EL DISCURSO DE CRISTINA y EL FUTURO




El discurso de la Presidenta y sus dos relativos

por Enrique Mario Martínez para Tiempo Argentino

Toda persona con vocación de analizar el discurso de la dirigencia política, muy en especial cuando quien emite el discurso ejerce un liderazgo nacional o continental, debe eludir la tentación de plantear su tarea tomando como referencia marcos absolutos o teóricos que definirían el deber ser de un gobernante.

Ese error no se debe cometer, no sólo porque sería imposible justificar el derecho de cualquiera a creer que se dispone de atributos para mirar una sociedad desde algo más arriba que el resto de los ciudadanos. Tampoco se puede cometer porque una correcta interpretación de la historia debería sumar a cualquier marco teórico todos los componentes que hagan a su viabilidad de implementación en términos relativos, para un país y para un momento histórico.

El punto es que para examinar el discurso de Cristina Kirchner del 1 de marzo de 2015 hay dos relativos: uno respecto de la oferta política alternativa en la Argentina y otro respecto de las perspectivas del programa de gobierno y el modelo de gestión iniciados en 2003.

En el primer aspecto –la comparación con la oferta alternativa –bastaría que cualquier persona interesada en la política imagine que en lugar de CFK hubieran estados sentados allí Mauricio Macri o Sergio Massa o cualquier nombre presidenciable de estos tiempos. No hay posibilidad siquiera de intentarlo.

En términos de elocuencia; de capacidad de vincular metas explícitas con logros cuantitativos; incluso al confrontar en planos ríspidos, como la interpretación de los dos atentados que sufrió nuestro país en 1992 y 1994; no puede sorprender a nadie que la repercusión popular –un parámetro esencial– sea muy importante y nadie, en un espacio de tanta competencia personal, pueda siquiera imaginar estar en su lugar con solvencia comparable.

El momento político, sobre todo a pocos meses de comienzo de una nueva gestión presidencial, exige encarar el análisis relativo desde dentro del propio proyecto, con cuidado, en detalle y con la mayor honestidad intelectual posible.
Mirado así, lo primero que aparece es un muy importante triunfo económico y a la vez ideológico al haber modificado de raíz la importancia de la deuda externa, que por décadas nos condicionó de manera asfixiante. La decisión de cancelar la deuda con el FMI y aprovechar el default heredado para reestructurar la deuda y a continuación hacer los esfuerzos necesarios para pagar y sacarnos esa mochila de encima, cambia el marco de un modo que debe ser valorado muy especialmente. Si hay planos donde debe evitarse el retroceso a escenarios anteriores, este es absolutamente central.

A continuación, el discurso de CFK es casi apabullante por el detalle de lo logrado en materia de derechos civiles y en materia de apoyos económicos a los más humildes, a los que hasta ahora no tenían los recursos más elementales. Pensar en la AUH, en la jubilación a pesar de aportes insuficientes, en la actualización por ley de los ingresos del sector pasivo, en los numerosos programas de capacitación y contención laboral, el aumento del SMVM y las paritarias, es transitar por un instrumental de un Estado de Bienestar casi impensable en 2001.

Un tercer componente irrefutable y notable es el desarrollo de la infraestructura. Escuelas, rutas importantes, energía de diversas fuentes no renovables, hospitales, comunicaciones, redes de agua potable y cloacas, se han mejorado y ampliado en magnitudes que no pueden ser siquiera comparados con etapas previas.

No sólo la decisión sobre la deuda externa implica una opción ideológica. También la forma de asignar los recursos públicos en el estado de bienestar y a la infraestructura.
Ese conjunto es explicitable y defendible, entroncándose en los orígenes justicialistas de hace más de medio siglo. No son la verdad revelada, pero constituyen un conjunto claro que apunta a conseguir mayor equidad en el tejido social.
Como complemento imprescindible de esto, sin embargo, debe ser examinada lo que llamaríamos la base material del proyecto, que no es otra cosa que la producción de bienes y servicios con los cuales se generan no sólo las exportaciones o el consumo nacional, sino también los recursos públicos –por impuestos y tasas – con los cuales atender las erogaciones antes mencionadas.

Allí el discurso nos recuerda uno de los principios básicos del proyecto: estimular el mercado interno como base de la acumulación y el crecimiento.

En tal sentido, cualquier comparación con 2003 da resultados positivos, de crecimiento, de mejora en el consumo global y en la distribución de ingresos. Sin embargo, cuando fraccionamos un período de 12 años –largo para el mundo actual– en lapsos más cortos, queda claro que la tasa de crecimiento de la economía y los parámetros de bienestar popular asociados a ella tienen una evolución mucho menos espectacular que al principio.

Necesitamos explicación para eso. La necesitamos porque debemos articular las medidas correctivas para los tiempos que vendrán, por dos razones:

a) Para ser coherentes con nuestra meta de justicia social.

b) Para evitar que reflote mínimamente el ideario neoliberal sobre la base de una ausencia de diagnóstico nuestro de los problemas.

No basta con que Brasil tenga problemas y nos arrastre. En todo caso: ¿Por qué Brasil tiene problemas? ¿Por qué nos arrastraría, en que se funda nuestro Brasil dependencia?
El encadenamiento de preguntas sobre los problemas y las consiguientes explicaciones deben formar parte de nuestro discurso, porque las explicaciones que nosotros podemos y debemos dar no sólo son más correctas que las de los conservadores, sino que contienen mejor las necesidades populares.

Las explicaciones de fondo son estructurales y surgen de nuestra dependencia histórica y de la hegemonía multinacional en casi cualquier actividad determinante de la economía, desde los bancos hasta las exportadoras de granos.

Esa hegemonía es soslayable en etapas históricas donde se emerge del subconsumo como sucedió en los primeros años de nuestro gobierno, pero es crucial considerarla cuando aparecen tensiones salariales, de manejo de divisas, de opciones de inversión, en que las multinacionales deciden de un modo que suele ser distinto al interés general.
La especulación financiera y la dependencia productiva están detrás de los problemas brasileños. El tamaño de su economía arrastra al resto de nuestros países. Pero está claro que no estamos ante cuestiones resolubles por ajustes de la gestión, meramente.

Ni los pendientes de pobreza, de inflación, de trabajo en negro, de disponibilidad de divisas, de crecimiento industrial, de sustitución de importaciones industriales, son cuestiones derivadas de impericia de funcionarios, esencialmente. Tienen que ver con operar una estructura productiva con baja autonomía, donde los poderes globales pueden más que los nacionales buena parte del tiempo.

En tal sentido, ni el importante discurso de Cristina del 1 de marzo, ni el de Daniel Scioli del día siguiente, ni la prédica de Florencio Randazzo, ni obviamente ninguno de los pobres – paupérrimos– discursos de la oposición, mencionaron o mencionan esta cuestión estructural.

Argentinizar y desconcentrar el sistema productivo, los bancos y el sector comercial minorista y exportador de la Argentina es una prioridad de 2016 como lo era en 2003 sacarse las garras del FMI de la garganta y a la vez recuperar el mercado interno. Los caminos serán complejos y de infinitas complicaciones, pero lo que no podemos hacer es olvidar la meta.


Por lo que se consiguió es que cambian las prioridades. La historia es así y es necesario advertirlo. Vamos juntos para adelante.

Fuente: Tiempo Argentino

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