institucionales que ha decidió aplicar el gobierno
de Cambiemos. Fácilmente podemos caer en la tentación de calificar al nuevo
gobierno aplicando la misma medicina, pero en este espacio no somos amigos de
los sofismas, tratamos de aplicar la lógica formal en el marco de nuestra
subjetividad. Los dilemas políticos se deben dirimir dentro de ese campo, y en
el peor de los casos y por obvia rigurosidad institucional se debe dejar a los
resortes judiciales que se expidan. Incluso si observamos que este poder público
es sumamente permeable a los sectores dominantes de la sociedad también existen
mecanismos institucionales para revertir ciertas inercias. Lo concreto y
tangible es que el actual ejecutivo ha desarrollado una serie de reformas mediante
mecanismos extralegislativos sin el debido debate político y plural que la cosa
pública requiere. La herramienta utilizada es legal. Los Decretos de Necesidad
y Urgencia son constitucionales, acaso el mayor retroceso radica en el abuso, en
el demérito cualitativo que se le está ofertando a la ciudadanía, cuestión que
ésta deberá evaluar oportunamente de acuerdo a sus parámetros conceptuales.
Volviendo a la catarata calificadora
que supimos soportar con marcado estoicismo en estos años nunca fueron las
formas, siempre fueron los fondos. Nunca fue la calidad democrática el dilema,
siempre fue la cantidad de bienes a disponer y atesorar. Nunca fueron los
medios, siempre fueron los fines. Debemos aprender la lección y no ser en el
futuro políticamente tan correctos. Los Ceos en ejercicio poco se interesan por
la calidad de la democracia, el Congreso y las instituciones, más allá del
discurso, sus fines están por encima de cualquier estatus. Y la experiencia
vale, como vemos la legalidad legislativa no asegura nada, lo único seguro en
política es acotar al enemigo a su mínima expresión y eso es lo que están
haciendo los recursos humanos de Cambiemos en representación del establishment.
El maravilloso arte de la política se ha transformado en una ciencia dura, y
esto es debido a la cantidad y calidad de los conflictos existentes, y estos se
desprenden de las enormes desigualdades que la sociedad capitalista genera. Perder
el poder real significa perder privilegios y sus beneficios, y es allí en donde
descansa la puja.
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