CULTURA: En el día de la militancia, Daniel Santoro, el pintor peronista: “La falta de respeto siempre está incluida en la poética del arte”
Daniel Santoro, el artista plástico que patentó una particular visión artística de la iconografía peronista, habla de su obra, el papel del arte en el contexto político de una nación y su rol de “pintor peronista”. También anticipa la idea central que, junto a Miguel Rep, impulsa la fundación de una Bienal Unasur a concretar en 2015.
Son las
once de la mañana de un día laboral y Daniel Santoro se encuentra en su taller
del barrio de Congreso, pegando unas personitas de yeso en miniatura en la
majestuosa nave que está por exponer en la Fundación OSDE y que funciona como
maqueta de un proyecto imposible que se puede ver en el documental La ballena
va llena todos los viernes en el Malba. La película fue una idea del grupo
Estrella del Oriente (conformado por Juan Capurro, Tata Cedrón, Marcelo
Céspedes y Pedro Roth), en la que aparecen las aventuras de estos cinco hombres
en la búsqueda de financiamiento para trasladar cientos de miles de migrantes
del Tercer Mundo a los países centrales convertidos en obras de arte. Así como
suena. Este fue el diálogo que tuvo con Miradas al Sur.
–¡Qué delirio! ¿Qué hay detrás de
esa propuesta?
–En el
mundo del arte hay ciertas imposturas que se ven muy claramente en la película
cuando se acepta a nivel simbólico algún tipo de idea conceptual de lo que
sería la ampliación del concepto obra de arte y cuando eso se realiza en la
práctica. Nosotros pensamos que todos los migrantes podrían ser obras de arte
y eso causa un quilombo político que el mundo del arte no puede sostener. Es
decir, cómo se le pone un límite a lo que es arte y no es arte después del
Mingitorio de Duchamp. Por eso, el mingitorio es el emblema de la nave, qué es
arte y qué no. Entonces, hay teorías institucionales, lo que la institución
decide qué es arte eso es arte; lo que es aceptado por la institución, los
teóricos, los museos y los críticos de arte, eso será el lugar del arte. Es la
decisión institucional y por eso la nave es como una síntesis de todas las
instituciones que a bordo tiene a los teóricos que producen obras de arte que
dicen que esto es arte. El problema político es que los del Primer Mundo
aceptan obras de arte del Tercer Mundo, pero no migrantes. Y la obra de arte,
el objeto, está por encima del sujeto. Entonces cuestionamos la idea del sujeto
objeto y convertimos al sujeto en objeto, sin perder la categoría de sujeto
humano, sino incorporándole la categoría de objeto artístico. De esa manera
planteamos el problema. ¿Cómo entran a otros países? Como objetos artísticos.
Entonces, si entran con la legislación que protege a las obras de arte, están a
salvo. De esa manera tendrían que ser aceptados por las instituciones
artísticas. Desde el punto de vista teórico está todo bien, pero el problema es
político. El arte político es nominativo y funciona en el concepto, pero no
opera sobre la realidad. Y de ahí la idea de que el arte pueda cambiar el mundo
es una idea cuestionable. El arte no cambia nada. Lo que puede cambiar el mundo
son las revoluciones, la acción del hombre. La voluntad del artista es
embellecer el mundo y generar símbolos, en todo caso, emblemas, pero no cambiar
el mundo. El mundo no se cambia con el arte. Esa es una de las cosas que la
película pueda llegar a develar.
–Es interesante que critique el
arte político siendo usted un artista de los llamados “comprometidos”.
–El arte
político muestra sus deficiencias cuando tiene que desafiar realmente los
límites institucionales. En este caso, el tema pasaría del mundo del arte a las
Naciones Unidas porque debería hacerse una nueva legislación sobre cómo
circularían estas personas-obras de arte. Pero mi obra está en la pintura, lo
otro es una especie de divertimento y provocación. A mí lo que me gusta es el
dibujo y la pintura. Ese es mi mundo por más de que sea antiguo y esté
transitado: siempre hay una voz posible. Es como alguien a quien le gusta tocar
el piano: se pueden hacer tantas cosas con la electrónica, pero uno tiene un
piano y toca el piano.
