Dos Diamantes Esmeralda
Cuento
- ¿Cuánto?
- Doscientos
mil.
- ¿Pesos?
- No
estoy para bromas, señora. Dólares. Sé que esa cifra no es un problema para
usted.
- Tampoco
se trata de un monto menor, de hecho me obliga a concurrir al Banco y extraer
buena parte del monto de la caja de seguridad que comparto con mi marido,
cuestión que me puede poner en evidencia. Hablo de las cámaras de seguridad,
firmas y demás trámites bancarios que quedan registrados.
- No
es mi problema. Nuestro contacto le habrá informado sobre mis cualidades, de
modo que no tengo nada para agregar. Hay doce viudas que en este mismo instante
están disfrutando de sus lujuriosas y orgiásticas vidas gracias a mis
capacidades, por lo tanto y a la sazón del tiempo transcurrido mis honorarios
logran amortizarse mucho más temprano que tarde. Además no es condición indispensable
que me abone la totalidad antes de llevar a cabo la operación. Podemos pactar
un adelanto razonable y el resto puede cancelarlo cuando sus trámites de
sucesión finalicen. Sospecho que al no tener herencia la cosa se simplifica
notablemente.
- Aquí
y ahora cuento con cincuenta mil dólares en billetes americanos, además puedo
redondear unos cien mil pesos en moneda nacional, con un par de gemas llego al
cincuenta por ciento de sus honorarios.
- ¿Gemas?
- Dos diamantes
esmeraldas antiquísimos, me los obsequió mi marido el día de nuestro
compromiso.
- Debería
hacerlas tasar para corroborar su valor.
- No
tengo inconvenientes que se las lleve para constatar lo que afirmo. Justamente
hace menos de un año las hice cotizar por tres peritos en la materia y
coincidieron con el valor. Ciento cincuenta mil pesos cada una, en
consecuencia, si acepta, le estaría adelantando más de la mitad del precio
pactado.
- De
ningún modo, señora. Esa supuesta diferencia no se traslada hacia mis
honorarios debido a que voy a tener que afrontar los gastos de depreciación que
encierra su comercialización. Estimo que todo lo ofrecido asciende a un
cuarenta y cinco por ciento del valor total.
- Confío
en su honestidad.
- Señora,
le ruego ahorrase ese tipo de comentarios. Usted ha llegado a mí debido a
ciertas características que me son propias, peculiaridades avaladas por un
comportamiento intachable. No voy a derrumbar mi prestigio por mendrugos.
- Siento
haberlo ofendido. Lo dejo con su café, enseguida regreso, voy en busca de lo
conversado.
- Suyo.
La futura viuda exhibía sus genuinas bondades sin
ironías. Cercana al medio siglo, Blanca Cecilia Sastre de Luna, refrescaba su
calendario personal con sesiones estéticas en los centros más acreditados de la
ciudad de Buenos Aires. Solía invertir un promedio de cuatro horas diarias en
su figura. Parte de esas actividades las desarrollaba en su propia casona de
Belgrano contratando profesionales de indiscutible seriedad. En su finca poseía
un pequeño gimnasio moderadamente equipado, una piscina de quince metros de
largo, cubierta y climatizada, y un salón para baños de vapor. Sólo contrataba
mujeres a modo de asistentes domiciliarias. No deseaba incomodar a su marido
con cuestiones que tranquilamente podía resolver fuera del hogar. De modo que
su personal trainer,
su masajista y su asistente de yoga eran de sexo femenino y no por imposición
marital sino por decisión propia. Fuera de su hogar era miembro activo del
Centro de Desarrollo Físico Alvear, acaso el círculo privado más distinguido del
barrio de Belgrano en materia deportiva. Allí completaba su rutina con
electrodos, pesas y dos sesiones semanales de danza clásica. Todos los días
corría treinta minutos a buen ritmo, cosa que hacía a media mañana en la cinta
que tenía dispuesta en el jardín de su casa. No se percibían exagerados
retoques quirúrgicos más allá que la perfección de sus senos ingresaban por los
senderos de la sospecha. La soberbia resultante de dicha inversión estaba en
ese momento camino al estudio en busca de cumplir con la mitad de convenio. El
hombre, asesino de profesión, no pudo evitar una cierta y oblicua dispersión.
- Le
ruego que cuente el dinero.
- No
sería elegante de mi parte, señora, confío en su honorabilidad.
- Le
agradezco, aquí están los diamantes. Como puede observar son bellísimos.
- Ya
lo creo, algo conozco del tema. Tal vez le haga caso y los recotice, quizás
desestime comercializarlos de modo no se vean castigados por la depreciación
del mercado paralelo. De esta manera, al incorporarlos a mi patrimonio, no nos
veríamos cercados por discusiones bizantinas.
- ¿Acaso
existe alguna destinataria merecedora de las gemas?
- Quizás,
- mintió – (evitando de esa forma cualquier tentación mutua)
- ¿Le
puedo preguntar detalles sobre el operativo, fechas, modos, en fin...?
- Sencillamente
un día lo dejará ver, eso es todo.
- ¿El
cuerpo?
- Es
decisión suya si quiere que aparezca.
- ¿Es
una opción?
- Hay
viudas que escogieron velar a su finado esposo en pomposas ceremonias, hay
otras que aún simulan aguardar por su regreso. Supongo que el modo de resolver
los problemas financieros tiene que ver con el modelo elegido. Un cadáver que
no aparece es presunción de vida, por lo tanto no hay posibilidad de subdividir
bienes en caso de existir otros herederos.
- ¿Cambia
el honorario?
- No,
Señora. Eso sí, le solicito me informe con la mayor brevedad sus preferencias.
- Ya
mismo le confirmo que no me interesa que su cuerpo aparezca. Si bien no tenemos
familia ni posibles demandantes no tengo deseos de soportar cualquier intento
solapado de rapiña.
- Le
advierto que esta decisión no tiene reclamo ni retorno. La operatoria encierra
incisos irreversibles.
- De
acuerdo. Además puedo liquidarle sus honorarios mucho más rápidamente debido al
ahorro de tiempo y dinero que incluyen los trámites de sucesión.
- Como
usted diga.
- Me
retiro entonces. En setenta y dos horas tendrá noticias mías, en dicha reunión
le informaré los pasos legales a seguir.
- ¿Pasos
legales?
- Por
supuesto. Hablo de hacer la denuncia correspondiente cuestión que le impedirá
al núcleo de relaciones de su marido sospechar de su participación en el
asunto.
