Los sindicatos en tiempos neoliberales por Joan Coscubiela, Diputado en el Congreso por el grupo La Izquierda Plural Europea
Fuente: Diario Público
de España
Me piden
que introduzca el debate sobre sindicalismo y de entrada constato la dificultad de poder hacer una reflexión
serena entre tanto ruido de fondo. Pero me decido a intentarlo, porque
el tema se lo merece. Para comenzar
conviene recordar que, como en muchos otros temas, esta reflexión sale marcada por un estado de opinión publicada muy consolidado,
y eso es una dificultad añadida. Conviene
también constatar que en el debate sobre “sindicalismo hoy” se entrecruzan al menos tres planos, que
debemos tener presente y diferenciar al mismo tiempo. El primero y más
estructural se refiere a la “crisis” de
transformación del sindicalismo y las dificultades de adaptación a un
entorno que la globalización ha puesto “patas para arriba”. Un proceso que se
inició hace cuatro décadas y que a otros sindicalismos les pilló crecidos y
consolidados, pero al español le pilló naciendo y cogiendo posiciones. El
segundo, algo más coyuntural, se
refiere a las dificultades sobrevenidas, que en algunos casos adoptan forma de
impotencia, para responder a los efectos de esta crisis, a las
necesidades, a las expectativas depositadas y a las exigencias de los
trabajadores. Y el tercero y no menor,
hace referencia a la incidencia que en el debate social tiene la ofensiva que
los poderes económicos y sus representantes políticos han lanzado para derribar o debilitar cualquier contrapoder
social, aprovechando la oportunidad que les brinda la crisis. Y entre
los medios utilizados, además del debilitamiento institucional y legal, nos
encontramos con la destrucción interesada de la legitimidad social del
sindicalismo, de su reputación pública. Destruir las formas colectivas de
organización y su capacidad de actuar como contrapesos sociales deviene clave
para imponer la hegemonía económica, política y sobre todo ideológica del
capitalismo financiero. Analizar la
incidencia de estos tres planos, sin negarlos ni magnificarlos me parece
la clave para una reflexión útil, que huya de las certezas de lo conocido o de
las respuestas fáciles. Por eso me ha parecido que la mejor fórmula para
introducir el debate es la de la duda. No dar por seguro ni compartido nada y
por el contrario plantearse muchas preguntas, incluso la más básica.
¿De qué hablamos, cuando hablamos de sindicalismo,
hoy?
La
pregunta puede parecer naíf, pero estoy en condiciones de afirmar que ni en el
seno del sindicalismo organizado la respuesta es pacífica y no solo porque a lo
largo de la historia del sindicalismo se han producido cambios muy notables. Hoy,
en las primeras décadas del siglo XXI la palabra sindicalismo describe
realidades tan distintas, como la de la organización sindical de los sherpas
nepalíes, la organización de las trabajadoras del textil en Bangladesh, los
sindicatos de algunos países europeos implicados en diferentes formas e
intensidades en la gestión del Estado Social. A todo le llamamos sindicalismo,
sin olvidar las formas patológicas que adquiere en determinados países y
sectores, en los que se llama sindicalismo a organizaciones que no trabajan por
la emancipación de los trabajadores, sino por su control social. Por eso en este intento de reflexión utilizaré Europa como punto de referencia, con algunas
incursiones globales sin las cuales hoy no es posible entender nada. Si
hoy en España hacemos la pregunta ¿Qué
son los sindicatos? nos podemos encontrar con las siguientes respuestas espontáneas
– aunque no tanto-. Organizaciones a las
que el Estado les encomienda la función de defender a los trabajadores.
Instituciones públicas financiadas por el Estado para que realicen determinadas
funciones, como negociación colectiva, asesoramiento. Organizaciones que
defienden los intereses de los trabajadores. En mis experimentos de estar por casa con esta
pregunta, incluso entre personas con responsabilidad sindical, la respuesta espontánea
que menos sale es la que a mi entender mejor define a las organizaciones
sindicales. El sindicalismo nació, se convirtió en protagonista social del siglo XX y
debe continuar siendo así en el siglo XXI, un “espacio de auto organización de
los trabajadores para la defensa de sus intereses “
¿Estamos
de acuerdo? ¿Continúa siendo así? ¿Y esto como se concreta, aquí y hoy?, teniendo
en cuenta la profunda transformación de todos los elementos que alumbraron el
sindicalismo como forma de organización social. Entre ellos, el sujeto
histórico – la clase obrera- el hábitat económico y social en que se
desarrolló. O sea la economía industrial, la sociedad industrialista, la
empresa integrada, el Estado Nación. La
respuesta a esta pregunta es clave, porque de ella se desprenden otras
preguntas determinantes.