–Asimismo, está también abocado a
la creación de la Bienal de Unasur.
–Es un
proyecto que hace años está dando vueltas. Lo empecé yo y compatibilizamos un
poco con Miguel Rep y de ahí sacamos la idea de una bienal internacional de
arte en línea con las grandes bienales, San Pablo y Venecia.
–¿Cuál es la necesidad para
hacerla?
–El arte
latinoamericano califica uno en cien con el arte contemporáneo sin calificativo.
Cuando le ponés “latinoamericano” le bajás mil puntos. Hablando en plata,
Jackson Pollock son 140 millones de dólares en Sotheby’s; Diego Rivera, que es
el latinoamericano que más califica, es un millón y medio. Esa relación también
está en el concepto del arte. El arte latinoamericano es una especie de arte
clase B. Esa denominación es muy cuestionable. ¿Por qué no se habla de un
artista polaco o inglés? Hay una clasificación en desmedro de lo
latinoamericano. Las naciones de la Unasur en su conjunto plantean una bienal
del arte donde sea convocado todo el mundo del arte, que no sea una bienal de
arte latinoamericano exlusivamente, que sea Latinoamérica que se presenta en el
mundo del arte. De esa manera se suma como una voz más, y no como un supernumerario
de la voz principal que serían las naciones centrales. Eso se ve muy
descarnadamente en Venecia, donde las representaciones nacionales y las
pequeñas naciones del Tercer Mundo se ven forzadas a sobreactuar la
nacionalidad, como negritos con ritmos, forzados a tener una cualidad que las
identifique y diferencie. Yo soy especial porque hago algunas alfombritas y me
disfrazo de gaucho y tengo pueblos originarios, exhibo mis diferencias y hago
una especie de Feria de las Naciones patética para bailarle a los amos que no
dicen nada de su identidad, la niegan incluso. Porque ellos tienen el poder
real, no necesitan exhibir identidades. Eso es lo que se ve en Venecia muy
crudamente. ¿Te imaginás a Alemania exhibiendo su germanidad? ¡Aparecería un fantasma
espantoso!
–¿De qué manera se rompería con
esta idea en la Bienal?
–El
mundo del arte es disruptivo y esa cosa de agarrarse de esa identidad, de las
pequeñas diferencias, es un signo de debilidad. No fue interesante lo que hizo
la Argentina en la última bienal de Venecia, que fue a mostrar a Evita de
manera esplendorosa como diciendo: “¡Ay, tenemos una mujer preciosa! ¡Un hada
buena!”. Una tontería. Tenemos que sustraernos también nosotros en ese sentido
y plantear el problema del arte real del mundo porque este problema de los
migrantes no es un problema latinoamericano sino del mundo, y ponerle en el
rostro ese tipo de cosas no muestra identidades sino sus problemas. Hay que ir
a plantear el problema que tienen con el capitalismo, con el mundo financiero,
no a mostrarles nuestra pampa, los problemas de nuestros gauchos, de nuestros
tanguitos o Carpani, sino sus problemas en la cara. Por suerte se está
avanzando en conversaciones muy interesantes con Unasur.
–¿La idea es hacerla en el Centro
Cultural Néstor Kirchner?
–Sería
interesante que se funde la institución Bienal cuando se inaugure el Centro
Cultural Néstor Kirchner. Es el gran lugar para tener una proyección
internacional innegable, muy importante por el volumen que tiene, por la
diversidad de eventos que se pueden realizar ahí y después se usarán talleres
ferroviarios. Habría que hacerla el año que no está la Bienal de San Pablo para
dialogar con San Pablo, desde ya.
–¿Cuál es la necesidad de hacer
otra bienal en Latinoamérica, teniendo a San Pablo?
–San
Pablo está incluida dentro del circuito internacional de bienales, no tiene una
propuesta territorial. Nosotros lo planteamos como una propuesta territorial.