- Veo
que es muy expeditivo.
- No
necesito más. Tengo los datos completos de su esposo y la mitad de los
honorarios, sólo resta que cumpla con mi parte del acuerdo.
Hasta ese momento el sicario sabía que Juan Cruz
Luna, la víctima, era un hombre de traza corriente, podía afirmarse que nadie
prestaría atención en su persona. Llevaba su cincuenta y cinco años con muy
poca hidalguía corporal, de hecho lejos estaba del misticismo estético de su
mujer. La rutina laboral constituía el centro de su mundo. Era propietario de
una importante y prestigiosa empresa dedicada al rubro inmobiliario ubicada en
la mismo barrio de Belgrano, emprendimiento que heredó de forma directa tras el
fallecimiento de su padre, al ser hijo único. Martillero y Corredor Público
Nacional consiguió potenciar y diversificar los negocios hasta posicionarse
como un hombre de consulta permanente por los más destacados grupos de
inversores porteños. Los activos y las cuentas bancarias daban fe de su éxito
profesional, cuestión que le garantizaba a la futura viuda una vida sin
angustias ni preocupaciones. Lo cierto es que no menos de una decena de
inmuebles alquilados le posibilitaban ingresos fijos que cubrían largamente los
vicios y caprichos de su mujer. Todos los bienes estaban a nombre de Juan Cruz
Luna en condición de casado, con doble rúbrica marital, en consecuencia, ante
su posible ausencia, Blanca tenía disponibilidad sobre ellos sin mediar
trámites ni gestiones adicionales.
Su mano derecha en la inmobiliaria era Joaquín de
Marco, joven apuesto y ambicioso, promisorio y hábil abogado que solía
dispensarle atenciones especiales a Blanca, sobre todo cuando Juan Cruz debía
viajar tanto al interior como al exterior del país invitado por las
asociaciones que lo tenían como miembro honorario y referente indiscutido
dentro del rubro. Evidentemente la intención de la mujer era demasiado obvia a
los ojos del contratado: deshacerse definitivamente de su marido para poder
disfrutar su madurez con un joven más acorde a sus expectativas de vida.
Otra cuestión que debía tener en cuenta el verdugo
era el amplio arco iris conformado por las relaciones de Juan Cruz, vínculos
derivados de su profesión. No podía ni debía soslayar que Luna era un hombre de
contactos políticos y jurisdiccionales muy concretos. Sus entrevistas con
diputados de la ciudad, con adherentes a las cámaras empresariales y con
dignatarios de los colegios de abogados y escribanos eran tan corrientes como
el cierre de una simple operación de compraventa. De modo que luego de
retirarse del domicilio de su contratante se dirigió directamente hacia la
inmobiliaria de Luna con el objeto de presumir una posible inversión. Intentaba
conocer con más detalle a su víctima de manera tal acotar todo riesgo posible.
Llegado a destino una hermosa recepcionista le
brindó la bienvenida instándolo a que aguarde unos minutos por su entrevista.
Pasado lo que duró su café, detalle que gentilmente aceptó de la joven, tres
personas de mediana edad y ropas elegantes se retiraban del local acompañados
hasta la puerta por el propio Juan Cruz. Este, de camisa y corbata, ambos
insumos de moderada calidad, volvió sobre sus pasos poniendo atención en
quien lo estaba esperando...
- Usted
me buscaba, señor. Encantado Juan Cruz Luna, soy el titular de la empresa, en
qué puedo serle útil – de inmediato, aplicando lenguaje gestual, lo invitó a
ingresar a su privado mientras la conversación continuaba desarrollándose
normalmente -.
- El
gusto es mío, me apellido Martins – mintió el asesino –, estoy interesado en
participar en un fondo de inversión; allegados con experiencia en el tema me
informaron que nada mejor que su empresa para hacerlo de modo confiable.
- Me
halagan sus consideraciones – Juan Cruz interrumpe la conversación unos
segundos y le indica a su secretaria, por línea interna, que no debía ser
molestado ni interrumpido bajo ninguna circunstancia -. Disculpe Martins pero
la charla va a derivar en temas delicados que usted debe conocer antes de
efectuar una inversión de semejante tenor.
- Le
hablo de dos millones y medio de dólares.
- Más
a mi favor entonces. Le cuento, la situación está muy complicada. No hablo del
mercado inmobiliario, ese inciso camina relativamente bien, me refiero a mi
actual solvencia para afrontar determinados emprendimientos. La última
experiencia, acaso la más ambiciosa, ha sido un fracaso total y me encuentro rodeado
por litigios y embargos varios. Tuve la mala fortuna de confiar en socios de
marcada malevolencia que han dejado un tendal de cheques de los cuales debo
hacerme cargo por cuestiones de honorabilidad; no puedo ni debo defraudar a
personas que de buena fe, como usted, se acercaron a la empresa descontando
cualquier posible contingencia. Por varios años tendré comprometido mi
patrimonio personal. Estimo como intención de máxima mantener la fuente laboral
de mis colaboradores y cumplir con la totalidad de los compromisos asumidos. De
hecho ni Blanca, mi señora, sabe de la cuestión, no deseo preocuparla. Los tres
caballeros que vio salir hace un rato de aquí oficiarán de futuros albaceas.
- ¿Qué
sucedió puntualmente?
- Asuntos
políticos. Seré breve. Hace un año presenté ante las autoridades de la ciudad
un programa para la construcción de condominios populares en terrenos fiscales
ubicados en la zona de Mataderos. Se trataba de cuatro núcleos habitacionales
con cuarenta y ocho departamentos cada uno que supuestamente saldrían a la
venta mediante líneas de créditos blandos dirigidos al programa “primer
vivienda”. El proyecto logró la unanimidad legislativa, razón por la cual
comenzamos a desarrollar la idea trabajando en los movimientos de tierra,
licitando la compra de materiales, alquilando las maquinarias etc., vale decir,
asumimos compromisos económicos teniendo en cuenta las seguridades que nos
habían brindado. Ocho meses después un veto inesperado del jefe de gobierno
hizo que todo vuelva a foja cero, de modo que de ahora en más debo afrontar las
costas como cabeza responsable del fideicomiso.
- El
jefe de gobierno es el socio malévolo al cual se refería.
- Es
uno de ellos. Juan de Marco, mi ex colaborador es el otro. Esta misma mañana lo
tuve que despedir al descubrir su participación en una operación en contra del
proyecto dentro de la misma legislatura. Además no tuve otra alternativa que
poner a la venta mis activos no financieros, cuestión que pude resolver previo
acuerdo económico con los inquilinos. De los diez inmuebles sólo me quedan dos.
