LA PATRIA por Dario Sztajnszrajber (y el drama de los expulsados, de los no considerados, de los excluidos, a decir de la humanista Juventud Radical de Coronel Dorrego, de los "apátridas")
"Por eso si te preguntan
por el mundo, responde simplemente: alguien está muriendo". -Roberto
Juarroz-
Una de las
intuiciones del pensamiento dialéctico es haber comprendido el desfasaje que se
produce entre los cambios materiales en el mundo y las instituciones que
pretenden sostener el orden social. Las instituciones, por ello, muchas veces,
permanecen como estructuras que aunque desfasadas intentan todavía ordenar una
realidad que sin embargo se desborda. Categorías como fantasmas a las que
acudimos porque todavía no contamos con otras; o peor, categorías a las que
acudimos porque son fantasmas que nos dan un respiro frente a un orden que se
nos derrumba.
Uno de estos casos
es la idea de patria. ¿Con qué idea de patria nos pensamos como ciudadanos?
¿Nos alcanza la idea de patria tradicional para comprender las problemáticas
sociales del mundo global?
Hay dos elementos
conceptuales que acompañan a la noción de patria en sus márgenes y en sus
oposiciones: por un lado, la idea de frontera, y por el otro, la idea de
extranjería. La patria necesita definirse, esto es, poner fines, límites,
fronteras. Una patria necesita de otra para autoafirmarse en su identidad, para
diferenciarse. Y para que la delimitación funcione resulta necesario encontrar
un sustrato común que unifique a todos los miembros de la patria y los distinga
claramente de los demás. Tan simple sería todo si las fronteras fueran
precisas, pero las fronteras no pueden ser precisas porque son fronteras, o
sea, zonas de tránsito, de mezcla, de contaminaciones. Tan simple sería todo si
encontrásemos ese sustrato común, pero ese sustrato no se encuentra porque lo
común se construye, o sea, las identidades se van configurando de modo
narrativo, ficcional, artificial.
Toda nación es una comunidad imaginada, planteaba Benedict Anderson, y
está claro que para que un estado nacional funcione, resulta necesaria una
integración que penetre en el imaginario esencial de una propiedad comunitaria.
La patria como una familia ampliada, donde el territorio sólo sea la excusa
para que todos aquellos que compartimos una mismidad (una misma esencia) nos
realicemos en común. Es interesante por ello repensar en la historia de las
fronteras de la mayoría de los estados nacionales modernos; y a la inversa,
comprender la artificialidad de una construcción que se deconstruye fácilmente
en lo nacional, lo étnico, lo cultural. ¿O en el fondo no somos todos mixtos?
Claro que por
suerte está el extranjero. Aquel que desde su identidad tan clara y evidente
como la nuestra, nos ayuda a confirmarnos en lo que somos. Yo tengo mi lengua,
él tiene su lengua. Yo tengo mis costumbres, él tiene sus costumbres. Yo tengo
mi historia, él tiene su historia. Yo tengo, él tiene. Pero el problema no lo
tiene el que tiene, sino el que no tiene. El verdadero extranjero nunca es
simétrico. Es extranjero porque es carente. El verdadero extranjero nunca es un
semejante. Es extranjero porque su diferencia nos resulta incomprensible. El
verdadero extranjero no es un par con quien establecer relaciones diplomáticas.
Es extranjero porque no tiene voz. El verdadero extranjero no tiene
pasaporte. Es extranjero porque irrumpe.
Si la patria se
juega en los derechos que poseemos como ciudadanos, entonces la pregunta es la
de siempre, de Marx a Hannah Arendt: ¿cómo defender los derechos de los que no
tienen derechos? Incluso, se vuelve clave repensar los alcances mismos de los
derechos humanos, a partir de las fisuras entre el ser ciudadano y la vida
desnuda: si la última frontera es el pasaporte, ¿cuál es el lugar de los
indocumentados? Se puede pensar la patria como la comunidad de los propios,
pero se puede pensar la comunidad como la apertura infinita al otro. Roberto
Espósito retoma la etimología de la palabra comunidad no tanto como lo común
sino como el compartir un "munus", una figura del derecho antiguo que
propiciaba la obligación de dar, de abrirse a la necesidad del otro. Invertir
el esquema y hacer de la patria una gran frontera. Un lugar de oscilación creativa
entre lo propio y lo extraño. Entre lo que una comunidad tiene al mismo tiempo
de propio y de extraño.
Tal vez la patria
se esté jugando en cada muerto de cada barco hundido…
Fuente: Infonews
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