San Pablo no tiene representaciones nacionales, sino que se abstiene de la
pertenencia a las naciones. Es autónoma del mundo del arte, por eso funciona
incluida dentro de los circuitos. La nuestra es una propuesta territorial. El
desafío no es reafirmar nuestra identidad sino sumar una voz al concierto
internacional, por eso la bienal tiene que interactuar con artistas
internacionales de calidad. No es una bienal hecha por artistas
latinoamericanos, sino para latinoamericanos. Es una bienal hecha desde
Latinoamérica para el mundo.
Por eso
es importante que esté abierta para los artistas internacionales y los temas
que se toquen sean los del mundo internacional. Hay muy poco tiempo y, en caso
de que suceda, lo que se podrá hacer es una prebienal, una muestra
representativa de intenciones de la dirección que se le quiere dar al evento.
–La inclusión de Perón y Evita en
sus cuadros, ¿considera que no puede ser entendido como una muestra de la
particularidad nacional?
–Ahora
estoy trabajando más con el tema del ser nacional, ironizando. Qué es lo
nacional y lo popular. Tiene que ver mucho con la infancia, una especie de
diario de la infancia. Y trabajo sobre eso un poco críticamente, como esa
necesidad de tener en una caja guardado todo lo que nos hace ser argentinos, lo
que nos hace ser diferentes y demás, y yo ahí me meto y cuestiono un poco esas
cosas y al mismo tiempo también, porque no me gusta ser cínico ni distanciarme,
sino tener una mirada de amor hacia esa especie de tesoros de la juventud. Creo
que uno puede trabajar eso genuinamente desde las propias vivencias sin
necesidad de hacer un monumento de eso, una celebración. Sino al contrario, es
ese distanciamiento crítico el que te permite tener una mirada un poco más
genuina y no pagar tributo de ningún tipo. Porque milité en el peronismo no
tengo que hacer un monumento. El peronismo es una mierda como muchas mierdas
que andan dando vueltas por ahí. Yo tengo que tener esa posibilidad de criticar
muchas cosas y desde el punto de vista del arte poner eso en el terreno de la
poesía y no en el terreno de la política porque siempre el problema del terreno
de la política es que uno siempre tiene que pagar un tributo, tener que hacer
algún monumento, respetar algunas reglas, hacer celebraciones necesarias, los
rituales. La política impone algunos rituales, algunos emblemas intocables, en
cambio desde la poesía podés manosear todo y armar una ensalada nueva y crear
tus propios emblemas en todo caso. Y edificar tu lugar desde donde vos podés
mirar. No tener que sumarte al lugar de otro y pensar que haciendo esa galería
de próceres vos pagás tributo y estás haciendo algo tuyo porque no lo estás
haciendo, estás metiéndote en la casa de otros. El arte se trata de construir
tu propia casa, tu propia voz, una voz que siempre está desfasada y hay veces
que hay que cagarse en Jauretche, en Carpani, en todos los héroes que uno
calcula que debería respetar. La falta de respeto está incluida en la poética
del arte, no en el sentido de la irrespetuosidad sino en cuestionarlo todo.
Como dice el Tao: todos son perros de paja. No hay nada real encarnado. En
algún punto no queda nada y lo único que queda es la poesía, precisamente donde
uno puede construir entonces esa contradicción.
–¿Así y todo sigue siendo un
pintor peronista?
–Claro
que soy un pintor peronista. En este sentido, ¿qué es el peronismo? ¡No sé qué
carajo es el peronismo! Se ve qué es y te van a acusar de que eso es peronista
de derecha o de izquierda. Me chupa un huevo todo. Yo intento hacer algo con mi
propia poética e inventiva. Yo me invento un peronismo. Lo mío no sirve para
operar en la política. Para eso están Jauretche o Carpani que operan en la
política. Carpani se especializa en pintar al sujeto histórico, emancipador. Yo
pinto juguetes de la historia, marionetas, pobres tipos que no sé si van a
lograrlo, que siempre están a punto de fracasar.
–¿Su obsesión con el peronismo
tiene algo que ver con haber nacido en la época de la proscripción?
–Todas
las visiones que se tienen de Evita, todas las conversaciones con parientes
ultragorilas, en el barrio, en la universidad... Con todo eso, yo hago un monstruo.