De todos modos tendré las cuentas inmovilizadas hasta que la cámara en lo civil
y comercial lo considere. Le estoy hablando de varios millones de pesos
- ¿Y
no pudo acudir a Nación?
- Ya
no. Justamente gracias a la anterior administración estoy encauzando la cosa.
Si bien por entonces no era oficialista el proyecto tenía una enorme aceptación
política en sintonía con aquel modelo. Algún funcionario nacional me comentó a
modo de comparativa que lo ocurrido se asemejó mucho al proyecto Tecnópolis
cuando hubo que reubicarlo. El tema es que yo no cuento con otros solares
alternativos. Lo único que deseo es mantener a mi esposa ajena de estos
problemas. Hace casi un año que he descuidado la relación y prefiero que piense
que soy un mal esposo antes que una mala persona. No me gustaría que su nombre
se vea mezclado entre fraudes y estafas. Por eso amigo Martins, si desea
realizar ese tipo de inversiones le recomiendo asegurarse muy bien que los
proyectos tengan la debida aprobación. No confíe, coteje los papeles y revise
puntillosamente la información que le suministran.
- Le
agradezco mucho su sinceridad y espero que pueda salir airoso de la coyuntura -
un fuerte apretón de manos dio por concluida la reunión, la mirada extraviada
de Juan Cruz Luna fue lo último que necesitaba el asesino para comenzar a
bosquejar su tarea -
Tres certezas se llevó el criminal de la
inmobiliaria. La primera de ellas era que iba a matar a un buen hombre,
cuestión que no lo conmovía en lo absoluto debido a que ya le había sucedido en
otras oportunidades, la segunda, acaso la más significativa, era la escasa
probabilidad que tenía para cobrarle a la esposa el saldo del contrato. Con los
fondos embargados no era ella la persona más capacitada para revertir, en el
corto plazo, la cuestión financiera. A la vez y como tercer dilema no podía ni
debía rescindir el compromiso ya que dicha actitud, al divulgarse, conspiraría
en contra de su futuro como eficiente ejecutor. Su sensación inicial era muy
confusa.
Estimó prudente encerrarse en la soledad de su
hogar; una pequeña chacra ubicada en la zona de Cañuelas. Al llegar decidió
pegarse una ducha, prepararse una minuta y analizar muy bien los caminos
posibles a tomar. Estuvo un largo rato con la mirada perdida en dirección hacia
los diamantes; los tomó, jugó con ellos, los pasó de mano en mano, los
guardaba, los arrojaba como dados sobre la mesa, de algún modo trataba que esas
gemas lo ayudasen, de manera darle cierta claridad a sus oscuridades
conceptuales.
Luego de varias horas delante de su ordenador
entendió que no iba a encontrar allí las respuestas que buscaba; ellas estaban
incluidas dentro de un segmento desconocido, escasamente escrutado en el marco
de su vida criminal: El humanismo. Debía matar, pero a quién... Y la respuesta
apareció inmediatamente, sin refutaciones, sin tangibles quebrantos. Blanca
Cecilia Sastre de Luna y su joven amante valían mucho menos que la mitad de lo
que valía Juan Cruz, de modo que el objetivo se había modificado, no sólo por
cuestiones de mercado, ya que se dio por bien pagado, sino también por dilemas
de carácter ético.
A la mañana siguiente depositó en el buzón de la
casa del matrimonio Luna una esquela sin remitente, escrita a máquina
convencional, dirigida a la señora de la casa, en ella le solicitaba una
reunión urgente para finiquitar los detalles del convenio. Al momento de darse
por enterada Blanca se puso en contacto telefónico con el asesino determinando
ambos como óptimo lugar de cita la propia chacra del matador; las cinco de la
tarde fue la hora convenida. El punto de encuentro sería la Estación de
Servicio ubicada en la intersección de la autopista Buenos Aires-Cañuelas con
la Ruta 205. Durante la conversación el hombre le aclaró a su contratante sobre
la importancia de la reunión y la expresa necesidad que Joaquín de Marco
estuviera presente.
Conforme a lo conversado el perito ejecutor llegó
al sitio conduciendo su camioneta media hora antes, de modo no verse
sorprendido por ninguna contingencia. A las cinco en punto arribó la pareja en
el diminuto automóvil importado, propiedad del joven abogado. Luego de los
saludos corrientes ambas unidades partieron en caravana con destino a la
chacra, granja ubicada a diez kilómetros de distancia del cruce. Pasadas las
dificultades de los caminos vecinales llegaron, por fin, a la vivienda; finca
ciertamente aislada, pequeña, propiedad que aún conservaba la elegancia de lo
que otrora fuera un centro dedicado a la producción lechera. La hacienda
estaba conformada por cuatro ambientes amplios, confortables, escasamente
amueblados; el predio estaba rodeado por una tupida arboleda, parque de dos
hectáreas de amplitud colmado de cercos naturales y añosos eucaliptos prolijamente
encausados.
La reunión duró apenas treinta minutos. Antes de
los certeros balazos que terminaron con la vida de ambos visitantes, los temas
transitaron como excusa so pretexto de instalar a la pareja en las cercanías
del lugar en donde el propietario suele depositar los despojos de aquellas
víctimas cuyas viudas han decidido olvidarlas. Blanca y Joaquín como el resto
de sus anteriores mártires serían bañadas post mortem en cal viva de modo
reducir sus dimensiones. Dichos excedentes cubrirían apenas los límites de dos
bolsones termo-sellados. Los mismos concluirán sus universales inexistencias
dentro de unas masas de concreto, diseñadas de ex profeso, con moldes acordes a
las anchuras humanas, todo esto en el interior de una suerte de bóveda subterránea
construida bajo los pisos de pinotea de uno de los ambientes, acaso el más
fresco. Durante la noche, el pequeño Mini Cooper azul del abyecto abogado fue totalmente
desmantelado, distribuyendo sus piezas de modo azaroso en el transcurrir de la
madrugada, y a lo largo de los quince kilómetros de uno de los tantos caminos
vecinales del distrito, senderos improvisados, tan descuidados como escasamente
transitados. Los paneles de chapa más voluminosos, limpios de huellas, fueron
depositados subrepticiamente en los tres cementerios de chatarras de la propia
localidad de Cañuelas.