¿Cuál es
la misión del sindicalismo hoy?
¿Es el
sindicalismo una organización para los trabajadores o de trabajadores?
¿Cómo
organizar a colectivos, cada vez más amplios que no tienen vínculo permanente
con una empresa, que es el hábitat natural del sindicalismo?
¿Cómo
generar conciencia y prácticas de cooperación entre colectivos de trabajadores
en un modelo productivo que tiende a la descentralización y a la competencia
entre trabajadores?
¿Cómo
dar respuesta a la estrategia del capitalismo financiero global? resumida en la
frase “repartiros el salario y los derechos entre vosotros, que los beneficios
del capital no se tocan y de redistribuirlos fiscalmente, ni hablar
¿De
dónde nace la legitimidad del sindicalismo” ¿Y cómo se mide esta legitimidad?
¿Debe el
sindicalismo asumir funciones que vayan más allá de los intereses de sus afiliados?
¿Y si es así, cuales, en qué condiciones?
¿Las
funciones del sindicalismo se limitan a la mejora de las condiciones de trabajo
o abarcan otros aspectos sociales?
¿Qué
relación debe tener el sindicalismo con otras formas de organización social de
los trabajadores fuera del lugar de trabajo?
¿Qué
puede aprender o desaprender el sindicalismo de esas formas de organización
social?
¿Debe el
sindicalismo asumir las funciones de representación política del conflicto
social? ¿Y si es así con que limites?
¿Es
viable un sindicalismo propio del Estado Nación en el marco de una economía
globalizada?
¿Cuál es
el papel de la comunicación en el funcionamiento del sindicalismo, en su
legitimidad social?
¿Es hoy
el sindicalismo un instrumento útil para la lucha social y para el objetivo de
la igualdad? ¿Y cómo se mesura?
Las
preguntas son inacabables y este espacio se queda pequeño, pero aunque pueda
parecerlo no son preguntas teóricas. Se
las plantean cada día, consciente o inconscientemente, decenas de miles de
hombres y mujeres sindicalistas. Y responden como siempre con la
práctica, no exenta de muchas contradicciones y callejones sin salida, también
de notables éxitos, no siempre reconocidos, ni tan siquiera por sus
protagonistas. Ninguna de estas preguntas tiene respuesta fácil ni única. Lo que si
sería deseable es que no respondiéramos a ellas con una cosa y su contrario a
la vez. Para explicarme, nada mejor que algunos ejemplos de afirmaciones
muy repetidas por parte de trabajadores, sindicalistas, empresarios, sociedad y
opinión publicada. Por parte de trabajadores cosas como
“Los sindicatos solo se preocupan de sus afiliados, por eso yo no me afilio”
Para a continuación decir “Los sindicatos no me resuelven el problema” Por parte de sindicalistas cosas como:
“No queda más remedio que aceptar la doble escala salarial para trabajadores de
nuevo ingreso, si no queremos que los trabajadores actuales nos tumben el
convenio o el Comité. Para a continuación constatar el riesgo que esos jóvenes
vean al sindicato como algo ajeno. Por
parte de las empresas afirmaciones como: “Los trabajadores y los
sindicatos deberían implicarse más en el futuro de la empresa”, para a
continuación decir que la participación de trabajadores y sindicatos en la
organización de la empresa es un estorbo. Que eso es facultad exclusiva del
empresario Por parte de la sociedad:
“Yo, como trabajadora de sanidad o de educación tengo derecho a hacer huelga”,
para días después olvidarse que una huelga en los transportes públicos ocasiona
perjuicio a los usuarios. Por supuesto el ejemplo puede ser perfectamente en
dirección inversa. Por parte de la opinión publicada: Los
sindicatos deben modernizarse y no atender solo al salario directo, sino
ofrecer servicios, para a continuación decir que los sindicatos no deben hacer
estas funciones. O en sentido contrario, que si deben realizarlas, exigiéndoles
además que la atención a los inmigrantes, el asesoramiento jurídico o la
formación que deben hacer los sindicatos debe ser universal a todos los
trabajadores/as y financiado solo con los recursos de los afiliados. Si he
destacado estas contradicciones frecuentes, de las que nadie estamos exentos,
es para poner de manifiesto la complejidad del debate. Y para intentar huir de
respuestas fáciles a algunas preguntas clave. Apunto algunas de mis reflexiones a lo largo
de estos años. Sin ninguna pretensión ni sistémica ni omnicomprensiva.