Armo esa cosa que es el peronismo que es tan difícil de definir y abordar que
es como “la cosa” en el sentido heideggeriano, das Ding, como en la película La
cosa, lo que está ahí y no llega el lenguaje a decir de qué se trata. Nadie
puede abordar bien al peronismo de frente porque es un monstruo que tiene
tantas facetas, oscuridades, luminosidades, te deslumbra, es abismal. Somos
nosotros el peronismo, es la Argentina, es muy difícil sustraerse del
peronismo, el peronismo como fatalidad.
–¿Existe el momento fundacional
en el que comienza a investigar las figuras del peronismo?
–No sé
bien cómo sucedió, pero surgió la necesidad de ver ahí algo, completar algo. En
el fondo había una especie de deuda pendiente, como decir: está este dibujito
que me persigue, hay algo ahí que tendría que plasmar. Desde las conversaciones
políticas uno descarga cosas, como viejas deudas de la militancia. Yo empecé a
militar a los 14 años y hay cosas que nunca se saldaron, porque hubo muchas
cagadas que uno hizo durante la militancia, boludeces que se creyó que eran de
una manera y resultaron de otra y esas son pequeñas deudas que se van
acumulando y eso también se descarga en los cuadros. También está eso presente.
En un momento usaba mucho la cinta de luto y eso era muy revulsivo y pequeñas
cosas del culto a la personalidad que uno critica ahora con el tiempo. ¡Qué
pelotudez tanto culto a la personalidad! Pero eso, ponerlo en los cuadros es
lindo porque produce esas tensiones y no es un cuadro que uno dice que está
celebrando al peronismo, hay un costado de oscuridad que está presente. No es
exactamente una celebración, pero tampoco una denostación y ahí es donde hay
una cierta vitalidad, la ambigüedad. Y eso está bueno porque sino seríamos
todos progresistas y funcionaríamos en la luminosidad plena. Todo sería
superdemocrático, todo lo oscuro circularía por un lugar lejano. El progresista
crea la ilusión de que todo lo abyecto está lejísimos y uno ni siquiera se
salpica, crea esa ilusión y luego se da cuenta de que está metido en la mierda
hasta las orejas, pero ya es tarde. En cambio el peronismo reconoce desde un
primer momento que chapotea en la mierda y ahí está donde me gusta el peronismo
porque no se pretende limpio. Se pretende oscuro desde un principio. El negro
que chapa unos mangos, ese es un negro peronista y después como le gustó la
guita, algo que el progresista no tolera, ahí es donde me hago peronista y me
voy a comer un asado con el más corrupto sin ningún problema.
Sin querer sonar antipática no termino de entender porqué este tipo es un pintor peronista. Porque si nos guiamos por su propia argumentación lo mismo podría ser liberal, demócrata progresista o troskysta...haber militado en el peronismo ayer no te hace peronista hoy. La gente cambia aunque olviden quitarse la etiqueta.
ResponderEliminarY me hace ruido su actitud de superado cool, de esos que escupen de colmillo y te dicen: todos somos una mierda, pibe, y si vos decís que no querés ser una mierda es que sos un pelotudito o un hipócrita.
Porque aunque le parezca mentira al superado de turno (me importa un cuerno su condición de artista en este punto) algunos queremos ser buenos y aunque no lo logremos lo intentamos bastante.
Al final, las cosas grandes las hacen los idealistas como señalaba el padre Mugica. Eso sí, mientras tanto los vivos de siempre se comen el asadito con el corrupto de turno y se encogen de hombros...
Sabés que cuando leí el reportaje me dio la misma sensación. Un superado de la política, acaso un visitante antropológico. De esos que dicen correrse del ojo de la tormenta y se ponen a calificar y cuantificar a partir, como decís vos, de su SER COOL. ¿Cómo es eso de escarpase del ojo de la tormenta política? así cualquiera.
ResponderEliminarDe todas maneras rescato del tipo su militancia artística desde la plástica. Me parece que va dejar un profundo testimonio de una época. Me atrevo a recomendarte que te hagas un paseo por su obra. Cada cuadro es un símbolo peronista taxativo, crudo, parece una poesía de Leónidas Lamborghini, más allá de las contradicciones y despechos que él tenga como individuo peronista.
Besos.