Al día siguiente Juan Cruz, que por cuestiones
laborales se había quedado a pernoctar en la inmobiliaria, encontró detrás de
la reja de protección del local una encomienda en cuyo interior había una carta
escrita a máquina convencional; el paquete adolecía de sello postal y
remitente. En la misiva Blanca le hacía saber sobre su indeclinable decisión de
abandonarlo. El texto era claro y contundente: La pareja había dejado de serlo
desde hacía mucho tiempo no encontrando razones sólidas para continuar
simulando. Le agradecía los momentos vividos y declinaba cualquier intento por
dividir bienes teniendo en cuenta que todo el sacrificio había sido aportado
por él. Le pedía disculpas por no haberlo acompañado como es debido deseando
que conserve sus dos diamantes esmeraldas como recuerdo de los veinte años
compartidos. Juan Cruz, con suma tristeza y dolor, volcó encima del escritorio
el sobre mayor, de inmediato cayeron ambas gemas, su regalo de compromiso, una
de ellas se deslizó delicadamente lindera al cenicero, la otra, de manera
vertiginosa, cayó al piso quedando alojada tras el cesto de residuos.
*
-
¿Qué me puede informar sobre su esposa? Me refiero a sus
últimos encuentros y otras cuestiones, le advierto que por menores que sean no
dejan de ser significativas – preguntó el Inspector Arrieta con marcado tono
inquisidor -
-
Le reitero lo que hace una semana declaré ante a su ayudante.
Hace tres meses recibí una nota escrita a máquina, supuestamente de ella, en
donde se despedía sin dar mayores precisiones. La carta estaba acompañada por
el obsequio que le había hecho el día de nuestro compromiso: dos diamantes
esmeraldas que conservo en mi poder – respondió Juan Cruz Luna -
-
¿Tiene la nota?
-
No. La rompí diez minutos después de leerla. ¿Pero a qué se
debe tanta insistencia sobre el tema?
-
¿Conoce al doctor Joaquín de Marco?
-
Fue mi más cercano colaborador durante cinco años. Lo despedí
justamente por esos días.
-
Le debo informar que sospechamos sobre cierta conexión entre
ambas personas.
-
¿En qué se basa para tan injuriosa afirmación?
-
Un familiar del abogado nos habló que su esposa y de Marco
mantenían una relación clandestina. Resulta que todo comenzó hace un mes cuando
recibimos de parte de este allegado un pedido de búsqueda. Según la denuncia,
el joven se encuentra desaparecido desde hace tres meses. Pocos días atrás
obtuvimos las imágenes que las cámaras de las cabinas tomaron de su auto
cruzando el peaje que se encuentra ubicado en la autopista Buenos
Aires-Cañuelas a la altura de Ezeiza. Me gustaría que observe la serie de
fotografías que traje, y si puede, intente identificar a la persona que
acompaña al abogado.
-
Con mucho gusto.
-
Le confirmo, el coche es el de Joaquín, no tengo dudas. Solía
ufanarse hasta el cansancio de su diminuto automóvil importado.
-
Aquí tiene otra.
-
Si es él. En esta imagen se observa claramente su rostro. Le
debo confesar que no percibo con claridad a su acompañante. Parece una mujer.
-
A ver qué nos puede decir sobre esta otra.
-
Es Blanca. Mi esposa.
-
Confirmado entonces.
-
¿Qué fecha tienen las fotos, inspector?
-
6 de Noviembre.
-
Recuerdo perfectamente que al día siguiente recibí la nota
que le mencioné. Y lo recuerdo debido a que ese día, en medio de la tristeza,
recibí el bálsamo que significó el otorgamiento de una línea de créditos privados
que me permitieron levantar una decena de embargos.
-
¿Me puede informar las razones por las cuales despidió a de
Marco?
-
Descubrí que hizo gestiones en la legislatura en contra del
plan de inversiones que yo mismo había armado a favor del proyecto inmobiliario
denominado Primer Vivienda.
-
¿En algún momento sospechó que su esposa podía estar
involucrada con este hombre?
-
Jamás. Si bien la relación se había desgastado producto de mis
problemas financieros, trataba de mantenerla al margen del asunto.
-
Le cuento Luna que no tenemos imágenes fotográficas de un
posible regreso por vías pagas, tampoco tenemos registros que hayan circulado
por los peajes Cañuelas y Lobos. De modo que nuestra zona de búsqueda la hemos
centralizado en los límites cercanos a la autopista. Estamos barriendo el
terreno cinco kilómetros a los lados de la autovía, de momento descontamos
cualquier incursión por senderos alternativos.
-
¿Cuál es la hipótesis, inspector?
-
Varias. Desde una luna de miel interminable hasta un
secuestro que se complicó. Lo cierto es que nos resulta muy llamativo no poder
dar con el auto. Desde que aquel allegado nos informara que Joaquín era
propietario de un Mini Cooper azul
hemos detenido cuanto vehículo similar circula por el país, de cualquier color,
de cualquier año. Ni rastros del coche. Además ese modelo no está dentro de las
franjas del mercado del repuesto. Los autos de alta gama cruzan las fronteras.
Horas viendo videos, imágenes, secuencias.
-
¿Los desarmaderos?
-
Tampoco. Esa es información de primera mano, Luna. Todo lo
que cae en los desarmaderos lo sabemos.
-
¿Gastos en tarjetas?
-
Nada.
-
¿Usted sospecha de mí, inspector?
-
En lo absoluto. Todo lo que nos declaró ya lo sabíamos, de
modo que su soledad, sus deudas, sus relaciones empresariales, sus problemas
financieros, sus contactos políticos, no nos resultaron novedosos. Hubiese sido
extraño que nos ocultase algo de esa información. Quédese tranquilo. Usted es
un hombre que fue abandonado por su esposa y al mismo tiempo timado por un
joven abogado sin escrúpulos que se relacionaba íntimamente con ella.
-
Algo así como un pelotudo.
-
No. Una víctima. A propósito, me dijo que aún atesoraba las
gemas.
-
Sí.
-
De todos modos no abrigo muchas esperanzas que se conserven
huellas o vestigios.
-
No olvídese, las limpié y las guardé en mi caja de seguridad.
-
Nada más para decir entonces. Habrá que esperar los rastreos,
no nos queda otra alternativa.
-
Estoy a sus órdenes Inspector.
-
Buenos días y gracias por su atención.
