Scioli y Magnetto. Por Eduardo Anguita para Miradas al Sur





Esta semana, Daniel Scioli asistió a un encuentro organizado por el Grupo Clarín. Concretamente, la crónica periodística registró una frase del gobernador bonaerense dirigida al CEO, Héctor Magnetto: “Qué convocatoria”. Más allá de que se le podrían sumar signos de admiración, está claro que esa frase cayó mal en el kirchnerismo. Buena parte de los votantes kirchneristas tienen una clara distancia de Scioli. Algunos alientan candidaturas como las de Florencio Randazzo, Sergio Urribarri o Agustín Rossi. El primero, por su capacidad de gestión, y los otros dos, por expresar un pensamiento social y político más comprometido. La pregunta, que no pretende ser shakespeariana pero sí provocadora es: ¿cuál es el ADN kirchnerista, el de los más consecuentes o el de los conciliadores? Vayamos del otro lado del Río de la Plata antes de ensayar una respuesta: ¿cuál es el ADN frenteamplista, el de Pepe Mugica o el de Tabaré Vázquez? En Uruguay está claro: el que sale de las urnas y que se expresa en una rotación de liderazgos. Tabaré abiertamente a favor de los tratados de libre comercio y Mugica más o menos en contra pero sin perder de vista lo que siempre destaca de las fragilidades externas de Uruguay que lo llevan a impulsar medidas de gobierno cautelosas, prudentes.

En Argentina, en apariencia, todo es más confuso. Y en ello hay un alto componente de autoengaño. Propio de muchas tradiciones políticas argentinas. Uruguay tiene un punto fuerte que es muy oscuro en el secreto bancario que le permitió ser la Suiza de América. Sin embargo, desde la Argentina se destaca la sobriedad y el pluralismo oriental. De este lado del Plata, el conglomerado financiero y agropecuario, ahora expresado en las comercializadoras de granos y los grandes productores de soja, tiene un poder económico y político extraordinarios.

Nadie podría imaginar a Scioli impulsando una agencia mixta de comercialización de granos que retome el rol de la junta nacional de granos como promueve, por ejemplo, Sergio Urribarri. Pero también es cierto que no se tomó una medida de ese tipo en esta década. De cara a 2015, está claro que Randazzo, Urribarri, Rossi y otros precandidatos recorren el país para llegar con la mayor fuerza posible a las PASO. Y sería imprudente desconocer que, mientras están en carrera, el escenario está abierto para que alguno de ellos, eventualmente, supere a Scioli. Ya sea porque decidan aliarse y constituir un polo fuerte, ya sea porque alguno logre despegarse y mostrar nervio en los últimos tramos previos a las internas abiertas. Pero la historia sí da mensajes. Y es posible que los cortocircuitos entre estas distintas alas del Frente para la Victoria se profundicen.

Aunque le falten a este cronista mediciones de estudios de opinión pública para fundamentarlo, daría la impresión de que Scioli suma con el discurso sereno y componedor. De momento, la inseguridad, el costo de vida y ahora el empleo son los asuntos que más preocupan. No hay mucho interés por la política en términos de los asuntos que tratan los políticos o aquellos medios que tienen fuerte dependencia de la política. O sea, la mayoría.
Más allá de la opinión pública, en el Malba, además de la frase de Scioli, hay que prestar atención en que Magnetto logró una convocatoria donde estaba la mayoría de los aspirantes a la Casa Rosada y también los representantes de los grupos económicos concentrados. En todo caso, esa postal es lo que aspiran algunos líderes partidarios como escenario para la toma de decisiones a partir de diciembre de 2015. El enfriamiento de la economía, las dificultades para conseguir financiamiento y crédito externo alimentan la fantasía de que los poderosos de la economía y de la política, juntos, pueden conducir el país. Una sola mención, salvando las distancias: unos pocos meses antes de subir al helicóptero, Fernando de la Rúa recibió a varios de los que estaban esta semana en el Malba. Fue cuando arrancaba enero de 2001 y el ministro era José Luis Machinea. Los empresarios se subieron a sus jets privados y dejaron el descanso. El presidente les pidió inversiones. Los empresarios reclamaron austeridad fiscal, ventajas para exportar, leyes que den seguridades al capital y otras de las típicas medidas ortodoxas. El resultado fue muy conocido: Machinea duró poco, dos meses después llegaba el ultraliberal Ricardo López Murphy a quien también los empresarios le contestaron con el bolsillo. Llegó luego el padre de la criatura, Domingo Cavallo y, por fin, las puebladas y la represión del 19 y 20 de diciembre.
Las sociedades líquidas, con altibajos y vaivenes, son una vuelta más de tuerca en las sociedades de control. Y ese control, ejercido por el gran capital, no es fácil de zanjar. Es más, ni siquiera es fácil de saber si la retórica combativa de ciertos políticos no es apenas un ejercicio de autocomplacencia. Otras veces, no es más que cinismo. Las fotos del Malba, que incluyen a todas las fuerzas con peso electoral, quizá no sean un anticipo del próximo ciclo presidencial. Sin embargo, se necesitaría un protagonismo popular extraordinario para imponerles otras agendas a quienes están en la danza de las presidenciales.

Por último, un comentario sobre la larga entrevista que le dio Horacio González a La Nación el jueves último. Le preguntan por qué la necesidad de Carta Abierta de tomar distancia de Scioli. El director de la Biblioteca Nacional tiene una expresión que vale la pena entrecomillar: “Para mí la política es una forma de conjugar ciertas exaltaciones y ciertas moderaciones. Yo lo veo a Scioli por debajo de lo que sería la línea imaginaria de exigencias de un político que se tendrá que hacer cargo de esta compleja situación del país y proseguir con transformaciones importantes con intereses sociales cualitativos. Scioli es una figura del peronismo y el peronismo es una forma de la vida popular argentina. Es un envoltorio de sorpresas. Todo eso está apagado en el peronismo y sólo quedan políticos del corte de Scioli y otros parecidos. Para mí tendría que haber una instancia de superación de ese nivel de medianía”.

Si González no tuviera medio siglo de reflexión y compromiso con las ideas y las prácticas populares, podría decirse que ve el medio vaso vacío. Para quien escribe estas líneas, esa reflexión expresa un par de desafíos. Por un lado, en la búsqueda de nuevas alianzas y configuraciones que expresen lo popular, saliendo de los moldes y las liturgias actuales. La otra es para no valorar excesivamente las capacidades de quienes promueven grandes cambios en lo inmediato. Una cosa es pensar en una sociedad más justa y otra cosa es poner en marcha planes y políticas. Lo primero es del campo de las convicciones. Lo segundo, del puro equilibrio de fuerzas y de la buena conducción. A quienes, en buena hora, les preocupa la coherencia de los dirigentes, eso es un tema de las conductas más que de las intenciones.

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