Una buena casa, una hermosa
compañera, un par de cachorros para hacerse cargo y todo el mimo de los que te
amábamos. Demasiado hermoso para ser real. Viste, era la copia del cuento “Una
Familia Repulsiva” de Guillermo Martínez. Me acuerdo cuando te oficié de partero. Fuiste el primero de una hilera de
cuatro. El golpe en la cabeza que te pegaste sobre la improvisada colcha cuando
mami te parió en la ferretería me llenó de angustia. Te ayudé aún sin saber
cómo. No me importaron tus sucios humores violáceos. Me mirabas sin mirarme y
eso me alcanzaba para ser feliz. Recuerdo haber llamado a Dorita, tu amada
Dorita, para preguntarle qué debía hacer. Te bauticé Walter y al hermanito que
te siguió, Bénjamin. Dos panditas cuya diferencia radicaba en un lunar de pelos
negros linderos al morro. Te tuviste que bancar de entrada y por prepotencia mi
amor por la filosofía y mi admiración por uno de los maestros de la escuela de
Frankfurt. ¿Cuántos ensayos y notas de opinión escribimos juntos para Nos
Disparan, en la soledad del negocio?. Vos pegadito a la PC, allí, siempre
sentado a mi lado, en posición alcancía, yo tratando que alguna tierna caricia
me contagie, aunque más no sea, un poco de tu elegancia. El Colo y Panchito completaron
esa línea de cuatro zagueros que por varios meses nos cuidaron de ratones y
alimañas.
Hacía rato que Mami y el Colo
habían partido misteriosamente, Bénjamin también había logrado formar familia
haciéndose macho en lo de Beatriz y Panchito sigue viviendo su gorda, castrada
y elegante vagancia en lo de Martín.
De lo de Pancho Ricciutti a la
Cooperativa, de la Cooperativa al Club, del Club a la Pileta, de la Pileta a lo
de Nena Rago, de lo de Nena Rago a la Ferretería, de la Ferretería a nuestros
brazos. Porque siempre volvías a nuestros brazos. Y un día nos fuimos de la
Ferretería y de pronto te enamoraste y encontraste tu lugar en el mundo, tus
escondites, tus recovecos, tus amores y tus sombras veraniegas. Y fuiste Papá,
y fuiste un Papá extremadamente presente, cosa rara dentro de los gatos. Dorita
seguía estando allí, todas las mañanas, aunque estuviera lloviendo, para darles
de comer, para curarles alguna herida, para protegerlos de los indeseables de
turno.
Hoy a la mañana, en el marco de su rutina diaria, Dorita te descubre tirado en el cordón cuneta de “tu esquina”, parecías dormido. Tu cuerpito panda
acongojado sin señales ni reacción marcaban lo inexorable. Me llamó al instante, se la escuchaba llorosa, acaso derrotada: y fue el peor
llamado que recibí, la peor noticia, el peor regalo, el más miserable y cruel
de los homenajes. Por supuesto que nadie tiene la culpa mi amor, o por lo menos
nunca sabremos si alguien la tuvo. Viste que cuando matan a un gato nunca hay
testigos, ustedes lo saben mejor que nadie. Estigmatización se llama,
ignorancia me atrevo a afirmar. Acaso un auto, no lo sé, parecías roto por dentro,
sin embargo no había sangre. Hasta tu cuerpo panda tuvo la generosidad para que la
definitiva partida no fuera percibida como traumática de manera que esa última imagen no
perturbara ominosamente nuestros recuerdos. En estas circunstancias testimoniales
los perros tienen un poco más de fortuna, sólo un poco, no más.
Hoy cumplo 54 y no tengo nada que
festejar, no quiero festejar, no puedo festejar. Cómo hago para hacerlo si en
lugar de tenerte en mi falda, y acariciarte y besarte, y que me regales tus más hermosos mimos y lisonjas, te
tuve que enterrar bajo un árbol en el cual hasta ayer te trepabas en loca
carrera ascendente. Te juro Walter que no sé cómo pude hacerlo, sospecho que en
parte me ayudaron las cientos de lágrimas
que cayeron sobre la pala…
Solo alguien que tuvo la suerte de ser adoptado por un gato puede entender el dolor de perderlo.
ResponderEliminarUn gran abrazo.