Arrieta, mientras manejaba hacia sus
dependencias oficiales, observaba que no tenía otro horizonte que chocarse con
alguna circunstancia azarosa. Dos personas mayores, de buena posición
económica, desaparecidas hace tres meses; un par de fotos en un peaje en donde
se los observa juntos y casi doscientos kilómetros cuadrados rurales para
sondear... muy poco, casi nada, pensó...
Llegado a la oficina, luego de colgar
el saco en el perchero y antes de arrojarse en su sillón sonó el teléfono fijo.
-
Jefe, tengo algo sobre el autito.
-
Ya mismo te venís para el despacho – en menos de dos minutos
el oficial Carrizo estaba ingresando en el privado de su superior -
-
El móvil de Ayersa y Bonetti pinchó justo frente a un
cementerio de chatarras que queda sobre un camino vecinal, a ciento cincuenta
metros de la Ruta 205. Mientras Ayersa cambiaba la goma, Bonetti se fue a mear
en un pajonal lindero. Bajo unos chapones oxidados descubrió los paneles
laterales delanteros de un automóvil pequeño, color azul marino. Según lo que
me dijo no tiene dudas que pertenecen a un Mini
Cooper. Vienen para acá con los repuestos.
-
Estupendo. De paso comunicate con los demás móviles y
ordenales, de mi parte, que revisen al detalle todos los depósitos de chatarra
de la zona. Quiero que los revisen de palmo a palmo. No me extrañaría una
dispersión de repuestos.
-
¿Con qué objeto, Jefe? Es un auto al que se le puede sacar
mucha plata.
-
Si es como sospecho, esto no fue un asunto de guita, o en su
defecto la guita se consiguió de otro modo y el auto representaba un tema
menor, acaso una carga que era imprescindible sacarse de encima.
Efectivamente, a la mañana siguiente
tenían prácticamente completa la carrocería del auto, incluso hallaron en un
descampado cercano a uno de los cementerios de metales los paragolpes y las
cuatro llantas con sus respectivos neumáticos colocados. Si bien los repuestos
estaban con notorios rastros de la erosión, producto de haber estado a la
intemperie, los investigadores tenían buenas esperanzas de encontrar alguna
huella que les permita recabar indicios
sobre lo ocurrido. Mientras esto sucedía Arrieta comenzó a desechar hipótesis.
Descartó de plano toda la batería de delitos comunes y a la vez desestimó que
el abogado estuviera con vida. El automóvil era su única inversión concreta de
modo que observaba como absurdo, en caso de estar con vida, sacrificar algo que
en nada incidía en su suerte individual. Ese desmembramiento del vehículo daba
por sentado que alguien se había tomado la gravosa tarea de mutilar esa prueba para
que deje de existir, en línea con lo que supuestamente le pudo haber sucedido a
su propietario. La mujer aún no encajaba dentro del dilema.
Durante las cuarenta y ocho horas
siguientes otros asuntos entretuvieron la atención del inspector Arrieta.
Cuestiones no tan complejas: finalizar con formas burocráticas atrasadas,
determinar las licencias de su personal, rendir los gastos corrientes,
obligaciones que por menores no dejaban de ser responsabilidades importantes de
cara a sus superiores. Arrieta sabía que un evento criminal podía resultar una
incógnita insondable, eso era absolutamente admisible dentro del ámbito policíaco,
pero olvidarse de las obligaciones administrativas constituía, dentro de la
fuerza, poco menos que un crimen de lesa humanidad.
-
¿Está ocupado, Jefe? – Bonetti, por la bocina interna,
interrumpía de ese modo el estado de concentración que invadía en ese preciso
momento al Inspector –
-
Te escucho.
-
Tengo el informe sobre el auto, me lo acaba de alcanzar
científica.
-
¿Algo interesante?
-
No lo leí.
-
Leelo con sumo detalle, resaltá los puntos interesantes, en
media hora venite al despacho para analizarlo juntos.
-
Entendido
Efectivamente. Arrieta necesitaba ese
tiempo para finalizar sus obligaciones administrativas. Aburrido y cansando de
estas minutas puso todo su empeño para dejar libre el escritorio de manera tal
afrontar sin preocupaciones anexas la tarea que realmente le interesaba.
-
Permiso Jefe.
-
Dale pasá, sentate. ¿Algo para destacar?
-
Poco, casi nada le diría. Cuando menos yo no he podido
observar algo relevante.
-
¿Resaltaste alguna cosita que te haya llamado la atención?
-
Las chapas están muy invadidas por la erosión, no encontraron
ningún tipo de huella humana, los paneles iniciaron su proceso de oxidación.
Con los paragolpes sucede lo mismo. En donde los investigadores ponen su
atención es en los neumáticos. Aparentemente observaron en los surcos de las
gomas rastros grasientos provenientes de tejido animal. Fíjese Jefe, página
seis.
-
Veamos. “Se observan entre las hendiduras de los
neumáticos rastros de cuajo o grasas lácteas adheridas a las superficies de las
gomas ocultas bajo capas de tierra. Dichos hallazgos se reiteraron en los
cuatro elementos investigados”...
-
Fuera de esta aclaración no va a encontrar nada interesante en
el informe.
-
No es poca cosa Bonetti. Hay dos opciones. Este auto circuló
por sobre una ruta inundada en leche o pasó algunas horas dentro de una suerte
de tambo.
-
Bueno Jefe, no debemos olvidar que Cañuelas es zona lechera.
Estoy seguro que si nos paramos en los peajes cercanos y revisamos los surcos
de todos los autos que circulan más de uno tendrá rastros como los que describe
el informe.
-
Es cierto lo que decís. Pero fijate que los científicos
aclaran que algunos surcos están cubiertos en su totalidad. Se me hace que este
coche estuvo estacionado durante varias horas sobre un fangal lechero en donde
su propio peso hizo el resto. Pensemos en voz alta Bonetti; pero antes de
seguir ubicamelo a Ayersa, este pelotudo nunca está en su sitio de laburo.
-
Ya se lo traigo – Bonetti salió de la oficina y con un solo
grito logró el objetivo deseado. Ayersa, apurado ante tan fervorosa
convocatoria no tardó más de diez segundos en entrar a la oficina del Inspector
–
-
Escuchame Ayersa. ¿Vos encontraste los neumáticos? – inquirió
Arrieta
-
Sí Jefe.
-
¿Notaste algo raro?
-
Estaban totalmente engrasados, diría que viscosos. Recuerdo
que los recogí sin guantes. Se me resbalaban de las manos.
-
Quizás tu error de procedimiento desemboque en una pista –
aseguró el Inspector -
-
Espero que no me informe.
