El lugar de Argentina en el mundo - Entre dos globalizaciones por Federico Vázquez para Le Monde diplomatique
La visita de los presidentes de China y Rusia
confirma un giro en la política exterior argentina, que a la integración
regional suma ahora un abanico más amplio de alianzas. La novedad se explica
por la orientación ideológica del kirchnerismo pero también por el carácter
multilateral de la “globalización del siglo XXI”.
Como decía el general Perón, la única verdad es la realidad, y hoy
estamos más cerca que nunca.” La frase no pertenece a un concejal del Partido
Justicialista en medio de una campaña electoral sino al presidente de China, Xi
Jinping, en la cena de honor que el gobierno argentino le brindó el pasado 16
de julio, en el marco de la gira regional por la reunión de los BRICS que se
realizó en la ciudad de Fortaleza, en Brasil. Además de palabras, Xi Jinping
prometió inversiones en trenes, represas y un colchón de yuanes como ayuda
financiera.
Cuatro días antes, en una escena similar, la presidenta Cristina
Fernández había recibido al líder ruso Vladimir Putin, quien definió las
relaciones con Argentina como “estratégicas”. Avanzaron, además, en acuerdos
comerciales e incluso nucleares: la empresa estatal rusa Rosatom podría
involucrarse en la construcción de una nueva planta nuclear en el país.
Estas visitas no se dan en un mundo tranquilo, más bien todo lo
contrario: dos meses antes, Moscú y Beijing firmaron un convenio energético sin
precedentes, por el cual Rusia abastecerá durante 30 años un tercio del total
del gas que hoy consume China. Una contracara del conflicto por el mismo
producto que hoy enfrenta a Rusia y Europa en la nueva “Guerra Fría” que se
libra en Ucrania. Este escenario confirma la idea de un mundo en ebullición,
donde algunas claves que parecían obsoletas (la geopolítica, la lucha por
recursos básicos, la tensión Occidente-Oriente) vuelven a tener vigencia. Pero
esta vez no se trata de un eco lejano que retumba tardíamente en estas
latitudes sino de un impacto inmediato: el lugar que Argentina (y la región)
ocupa en el mundo parece jugarse en estos cambios.
Transformaciones
Desde el fin del proyecto del ALCA en la célebre Cumbre de Mar del Plata en 2005, América del Sur y Argentina comenzaron a transitar un camino de integración regional que, si bien tuvo sus altibajos (hoy, después de unos años de febril actividad diplomática de los presidentes, se ve una meseta preocupante) se consolidó como un primer anillo de alianzas internacionales para cada uno de los países.
Casi diez años después, la reunión de los BRICS en el norte de Brasil,
en la que la Unasur participó como invitada –y, dentro de ese marco, las
escalas de Putin y Jinping en Argentina– muestran un segundo paso en la
estrategia de inserción mundial que el país y la región iniciaron en aquel
momento. El contraste con el anterior consenso de “alineamiento automático” con
Estados Unidos es demasiado evidente como para necesitar mayor argumentación:
sólo hay que remarcar que el cambio de eje es abrupto, se llevó a cabo en un
período menor a una década y, por ahora, los beneficios parecen mayores que los
costos.
Esta aparente esquizofrenia de Argentina, que en diez años cambia sus
históricas alianzas continentales y hasta hemisféricas, no sólo se explica por
el signo ideológico del gobierno sino también por un mundo de mercancías e
intercambios que tiene poco que ver con el de hace diez o quince años. En
efecto, después de una década en la que las materias primas se tomaron revancha
de los precios declinantes de casi todo el siglo XX y en la que los polos de
producción y consumo se multiplicaron en zonas antes marginales del planeta,
las nuevas ecuaciones económicas comienzan a encontrar una traducción política
concreta. Aquellos puntos distantes (Brasil, Argentina, China, India, etc.),
que ya estaban unidos por containers de soja y celulares, pasaron a construir
vínculos diplomáticos entre gobiernos. Lógica pura.
¿Una nueva globalización?
La palabra “globalización”, tan de moda ayer nomás, parece un fósil conceptual. Sin embargo, esa misma velocidad de envejecimiento nos puede servir como un carbono 14 teórico que nos ayude a entender por qué cambió tanto el mundo en los últimos años.
En su significado original, la globalización evocaba tanto el triunfo
del capitalismo sobre el bloque comunista como la hegemonía estadounidense, el
sujeto concreto de esa victoria. Casi de un día para el otro, un solo
Estado-nación fijaba las reglas para el resto. Esto, en alguna medida,
significaba que esa condición de Estado-nación, al menos en su concepción
integral, quedaba reservada para ese único jugador, y el resto de los países
debían conformarse con una soberanía condicionada. Esta hegemonía
estadounidense, bajo los paraguas discursivos del “mercado” y la “democracia”,
aparecía sólida e irrefutable. McDonald’s y CNN, tan atractivos como fáciles de
consumir, operaban como la materialización empresaria de esas dos ideas-fuerza.
Aunque sonara jocosa la tesis del fin de la historia, nadie discutía que un
nuevo orden mundial había llegado para quedarse...