Simplemente para intentar que el debate pueda estructurarse
¿ESTA EN CRISIS EL SINDICALISMO?
Creo que
las organizaciones sindicales son conscientes que el sindicalismo sufre una
profunda crisis de transformación, fruto de los cambios que en la economía, en
la sociedad, en las estructuras sociales ha provocado la globalización. Al
sindicalismo le sucede lo que a otras formas de organización social y política
del siglo XX; Le está desapareciendo el hábitat que lo hizo nacer: sociedad
industrialista – no me refiero solo a empresa y economía- estado nación,
empresa integrada, condiciones de trabajo homogéneas fruto de las formas
fordistas y tayloristas de organización del trabajo. En todo caso, la pregunta importante es si las
respuestas que está dando el sindicalismo llevan a una transformación útil y
regeneradora o son simplemente conservacionistas.
¿CUÁL ES LA MISIÓN DEL SINDICALISMO HOY?
¿Continúa
siendo la de ser un espacio de auto
organización de los trabajadores para la defensa de sus intereses? O
bien en el sindicalismo también han impactado los cambios en las categorías
sociales que llevan a considerar al ciudadano como usuario, como consumidor Es importante destacar el concepto de “auto
organización” o sea la voluntad de los trabajadores de ser parte activa
del sindicato y no esperar a que sean otros los que les resuelvan su papeleta y
ellos solo dedicarse a esperar resultados y exigir. Este concepto de sujeto activo, choca con una
cultura dominante hoy y que avanza en el conjunto de la sociedad. El paso de la
condición de ciudadanos a la de usuarios o clientes. Un tránsito cultural que
impregna el Estado social – convirtiendo derechos en bienes- que afecta a la
política – de la economía de mercado a la sociedad de mercado y la política de
mercado, donde los ciudadanos son clientes de la política. Y por supuesto al sindicalismo,
al que muchos trabajadores no ven como un espacio de auto organización, sino
como un proveedor de servicios y protección. Sin duda, las formas de organización del
sindicalismo no son ajenas a estas concepciones. El debate y el conflicto entre “sindicalismo de trabajadores o
sindicalismo para trabajadores” lleva varias décadas entre nosotros. Que pueden hacer los sindicatos para ser “de trabajadores y no para trabajadores”.
Supongo que disponer de una cultura y formas organizativas que lo faciliten.
Aunque lo que antaño fue la asamblea de grandes centros de trabajo, ahora en un
contexto de fuerte dispersión productiva resulta mucho más complejo.
SINDICALISMO Y MOVIMIENTOS SOCIALES.
¿Hay alguna experiencia positiva de los movimientos
sociales que pueda ser útil para el sindicalismo? Creo que sí. La capacidad de la PAH para ser
al mismo tiempo espacio de ayuda mutua y soporte emocional, mecanismo de
solución de problemas individuales e impugnación del sistema, es un buen
referente. Entre otras cosas porque esta es exactamente la manera en que nació
el sindicalismo. ¿Qué son sino las primeras luchas mineras y los fondos de
ayuda mutua? ¿Han desaparecido estas prácticas del sindicalismo actual? Mi
percepción es contradictoria. Se mantienen en muchos ámbitos, donde el
sindicalismo continúa jugando este papel de protagonismo de los trabajadores y
es más difuso en otros. ¿Y de que
depende? De muchas cosas. Si el objeto de la lucha es muy cercano, los
objetivos muy homogéneos y las formas de comunicación con los trabajadores son
directas, es mucho más fácil el sindicalismo de trabajadores. Aunque no se
conozca, porque es una realidad invisibilizada por los medios, estas prácticas
son frecuentes y cotidianas hoy. Pero conviven con otras expresiones del sindicalismo,
donde la amplitud de los afectados, la dispersión y heterogeneidad de
intereses, dificultan estas formas de protagonismo de los trabajadores y además
propician que la realidad llegue a los trabajadores y a la sociedad de manera
muy “intermediada” por los medios de comunicación. El caso más evidente el de
los procesos de concertación social de un lado o el de las huelgas generales de
otro. Una última pregunta. ¿Se evalúa al sindicalismo con el mismo
rasante que a otras formas de organización social?