-
Quedate tranquilo. Volviendo al asunto es evidente que
debemos centralizar nuestra búsqueda en aquellos predios tamberos de la zona.
Para ello no existe mejor informante que el Municipio. Vamos a comenzar por
allí. Bonetti, ponete en contacto con el intendente y con las fuerzas de
seguridad de Cañuelas. Quiero en veinticuatro horas el listado completo de los
establecimientos. La información debe incluir razón social, identidad de sus
propietarios y ubicación exacta de cada uno. Que no omitan ninguno, sean ellos
emprendimientos industriales o chacras familiares. Vos Ayersa, averiguá si las
dos personas desparecidas tenían celulares. De contar con la afirmativa
conseguí los números y llamá, quiero ver qué sucede.
-
De acuerdo Jefe – ambos auxiliares luego de contestar al
unísono se retiraron de la oficina con la celeridad que las órdenes incluían –
Arrieta tuvo la impresión de haber
encontrado una veta, acaso pequeña. Sabía que el tiempo transcurrido conspiraba
en contra de la investigación, de todas formas algo es algo, y en estas
cuestiones nunca se sabe. Decidió hacerle un llamado telefónico a Juan Cruz
Luna. Su idea era ponerlo al tanto de cómo se desarrollaba la investigación y
de paso platicar e informarse acerca de algunas particularidades de su señora
esposa. Costumbres, hábitos, relaciones, cosas por el estilo. Luna aceptó el
convite con sumo agrado proponiéndole al Inspector un amistoso almuerzo no sin
antes avisarle que su colaborador Ayersa ya se había puesto en contacto con él
por el asunto del celular. Un pequeño restaurante familiar ubicado sobre la
Avenida Juramento, frente a las Barrancas de Belgrano, fue el lugar escogido.
-
¿Cómo marchan los negocios Luna?
-
Hablando mal y pronto, tapando agujeros. Creo que es el
destino que me espera de aquí a varios años.
-
¿De salud?
-
Tirando. Trato de controlarme la diabetes. El médico me
recomendó que salga a caminar durante una hora de tres a cuatro veces por
semana. ¿Lo suyo?
-
Intentando, siempre intentando.
-
A propósito, el celular de mi señora lo tengo en casa. No sé
si lo olvidó o decidió dejarlo. Le aclaro que Ayersa sólo me solicitó el
número.
-
Si, fui la orden que le di. ¿Se lo puedo mandar a buscar?
-
Mire que está fuera de servicio.
-
No importa. Quiero constatar que no haya quedado nada en su
memoria. Me gustaría que el aparato sea analizado.
-
Cuando quiera. Prefiere que se lo lleve.
-
No se preocupe, lo voy a mandar al mismo Ayersa para que lo
retiré. ¿Qué me puede decir sobre las costumbres de su mujer?
-
Típica señora de clase media acomodada; muy preocupada por su
estética personal y la vida sana. Socialmente mantenía un perfil apocado
estando totalmente al margen de mis actividades, de hecho nunca se enteró, por
lo menos de mi parte, del estado financiero de la empresa.
-
No deseo desencantarlo amigo Luna, pero si como presumimos
estaba relacionada con Joaquín de Marco no se extrañe que ella supiera mucho
más de lo que usted supone.
-
Hable claro Arrieta.
-
No me extrañaría que entre los dos hayan intentado sacarlo
del medio Luna, y que el diablo, es decir un tercero, metió la cola debido a un
mal reparto. Por eso es de vital importancia contar con la memoria de su
celular y relacionar esos datos con los lugares en donde se hallaron los
repuestos del auto. Le digo un tercero a modo de ejemplo, ya que pudieron ser
una o más las personas implicadas en la cuestión.
-
Si de intereses económicos se trata llama mucho la atención
que Blanca me haya devuelto los diamantes. La cotización de cada uno de ellos
no baja de los veinte mil euros. Le hablo de piezas esmeralda cuyo formato y
quilates los hacen únicos en el mundo.
-
Son contradicciones que desacomodan. Fíjese que quien desarmó
el automóvil de Joaquín no tuvo reparos en liquidar casi con desprecio un bien
que en el mercado del usado de alta gama sale unos ochenta mil dólares. Le
hablo de gemelos, muy cotizados fronteras afuera, por supuesto. Evidentemente
aquel que lo hizo no tenía otra alternativa
-
Entre las dos variables estamos hablando de más de medio
millón de pesos, Inspector.
-
Le confieso que este caso me ha seducido enormemente debido a
su complejidad, me avergüenza decírselo, pero lo observo como un dilema digno
de Chesterton. De hecho deseo con todas mis fuerzas lograr alguna señal
atrayente que interese al fiscal. La justicia desestimó el caso por falta de
elementos probatorios. Vamos a ver si podemos ahora impulsar la causa. En otro
orden de cosas me gustaría saber si su señora disponía de dinero en efectivo.
-
Por supuesto. Y eso se lo llevó todo. Calculo que entre
moneda nacional y americana contaba con un cifra cercana a los trescientos mil
pesos.
-
Ve que no hay relación Luna. No es el dinero el móvil. Aquí
hay algo que sale de la vulgaridad. Repasemos. Dos cuerpos que desaparecen con
trescientos mil pesos o más, ya que desconocemos el monto que tenía el abogado;
al mismo tiempo, potenciales quinientos mil son prácticamente desechados,
sacrificar el auto resulta razonable desde el punto de vista probatorio pero lo
de las gemas es absolutamente absurdo.
-
¿Qué piensa?
-
Lo que pienso encuentra prontas refutaciones antes de ser
elaborado, dichas refutaciones aparecen como posibilidades, estas posibilidades,
de inmediato se desvanecen ante una nueva refutación. Es una espiral infinita
de sortilegios.
-
Encima no hay certezas sobre si están con vida.
-
No hay consumos registrados electrónicamente ni movimientos
bancarios, hablo de tarjetas de crédito o débito, cosa poco creíble en gente de
clase media. No hay cenas, almuerzos, compras de ropas, mercados, micros. Le
soy sincero, si usted me pide una opinión, observo un panorama luctuoso. Me
duele decirlo, pero no puedo engañarlo. Ahora bien, si me solicita precisiones
navegaría por aguas profundas en morosidad. A estas alturas tanto el asesinato
como la inmolación cuentan con un mismo rango de probabilidad.
-
En el marco de su razonamiento no me parece descabellado que
se estén manejando con el efectivo y que al mismo tiempo no deseen dar señales
de vida.