Sin embargo, el mundo siguió cambiando. Y muy rápido. Si la locomotora
china ya era parte de las conjeturas geopolíticas al menos desde mediados de
los 90, nadie adivinó que Rusia se levantaría de las ruinas de la Unión
Soviética en sólo dos décadas. Y menos todavía que los ex rivales comunistas,
además de hacer las paces entre sí, asumirían la representación de las
economías emergentes.
Paradojas de la historia: estos dos gigantes, ahora con sus economías
volcadas sobre el mercado internacional capitalista, son hoy competidores más
serios a la hegemonía estadounidense que cuando se presentaban como la
expresión de un sistema ideológico opuesto. Ya sin el peso de ser el “otro”,
hoy pueden multiplicar las relaciones comerciales con países y regiones antes
vedadas por la lógica de la Guerra Fría.
En este marco, en los últimos diez años el comercio entre China y
América Latina creció en promedio un 29% anual. Ya en 2009 China desplazó a
Estados Unidos como principal socio comercial de Brasil y, todavía más
sorprendente, hizo lo mismo en Chile y Perú, países que han firmado acuerdos de
libre comercio con Washington. Pero no se trata sólo de China: países como
India o Brasil (y en menor medida también Sudáfrica), que eran vistos poco
menos que como territorios de ayuda humanitaria de las ONG internacionales, se
convirtieron en importantes centros fabriles y de consumo popular.
La crisis financiera de 2008, de la cual Estados Unidos aún se recupera
y en la que Europa sigue empantanada, volvió todavía más transparente la
emergencia de ese nuevo motor productivo y comercial mundial. Un año después,
al pie de los Urales y como poniendo en cuestión la cartografía política
global, la ciudad rusa de Ekaterimburgo recibía a los presidentes de Brasil,
Rusia, India y China, y se fundaba el BRIC.
Seis cumbres después, el mes pasado en Fortaleza, los ahora BRICS (en el
2011 se incorporó Sudáfrica, más por su pertenencia al continente africano que
por compartir magnitudes con los otros cuatro miembros) pusieron en marcha un
banco de desarrollo y un fondeo de reservas. El paso, si bien todavía en la
lógica económica más que política, empieza a rozar una estrategia de desarrollo
autónomo más visible. Un circuito comercial Sur-Sur ya robusto –y, ahora, un
circuito financiero propio– perfilan un sistema de intercambios que cada vez
debe pasar menos por las capitales de los países centrales.
Volviendo al concepto inicial, ¿estamos ante una nueva oleada
globalizadora? Abusando una vez más de la metáfora eterna, alguien podría
decir: es la expansión del capitalismo, estúpido. Y tendrá razón: los BRICS,
así como el proceso de integración de América del Sur, no se inscriben en una
estrategia disruptiva de la economía capitalista sino que son más bien una
muestra de su vitalidad. En cambio, sí parece estar en cuestión el carácter
uniforme que imaginábamos de la globalización de los 90 y la centralidad que se
les otorgaba en ese esquema a Estados Unidos y Europa. No se trata sólo de
cambiar nombres de países: esta nueva fase globalizadora también difiere en
cuestiones bien relevantes, como el rol de los Estados en la economía o la
subordinación de las finanzas como palanca para la producción y el comercio.
Para Argentina, y también para la región, ese cambio global, a
diferencia de otros que llegaron a esta parte del mundo muy a contrapelo de las
necesidades propias, parece beneficioso. La razón es sencilla: ni Estados
Unidos ni Europa parecen tener reservado un lugar muy claro en sus esquemas
políticos y económicos para nuestros países. No resulta extraño: en un momento
histórico donde los mismos proyectos internos de los países centrales están, si
no en declive al menos en una transición brumosa, ¿qué lugar le puede caber a
un territorio que es parte de “Occidente” pero sólo como extremidad (tomando el
concepto del libro clásico de Alan Rouquie), periferia o patio trasero?
En este contexto, América del Sur, y dentro de ella Argentina, pueden
ensayar una inserción internacional con relativa autonomía. Pero una política
“regionalista” no es suficiente: la comunión con países hermanos que tienen
prácticamente las mismas carencias difícilmente resuelva todos los problemas:
escasez de capitales, marginación en la toma de decisiones a escala mundial,
desarrollo industrial endeble, son escollos que América del Sur no puede enfrentar
en soledad. Incluso Brasil, que por su tamaño explica la mitad del territorio,
la población y la riqueza de la región, se encuentra en la misma situación. La
búsqueda de socios externos que contribuyan a mitigar esas falencias era el
lógico eslabón siguiente, después de casi una década de integración vecinal
endógena.