¿Alguien
hace responsable a sus protagonistas de que determinados movimientos sociales
hayan sido muy activos en la reivindicación y la resistencia, pero ello no se
haya trasladado a triunfos tangibles? Creo que no y así debe ser.
¿Se utiliza este mismo criterio para las
movilizaciones sindicales? No
lo parece, creo que el grado de exigencia de utilidad concreta es diferente.
¿Por qué razones?
Me
atrevo a sugerir algunas. Las formas de trabajo y su traslación a la sociedad
aparecen en ocasiones muy institucionalizadas y esa imagen lleva a los
trabajadores a criterios de exigencia propios de las instituciones y no de
organizaciones sociales. Además los poderes, incluidos los mediáticos, no
suelen preocuparse de movimientos que nacen, actúan y desaparecen. Lo que de
verdad les preocupa es que estos movimientos adquieran formas estables de
organización, sean sindicatos o sean la PAH. Y un tercer factor más doméstico y
muy antiguo en la cultura de la izquierda es la hipercriticidad con todo
aquello que no se controla. En todo caso insisto que cada una de estos
interrogantes tiene respuestas – si es que las tiene- muy complejas.
¿QUE PAPEL DEBE DESARROLLAR EL SINDICALISMO?
SINDICATO CONFLICTO, SINDICATO NEGOCIACIÓN
Planteo
esta pregunta, porque está presente en el debate, pero es posiblemente la que
me resulta más vacía. Es casi como preguntar a un niño a quien quiere más, a su
padre o a su madre. O como preguntar, cuál de los dos pulmones es más
importante para la persona. La propia esencia del sindicalismo conlleva la
convivencia de este binomio de dos caras que cuando una de las dos falta el
resultado pierde su esencia. De hecho más que dos, son cuatro las patas.
Capacidad de identificar los problemas y la reivindicación que aúne fuerzas,
capacidad de ejercer el conflicto, capacidad de convertir la fuerza del
conflicto en propuestas y por ultimo capacidad de convertir todo ello en
acuerdo útil. Y si lo he traído a
colación es porque desde fuera del sindicalismo se suele negar esta dualidad.
Los que niegan el conflicto social como parte de su estrategia de
deslegitimación social. Y los que niegan la negociación y los acuerdos como
forma también de deslegitimación. Aunque en ocasiones partan de posiciones
ideológicamente muy confrontadas, ambas formas de deslegitimar el sindicalismo
tienen en común la no comprensión de cuál es su función.
¿TIENE LEGITIMIDAD SOCIAL EL SINDICALISMO? ¿CÓMO SE
MIDE?