-
No lo descarto. Pero le pregunto ¿Si esa es la intención, qué
objetivo tienen al disparar una denuncia de desaparición sobre la persona de
Joaquín? Con un llamado de éste alcanzaba para que sus allegados no se
inquieten y de ese modo evitar que la ley intervenga. No mi amigo. Nadie que no
desea ser buscado propiciaría una movilización policíaca. Nuestras esperanzas
descansan sobre los datos que obtengamos en la zona y la información que puede
tener escondido el celular de su señora.
-
¿Usted es un hombre de fe Arrieta?
-
En lo absoluto.
-
Me lo temía.
El almuerzo entró en su inevitable
crepúsculo en la misma medida que los temas se fueron acotando. Una cordial
despedida con la promesa de mantener mutua comunicación determinó el final del
encuentro. A las tres de la tarde Arrieta ingresaba a su despacho presto y a la
espera de recibir las encomiendas ordenadas.
En menos de tres horas y motivado por
el tedio liquidó un paquete completo de Camel, cigarrillo que había adoptado
desde joven por determinismo norteamericano; sólo había interrumpido su consumo
durante los ochenta a costa de los luego discontinuados Parisiennes livianos, tabaco
negro de fina elaboración, muy propio para aquellos fumadores que deseaban
contar con algo más que matar el vicio. Sin el marketing y el carácter invasivo
de su hermano más popular, los Parisiennes livianos fueron de rito riguroso
para los que deseaban un cigarrillo de elevada calidad. Más allá de ser un
desenfrenado consumidor resultaba muy extraño que Arrieta se quedara sin
tabaco. Varios cartones de Camel solían descansar dentro de sus ficheros,
cuestión que manejaba bajo estrictas reglas de logística, incluyendo un punto
de reposición que le permitía abortar todo posible desabastecimiento.
Faltando poco para las ocho de la
noche, el Departamento de Investigaciones Operativas comenzaba a vivir su
paisaje nocturno. Sin personal administrativo los pasillos parecían ofrecer
algo más de oxígeno, menos murmullos y nula congestión.
-
Voy para su oficina Jefe, le llevo el celular de Luna –
Ayersa, desde el otro lado de la línea, interrumpía de ese modo una pequeña
siestita que Arrieta se estaba regalando –
-
Y para qué lo quiero pelotudo – contestó enojado el Inspector
-, llévaselo a los técnicos y que lo den vuelta como una media.
-
Pero hay alguien a esta hora –cuestionó el oficial ayudante-
-
Debería.
-
Espero que me den bola entonces.
-
Manejate con segura autoridad y si no te dan pelota
informales que, personalmente, me encargaré de masacrarlos en asuntos internos.
-
Haré lo que pueda.
Diez minutos pasaron hasta que
nuevamente el teléfono interrumpió su paz.
-
Jefe, soy Ayersa. Ya están trabajando con el celular de Luna.
En dos horas, según me dijeron, le acercan el informe –
-
Buen trabajo, y me retracto por lo de pelotudo. Perdón y
gracias. Otra cosita Ayersa: ¿Sabe algo de Bonetti?
-
Conversamos hace un par de horas, todavía andaba por
Cañuelas. Según me comentó lo estaban forreando bastante en el Municipio.
-
Era previsible. En las pequeñas localidades nadie le pone el
cascabel al gato. Hasta es probable que haya gente de la política local en ese
listado. Deben estar con el culo a cuatro manos ante la incertidumbre.
-
Le agrego que la subdelegación regional tampoco lo está
ayudando demasiado.
-
Más de lo mismo. Bueno Ayersa, teneme al tanto de todo.
El aviso de un correo electrónico
puso en alerta al Inspector. Al abrirlo un escueto “para su información”
precedía a los nombres de quince empresas, tanto industriales como familiares,
dedicadas a la actividad lechera. El archivo contenía los datos completos de
las firmas: nombres de titulares, proveedores y clientes. Otro escueto
“atentamente” con el nombre del
intendente de Cañuelas cerraba el mail. Un “gracias recibido” fue lo único que
se le ocurrió como respuesta protocolar. Prefirió no extenderse demasiado
sabiendo lo limitado de su prosa.
Hasta las diez de la noche estuvo
concentrado en el análisis del listado. Estableció prioridades investigativas y
planificó toda la tarea por venir. Durante esas dos horas no había sido
interrumpido, de modo que pudo trabajar como tanto le gustaba: “sin que le
rompieran las pelotas”. Asumiendo que nada dura demasiado y menos lo bueno se
dispuso atender a quién en ese precioso y preciso momento estaba adulterando su
paz. Al abrir la puerta del despacho uno de los jóvenes del departamento de
tecnología le devolvió al Inspector lo que sólo era una simple carcasa vacía
debido a que el chip no estaba dentro del aparato, advirtiéndole que no le
preparó ningún informe por escrito producto que no había nada para informar.
Luego de que el joven se retiró y en la soledad de su despacho Arrieta guardó
el celular haciendo borrón y cuenta nueva dedicándose con exclusividad al
análisis que el “tecnológico” había interrumpido.
Arrieta no tenía parentela.
Consideraba incompatible su pasión por la criminología con las exigencias que
siempre tienen las cuestiones familiares. Sus relaciones ocasionales estaban
insertas dentro de la misma fuerza, mujeres que entendían la vida acaso de la
misma manera, de modo que su departamento particular era una prolongación de su
despacho, o viceversa, hasta ciertos incisos de la decoración resultaban
coincidentes, en consecuencia, dormir en el privado del Departamento de
Investigaciones Operativas o en su casa, lo mismo daba.
Poco antes de medianoche y cuando se
disponía a descansar - su intención era hacerlo al menos cuatro horas – el
incómodo tañido de su ordenador personal le anunció que un correo electrónico
estaba en la bandeja de entradas para su lectura. A priori no lo relacionó con
la investigación, de todos modos decidió atenderlo en ese mismo momento por
cuestiones de curiosidad. El usuario que remitía el extenso mensaje era un tal
Trisman@gmail.com
Estimado inspector Carlos Arrieta:
Lo quiero ayudar a que no siga
perdiendo más tiempo, su talento no merece caer en fosas abisales. Le advierto
que ni siquiera intente rastrear este mensaje. Al momento de leerlo la máquina
que lo disparó ya no existirá, debido a que fue destruida luego de ser
utilizada con exclusividad para este fin. Si bien el sitio de envío puede
acercarle alguna precisión le cuento que he tomado las adecuadas precauciones
para que tal cosa no guarde ningún tipo de relación conmigo. Estamos por
ingresar a la segunda década del tercer milenio, usted sabrá que capturar
señales de Wi-Fi es demasiado sencillo y no se necesita un lugar físico
determinado para realizar una puntual conexión.