A esta necesidad regional se sumó en el último tiempo una urgencia
argentina. Cuando el país se encaminaba a cerrar el último capítulo de la
reestructuración de su deuda, el sistema financiero tutelado por Estados Unidos
y Europa volvió a mostrar su cara más áspera. Aún después de una serie de
gestos contundentes (pago al Club de París, arreglo con Repsol, reforma del
Indec), Argentina fue puesta nuevamente en la cornisa del default. Más allá del
resultado final de las negociaciones con los fondos buitre, la enseñanza más o
menos obvia es la conveniencia de tomar toda la distancia posible de una
estructura financiera (y política) global que parece atravesar un caos de una
magnitud tal que hace que quien patee el tablero sea el jugador más poderoso y
no el más débil. Argentina puede argumentar que intentó durante estos años
seguir las reglas del juego, “volver al mundo” pagando lo que éste le pedía y,
casi al final del camino, descubre que todo ese esfuerzo puede no ser
suficiente. Si además se encuentra con jugadores de peso que prometen un mejor
trato, el incentivo para cambiar de amistades parece evidente.
Los peligros del nuevo mundo
El principal riesgo para esta nueva inserción internacional de Argentina es básico: el mundo nuevo se parece (bastante) al viejo. Detrás de las buenas intenciones chinas, rusas o regionales asoman los intereses nacionales y empresariales, más parecidos entre sí que divergentes.
El ejemplo más cercano es Brasil: desde la constitución del Mercosur, la
alianza estratégica fue reafirmada por todos los gobiernos y, aún con la
sintonía personal y política de Lula y Néstor Kirchner primero y Dilma y
Cristina después, los cortocircuitos comerciales siguen a la orden del día.
Incluso algunas versiones indicaron que Itamaraty incidió para que finalmente
Argentina participara de la reunión de los BRICS sólo como miembro de la
Unasur, cuando semanas antes de la cumbre hubo señales diplomáticas de Rusia y
China que apuntaban a una invitación más jerarquizada. Algo comprensible desde
la lógica de Brasil, que pretende actuar como líder regional y para quien
Argentina es su socio más importante pero también su competidor más cercano.
El vínculo comercial con China tampoco está exento de claroscuros: el
vaso medio lleno es el crecimiento exponencial del intercambio en los últimos
20 años (saltó de 1.000 millones a 15.000 millones de dólares), pero la alarma
se enciende no sólo por el obvio desbalance entre una canasta de exportación
argentina casi monopolizada por la soja y la importación de diversos productos
manufacturados chinos, sino porque desde 2008 la balanza final es negativa para
nuestro país.
En el caso de Rusia, con un vínculo económico muchísimo más modesto, las
cosas parecen más lineales, al menos por ahora. Las reservas de Vaca Muerta,
sedientas de inversiones, pueden ser un terreno fértil para que los rusos,
dueños de la petrolera estatal más grande del mundo, desembarquen junto a otras
compañías internacionales. La energía atómica, una de esas rarezas argentinas
que nos ubica en el pequeño club de países con potencial nuclear, también es un
punto de encuentro importante, por el nivel de intercambio científico y técnico
que se puede desarrollar.
Como sea, los peligros están ahí, y ahora depende de la capacidad del
país para analizarlos y sortearlos. Lo que aparece en el horizonte es una nueva
oportunidad de pensar a Argentina en el mundo, un mundo muy distinto al de diez
años atrás: más abierto, menos homogéneo, con algunas grietas por donde
intentar un desarrollo propio, que decididamente no puede ser imaginado desde
la autarquía nacional plena pero sí eligiendo con quién y cómo asociarse para
avanzar en este objetivo. Con la última globalización del siglo XX las cosas no
salieron muy bien, veremos si con la primera del siglo XXI se puede escribir
otra historia.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
¿Qué? ¿Estamos todavía en el mundo? Si la última vez que estuvimos ahí fue cuando estaba De la Rúa y pudimos habernos evitado todo el desastre financiero si los peronchos no hubieran boicoteado parlamentariamente el envío de tropas argentina a Afganistán, para vengar el 9-11.
ResponderEliminarEl comercio exterior no solo se ha globalizado se ha desideologizado(posiblemente esta palabra no exista)ya hace más de 25 anos
ResponderEliminarSacando acuerdos estratégicos o bienes de importancia de defensa por ejemplo armamentos o uranio, con el resto de los productos cualquiera comercia con cualquiera
Nadie puede echarte de un bloque o tratar de aislarte por que le vendes manzanas a China por ejemplo, podrán patalear o protestar pero solo porque ellos quieren vendérselas por dar un ejemplo
Argentina siguió con una actitud de bloques y alianzas que ya no existen por atraso en sus ideas o muchas veces en el caso del comercio con China falta de infraestructura exportadora para abastecer una inmensa demanda
No es novedad que en Rusia se toman vinos Franceses , se usan coches alemanes, ropa deportiva americana fabricada en China y recíprocamente China compra acero y materiales de construcción a Australia ,lana y carne, frutas a Chile y Nueva Zelandia etc etc y nadie se vuelve comunista o liberal o nada
En los 90 Lilita critico las primeras inversiones Chinas en Argentina, con el temor de que van a invadir el país , no depende esto de los Chinos sino de la vocación de servir a los intereses internos y de actuar correctamente por parte de los funcionarios en la negociación
Todos estos países han hecho concesiones, han aceptado inversiones y realizado transacciones comerciales o contratos por infraestructura y en general se dio con beneficio para ambas partes sin tener un país que abusa o realiza contratos felinos
PACO MIRO