Esta
pregunta tiene tantas respuestas como universos a los que se formule. No es lo
mismo formularla, como hace el CIS, al conjunto de la sociedad, incluidos
empresarios, que hacerlo solo a los asalariados. La propia configuración del
universo ya contribuye a una imagen del sindicalismo como institución pública y
no como organización de trabajadores. Y por supuesto condiciona el resultado de
la respuesta En todo caso es evidente que en los últimos años la legitimación
social del sindicalismo está sufriendo una importante erosión débil. Y ello a
pesar que sus niveles de afiliación y representatividad son iguales o mejores
que otras formas de organización social. Desde su nacimiento el sindicalismo se
legitima a partir de los trabajadores y a través de dos mecanismos, el de la
afiliación y el de la representatividad. En cada país hay un modelo distinto, en el
nuestro prima legalmente el de la representatividad, pero también cuenta el de
la afiliación. Si analizamos la UE, el
proceso es de pérdida de afiliación en las últimas décadas. No así en España
que ha vivido, hasta la llegada de la crisis y la reducción de 3,5 millones de
ocupados, uno de los procesos de crecimiento de la afiliación más intensos de
toda la Confederación Europea de Sindicatos. Los tópicos e imágenes
estereotipadas sobre afiliación son muchos e imposibles de debatir aquí. Sugiero
la lectura de los Informes de la Fundación 1 de mayo coordinados por Pere J
Beneyto o los trabajos del Observatorio de la Afiliación del Centro de Estudios
(CERES) de CCOO de Catalunya, coordinados por Ramón Alós y Pere Jodar. En todo caso
constatar que niveles de afiliación que oscilan entre el 15% y el 18 % no son
despreciables en un entorno de fuerte precariedad y rotación y una cultura, la
española, refractaria al asociacionismo. Y que aguanta muy bien la comparación
con otras formas de organización social y política. En el terreno de la representatividad, la
celebración de elecciones sindicales cada 4 años comporta niveles de
legitimación directa por parte de los trabajadores muy importantes. Ello sin
olvidar algunos problemas importantes. Las elecciones están previstas para
empresas a partir de 10 trabajadores o de seis o más, en un país en que el 78%
de las empresas tienen solo hasta cinco trabajadores. Otro factor de distorsión es que las
elecciones sindicales otorgan una gran legitimidad democrática y social a los
sindicatos, pero generan algunos efectos colaterales no deseados. En la medida
que nuestra legislación hace depender la capacidad de actuar como sindicato, y
sobre todo la de negociar convenios, de la representatividad electoral, ello
comporta un desincentivo a la afiliación como elemento de vínculo estable entre
trabajadores y sus sustitución por un vínculo delegativo como el voto. O sea,
propicia el sindicato para trabajadores y no de trabajadores que comporta la
afiliación. Y además es el responsable de importantes confusiones y
contradicciones. Especialmente la de cuáles son los destinatarios de la acción
del sindicato, solo los afiliados o también todos los trabajadores. Y si son
todos los trabajadores, ¿con que recursos se sufragan los costes de
funcionamiento, organización y acción? ¿Solo con los que aportan los afiliados
para que se beneficien todos los trabajadores? ¿O con recursos públicos?
atendiendo a la naturaleza de las funciones públicas que desarrollan, como la
negociación de convenios de eficacia general a los que la Ley otorga la
naturaleza de norma jurídica con capacidad para obligar. Es este el debate que debe hacerse a mí
entender sobre modelo sindical o formas de financiación. Lo que se hace hoy en
algunos medios está entre la trampa, la manipulación o el acoso.
¿ES VIABLE EL SINDICALISMO NACIONAL EN UN CONTEXTO
DE GLOBALIZACIÓN?
El
sindicalismo ejercido solo entre las paredes del estado nación, en un contexto
de economía globalizada, tiene las mismas limitaciones, expresa las mismas
contradicciones que las de todas las formas sociales o institucionales fruto de
una economía y una política nacional. Que no son otras que el profundo
desequilibrio de fuerzas que genera el conflicto entre una economía globalizada,
con una hegemonía del capitalismo financiero y unas organizaciones sindicales
limitadas al ámbito del estado nación. Pero pasar de la teoría a la práctica parece
ser algo más complejo. Sobre todo porque la estrategia de fuerte
competitividad entre empresas y países, que comporta este modelo económico,
dificulta la puesta en marcha de estrategias de cooperación entre trabajadores,
entre sindicatos. También porque en muchos países, los sindicatos, como otras
organizaciones e instituciones viven el espejismo de que es posible la defensa
del Estado Social en un solo país. Es un espejismo interesado a partir de
concepciones legítimas de conservación de los derechos existentes. Pero que sea humanamente comprensible no
significa que sea operativo o útil. En todo caso conviene tomar nota de
lo que significa que tanto a nivel de Europa, como Mundial y a pesar de estas
dificultades, las organizaciones que agrupan a los sindicatos (la CES y la CSI)
sean los espacios de organización europea y social que más esfuerzos están
haciendo para la construcción del sindicalismo global. Estoy seguro que en el
debate aparecerán formas concretas de cooperación sindical y también de
espacios o instrumentos de trabajo conjunto entre sindicalismo y otros sujetos
sociales, como las ONG.
¿ES UTIL EL SINDICALISMO HOY?
