REFLEXIONES DEL DIPUTADO JORGE RIVAS – LOS 70 AÑOS DEL ESTATUTO DEL PERIODISTA ... A HORAS DEL DÍA DEL PERIODISTA
"Primero,
quiero agradecer a los organizadores por invitarme a participar de estas
jornadas. Un periodista, según tengo entendido, es alguien que averigua aquello
que el público tiene derecho a saber, y se lo cuenta. Tiene que poder averiguar
sin que ningún poder se lo impida, pero tiene que decidir qué es lo que el
público tiene derecho a saber y qué cosas pertenecen, por ejemplo, al ámbito de
la privacidad de las personas. Suele suceder que lo que el público tiene
derecho a saber sea algo que algún poder, no necesariamente el poder político,
aunque también él, desea que el público no sepa. El poder político, según está
aceptado universalmente por el derecho, debe garantizar a los periodistas la
libertad de averiguar lo que deben averiguar. Pero aunque así sea, siempre
existe el riesgo de que otros poderes se lo impidan. Un periodista también
tiene que saber contar lo que ha averiguado, pero esto es del terreno de la
competencia profesional, y por lo tanto no me incumbe. Sin embargo, un
periodista también opina sobre la información de actualidad, y a veces su
opinión influye significativamente en el imaginario de las personas que lo leen
o lo escuchan. Él tiene la obligación de la honradez, de la responsabilidad, de
la veracidad. El poder político, por su parte, tiene la obligación de
garantizarle su libertad de expresión. Pero aunque así sea, otra vez, siempre
existe el riesgo de que otros poderes se lo impidan. Los poderes que se lo
impiden, aun en el caso de que un poder político democrático, respetuoso de los
derechos, haga todo lo que está a su alcance para garantizar el trabajo de un
periodista, son muchos y variados. Parafraseando a Michel Foucault, el poder no
se posee, sino que se ejerce en todas las relaciones sociales. En todos los
ámbitos hay relaciones de poder. De modo que ningún periodista está a salvo de
las presiones, de las trabas, de los impedimentos de algún poder. No importa
que en la práctica de su oficio se dedique a la política o a la economía, a los
espectáculos, o al deporte, o a las policiales. Algunas veces, esos poderes
actúan por la suya, para disuadir, presionar, convencer, corromper, señalar un
camino, o hacer callar a un periodista. Pero muchas otras veces, disponen de un
aliado eficacísimo para obtener alguno de esos resultados, o todos juntos,
respecto de un periodista. Ese aliado es la patronal. Porque los periodistas
son trabajadores asalariados que trabajan en una empresa. Por lo menos, lo son
la mayoría de ellos. Los hay que gestionan sus propios medios, individualmente
o en cooperativas, y ellos tienen que enfrentar otras dificultades, otras
carencias, otras presiones. Y hay otros que son capaces de regentear solos sus
espacios estelares en televisión, pero tal vez sea más apropiado llamarlos
empresarios que periodistas. La mayoría abrumadora, entonces, trabaja para un
patrón. Un patrón que tiene sus propios objetivos políticos y económicos, sus
propios intereses, sus propios odios personales, además del amor a las
ganancias que los constituye como capitalistas. De modo que cuando los
periodistas dan batalla a sus patrones por sus derechos como trabajadores,
libran una batalla mucho más compleja. Están peleando por sus salarios, por sus
horarios de trabajo, por sus días de franco, pero también están peleando por su
libertad de expresión, por su derecho a ejercer su oficio con verdadera
dignidad, por no terminar sirviendo involuntariamente a una causa cualquiera a
la que jamás se sumarían. Todas esas cosas están representadas de algún modo en
el Estatuto del Periodista, y todas esas cosas han defendido y defienden los
trabajadores de prensa cada vez que se plantan en defensa de ese instrumento
legal. Todas esas cosas han estado en peligro cada vez que se intentó
suprimirlo, o recortarlo. Pero también, hay que decirlo, ha habido épocas en
que todas las normas jurídicas fueron inútiles. Los terroristas de estado, por
ejemplo, no necesitaron derogar el Estatuto del Periodista, ni reformarlo, ni
recortarlo, entre 1976 y 1983. No, suprimieron a las personas de muchos
periodistas, más de cien, a quienes secuestraron, torturaron y asesinaron, como
a miles de otros trabajadores y militantes políticos y sociales. Quiero decir
con esto, sin el mínimo menoscabo del Estatuto del que hablaba antes, que
ninguna ley es suficiente sin democracia, sin gobiernos populares que respeten
y defiendan a rajatabla los derechos de los trabajadores. Y también hay
periodistas, llamémoslos así provisoriamente, que sirven con descaro los
intereses de sus patrones, aun cuando ellos sean terminantemente opuestos a los
de sus compañeros de clase. Y se venden, trafican información, inventan
fuentes, intoxican con mentiras y con opiniones manipuladoras, con espectáculos
y textos que ofenden a la inteligencia y a la honradez. He escuchado a alguno
que se llena la boca en un noticiero televisivo con su independencia respecto
del gobierno, acusar a todos los políticos por la pobreza de los pobres. Pero
ni una mención hacía ni de sus patrones ni de sus avisadores, que, en tanto
capitalistas, alguna responsabilidad tienen sobre la pobreza de los pobres. El
Estatuto hace bien en no desampararlos en tanto cumplan con los requisitos
legales, pero yo puedo permitirme el derecho a no incluirlos en el colectivo
integrado por los que llamo periodistas. Resulta difícil hablar de estos temas
entre militantes de causas populares, sin rendir homenaje a Rodolfo Walsh o a
Enrique Raab, a Eduardo Suárez o a Raymundo Gleyzer, todos ellos periodistas
asesinados por la última dictadura cívico militar. Pero también quiero expresar
hoy toda mi solidaridad y mi adhesión a todos los trabajadores de prensa que
construyen cada día un silencioso pacto de veracidad y honradez con sus
lectores o sus oyentes, y que empeñan todas sus fuerzas en comunicar al público
lo que averiguan, sin escuchar otra voz que la de su conciencia ni sostener
otro compromiso que el que han contraído con sus propios principios.
Por
último y para terminar, les quiero dejar una frase de Gabriel García Márquez,
"Los periodistas tienen la responsabilidad de buscar siempre la verdad,
buscar la imparcialidad, y ser conscientes de que siempre hay otra realidad.
Pero cuidado con las apelaciones a la objetividad, porque son las más
sospechosas.
Fuente:
http://prensajorgerivas.blogspot.com.ar/
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