Gracias
al clima de época la cultura está politizada.
No somos un movimiento ágrafo. Nunca lo fuimos.
Arturo Jauretche, John William Cooke, Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi y,
fundamentalmente, Juan Perón (sólo por nombrar algunos) son la muestra más
elocuente de que aquello de “alpargatas sí, libros no” es una construcción y
una proyección del más rancio “gorilismo” vernáculo, que ha generado una línea
de pensamiento rabioso que encuentra picos de notable inquina en “Viva el
cáncer”.
No éramos un movimiento ágrafo en los inicios. Juan Perón era un hombre
culto y polifacético. Buen pianista, pintor de marinas en sus ratos de ocio,
empedernido lector de los filósofos clásicos y de los teóricos de la guerra,
escritor incansable... No somos un movimiento ágrafo, ahora es más que seguro que a un sector de la
“intelligentzia” le gustaría que lo fuera.
Por eso, la idea de que la cultura está “politizada” (diagnóstico que,
en realidad, debería leerse como “peronizada”) se diluye frente a la
demostración palmaria de que los mejores textos políticos de los últimos años
han surgido de las plumas de los escritores que adhieren al campo nacional y
popular,
Norberto Galasso, José Pablo Feinmann, Pacho O’Donnell, Horacio González
han producido libros superiores, por su prosa y por su contenido.
¿Que ofrecen los que se rasgan las vestiduras porque la cultura está
politizada para oponerse a estos textos político? Nada. Libros escritos como si
fuesen “revistas del corazón”, indagando sobre el color de los calzoncillos de
tal dirigente o sobre la militancia universitaria de tal otro. Y, gracias a que
hemos podido derrumbar en gran medida los prejuicios al respecto, se han
cuidado bien de opinar sobre las identidades o elecciones sexuales.
Seguramente “ellos” desearían que no pudiésemos plasmar nuestras ideas.
Que nuestros libros no se vendieran (ni haciendo fuerza pudieron desplazar al
libro de José Pablo Feinmann de los primeros puestos del ranking de ventas).
Pero más desearían que no pasáramos ni por enfrente de la Feria del libro.
Ellos quisieran ser el “olimpo” del pensamiento autóctono para volver a
poner la Política en el diccionario de malas palabras, pero, a pesar de ellos,
la “cultura está politizada”. El país está “politizado”. América latina está
“politizada”.
El Pueblo ha vuelto a la Política. Hemos recuperado el discurso para la
política. Ellos ya no son los dueños como lo fueron por los ’90, cuando
Bernardo Neustadt nos explicaba sabe Dios qué cosa...
Fuente: Página 12
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