Estoy enterado que me está buscando.
Soy efectivamente quién secuestro y luego asesinó a la señora Blanca Cecilia
Sastre de Luna y al señor Joaquín de Marco. Le debo confesar, como profesional
en la materia, que el trabajo en cuestión resultó de lo más vulgar que he
realizado hasta la fecha. De hecho asumo ciertas vergüenzas artísticas al
respecto. Acostumbro otorgarle a mis encomiendas elementos distintivos, dilemas
y encrucijadas que suelen colocar a la ley en sitios incómodos. Usted y yo, en
el pasado, hemos cotejado talentos, realmente tengo profunda admiración por su
perseverancia y destreza. Lamentablemente para usted siempre he salido
vencedor, cosa que en algún rincón del espíritu me mortifica.
Pero este doble crimen tiene motivos
extraordinarios que considero debe conocer. En primer lugar le informo que fui
contratado por la señora de Luna para asesinar y hacer desaparecer el cuerpo
del señor Luna. Un millón de pesos fueron los honorarios acordados. En
complicidad con el señor De Marco deseaba quedarse con la fortuna del futuro
occiso y al mismo tiempo disponer de esos bienes sin necesidad de trámites
jurídicos. Vale decir, mantener, desde los papeles, un matrimonio inexistente. Lo cierto es que el señor De Marco complotó
contra los proyectos de Luna con la intención aviesa de bajarle las defensas y
facilitar su manipulación. La señora, rejuvenecida y hermosa, pretendía tomarse
para sí lo que supuestamente afirmaba merecer.
Usted se preguntará las razones por
las cuales modifiqué mis objetivos. Acaso me estaré poniendo viejo y
melancólico, quizás al conocer a Juan Cruz Luna, por obvias razones
profesionales, decidí que ese hombre era demasiado noble como para que nada
quede de su historia. No lo sé con certeza, lo tangible es que lo que hice lo hice
por convicción, no por dinero. Uno de los detalles que corrobora lo antedicho y
que sospecho debe rondarle en su cabeza con formato de pesquisa fue la
devolución que le realicé al señor Luna del par de diamantes esmeraldas. En
efecto, las gemas constituían parte del anticipo que la señora Blanca abonó al
momento de cerrar el contrato. Fíjese que hasta con el auto del ruin abogaducho
pude haber hecho buena diferencia. No es mi estilo estimado Arrieta. La
cotización de esos dos miserables estaba bien cubierta por el anticipo y el
efectivo que llevaban encima. Entre uno y otro sumaban poco más de medio millón
pesos. Con relación a los cadáveres le informo que descansarán su eternidad en
buena compañía. Una suerte de osario privado, acaso virtual, debido a que los
propios deudos desconocen su ubicación. No le doy el nombre de sus seis
acompañantes por obvias razones de reserva, sospecho que mis otros clientes no
me perdonarían develar dichos convenios. Como podrá observar estoy muy
interiorizado sobre sus pasos, usted mejor que nadie sabe que para ejercer mi
profesión de modo eficiente debo poseer fluida relación con la fuerza.
Inclusive le confieso que mi formador, mi hacedor como eficiente verdugo,
perteneció durante más de treinta años a la Policía Federal ocupando un alto
cargo, ejerciendo ambas actividades en paralelo. Me duele desilusionarlo. Sé
que es un entusiasta de los dilemas y los acertijos. Pues olvídese puntualmente
de este caso. En la coyuntura no hay jeroglíficos por dilucidar. Entiendo su
desazón al leer la presente, no hay peor castigo para un honesto devoto de las
charadas que encontrarse con las respuestas sin mérito personal alguno. No se
moleste con los establecimientos lecheros de la zona de Cañuelas; personalmente
me encargué de recubrir los neumáticos con el objeto de proponer algo de
confusión y dislate. Incomodará a personas y familias sin ningún asidero
ganándose el descontento de una buena porción de ciudadanos totalmente ajenos
al evento. Sin más lo saludo con todo mi respecto. Le confieso que en esta
oportunidad estuvo muy cerca; acaso esa cercanía haya motivado la presente,
pero usted sabe perfectamente que en estas cuestiones existen vecindades que
nos terminan alejando. Es probable que nos volvamos a encontrar en el marco de
un nuevo dilema. Si bien soy un hombre de fortuna desestimo que haya llegado el
momento del retiro. Espero que al finalizar la lectura del presente texto
disfrute de su Camel, conjeturo que el humo del cigarrillo y su volatilidad
pueden ayudarlo a dar por concluido el caso de manera definitiva.
Atentamente Trisman
El Inspector Arrieta leyó varias
veces el texto recibido. Intuía que dentro de él se escondía una nueva charada.
Entre lectura y lectura caminaba por su despacho para clarificar conceptos:
salía de la oficina, reingresaba para volver a salir, iba y volvía del baño, le
echaba un nuevo vistazo al escrito; en algún caso devoraba sus cigarrillos o en
su defecto los dejaba encendidos y olvidados en distintos puntos del recorrido.
Finalmente el inspector Arrieta comprendió que su oponente era digno de
admiración, pero al mismo tiempo sabía que esa admiración no podía conspirar en
contra de su profesionalismo como investigador. Tenía dos opciones: creer
taxativamente en el mail o tomarlo como una farsa. Optó por la primera
hipótesis. No tenía elementos para dudar de la versión que le estaba regalando
ese tal Trisman y más teniendo en cuenta el detalle de las gemas. El camino
recorrido por esos dos diamantes esmeraldas cerraba el caso definitivamente.
Estaba claro el delito cometido, el móvil de dicho delito y el resultado final.
La identidad del responsable era el único dilema por dilucidar, de modo que se
dio por satisfecho aún sabiendo que el gran acertijo continuaría
persiguiéndolo, acaso hasta el fin de su actividad como criminalista.
De inmediato se colocó frente a su
ordenador personal abriendo un correo de nuevo envío. En él incluyó el archivo
recibido agregando como asunto: Caso Cerrado. Dos minutos después el mail, con
acuse de recibo, estaba disponible en la bandeja de entrada de Juan Cruz Luna.
El enigma que seguramente le estaba proponiendo el remitente con dominante
soberbia le resultaba imposible de perforar.
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