Cuatro décadas pasaron desde
aquel debut como bajista de Pappo´s Blues. Fue el 28 de diciembre de 1973, cuando Miguel Botafogo comenzó su carrera como
músico profesional. En el medio pasaron muchas cosas: formó parte de Engranaje
y Avalancha. Viajó a Madrid, grabó con Joaquín Sabina y con Antonio Flores.
Regresó a Buenos Aires para formar “Durazno de Gala” y tocar en shows de B.B.
King, James Cotton, Carlos Santana y Buddy Guy, entre otros grandes del blues. Quienes
lo conocen pueden corroborar que Botafogo tiene la humildad de los grandes,
“además de imitar los licks de
Vaughan, King o quien sea, ¿qué va a aportar usted al blues?”, ha dicho alguna
vez. Pero este músico excepcional sí que ha hecho un aporte al género, no sólo
por su virtuosismo y diversas composiciones, sino por su contribución a la
enseñanza y difusión del blues, con libros, clínicas, charlas, programas de
radio y televisión y clases. Se le cree a Botafogo al escucharlo cantar con
toda seguridad “Yo soy el blues”. Se le cree al leer sus entrevistas. Se le
cree a su apariencia de profeta. Al mismísimo Eric Clapton le bastó una
conversación con Vilanova en su faceta de reportero, para que lo invitara espontáneamente
a telonear su shows en Santiago en 2001. Pero sobre todo, se le cree al
escucharlo tocar. Cómo no emocionarse con la interpretación de clásicos como
“She’s a good un” (Otis Rush), “Two bones and a pick” (T. Bone Walker), “What a
wonderful world” (Louis Armstrong) o con la maravillosa versión de
“Spoonful”(Willie Dixon), traducido y arreglado magistralmente por el músico
argentino. Cuando se escucha su música, se aprecia su sinceridad cuando declara
que el blues le dio sentido a su vida, le permitió realizarse como hombre y
sentir una enorme paz y tranquilidad.
Le enseñó guitarra a un amigo que labura con Miguel Cantilo. Siempre tiene palabras elogiosas para él.
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