Para
intentar responder a esta pregunta conviene hacerse otras con carácter previo.
¿Existe
hoy la necesidad de continuar luchando contra las desigualdades sociales o a
favor de la transformación social?
Desgraciadamente
de un lado y afortunadamente de otro, la crisis ha hecho desaparecer el falso
imaginario de la desaparición de las clases sociales. El aumento brutal de la
desigualdad y de la pobreza ha tumbado todos los espejismos de una sociedad sin
conflicto social, sobre la que se ha construido la hegemonía conservadora. Una
hegemonía ideológica que adquirió su momento culmine en la construcción
tatcheriana del “capitalismo popular”, tan real como prepotente e
imprudentemente menospreciada por la izquierda europea. Posiblemente la mejor
respuesta a esta pregunta esté en otra pregunta.
¿Qué debe hacer el sindicalismo para continuar
siendo útil a los trabajadores del siglo XXI? Y útil a los objetivos que dan
razón a su existencia.
INTERROGANTES DE COMPLEJA RESPUESTA.
Este son
los grandes interrogantes a los que los sindicalistas intentan dar respuesta
cada día, no siempre con éxito. Y todos tienen en común el reto de como
transformar las formas de ser, organizar, actuar en una realidad profundamente
transformada en relación a la que alumbró el sindicalismo. Me
refiero a cómo organizar sindicalmente a los precarios, como conseguir
trabajar en un entorno de empresas pequeñas o micro, muy periféricas en la
organización del trabajo en un proceso productivo profundamente
descentralizado, marcado por la externalización de riesgos y costes hacia los
de debajo de la pirámide. Cómo
construir cohesión en un entorno económico y social que camina hacia la
desvertebración. Cómo cohesionar a los trabajadores, evitando la tendencia
natural al corporativismo y al mismo tiempo a la externalización de los ajustes
desde los más protegidos – que son al mismo tiempo los más organizados- hacia
los más desprotegidos – que son también los menos organizados-. En este contexto de desagregación, ¿se puede
construir sindicalismo solo desde el centro de trabajo? ¿Existen alternativas a
la organización en el centro de trabajo que no comporten la perdida de la
propia naturaleza del sindicato? ¿Les corresponde esta función a las
organizaciones sindicales? Como construir sindicalismo global en el marco de
una estrategia competitiva salvaje que apuesta por el conflicto entre países,
empresas y trabajadores. Aunque no
siempre salga a la luz y no siempre se destaque por parte de los medios, estas
son preguntas que el sindicalismo organizado se plantea a nivel teórico y a las
que está intentando – me consta – dar respuesta cotidiana. Pero mucho me temo
que la respuesta solo se verá con el tiempo y posiblemente de ello dependa la
capacidad del sindicalismo para continuar teniendo como lo tiene un papel clave
en la organización social del siglo XXI.
EL PAPEL DE LA COMUNICACIÓN.
He
dejado para el final el papel de la comunicación que, como en otros temas,
deviene clave. La comunicación resulta
determinante para dotar al sindicalismo de formas organizativas nuevas
en un tejido productivo desvertebrado y un sujeto social no cohesionado.
También para llegar a los trabajadores en todas aquellas funciones que se
refieren a realidades amplias y que van más allá de los centros de trabajo.
También para reforzar la legitimidad social del sindicalismo Hoy uno de los
grandes problemas del sindicalismo estriba en las dificultades para la
comunicación directa con los afiliados y trabajadores en general, en espacios
territoriales y temporales que nada tienen que ver con la economía y la
sociedad industrialista. Y los actuales medios de comunicación no solo no son
útiles a estas necesidades sino que son un factor distorsionador. No sucede
solo con el sindicalismo, la capacidad de los medios de comunicación de
intermediar en exclusiva entre las organizaciones y las personas a las que se
dirigen conceden a estos medios un gran poder que ejercen en función de los
intereses económicos de sus propietarios si son medios privados y de sus
controladores – desgraciadamente – si son públicos. Construir
nuevas formas de autocomunicación de masas que permitan formas organizativas y
de comunicación que garanticen la independencia de las personas y las
organizaciones, deviene el gran reto del siglo XXI. No solo para el
sindicalismo, en general para cualquier forma de organización social que
pretenda jugar una función de contrapeso o contrapoder social.
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