Un Tipo Cualquiera – Cuento





-         El Tipo estaba convencido que su tiempo en aquel pueblo había pasado. Nada tenía por hacer, nadie lo requería, de modo que resolvió honrar sus cuentas, despedirse de algunas pocas confianzas y partir de la misma manera que había llegado. Los cinco años de residencia en aquel sitio casual le otorgaron apenas algún que otro entredicho de bodega, un amor accidental e insolvente del que nunca guardó recuerdos y cientos de noches kerosén. El Tipo era bien dispuesto y hábil para el alambre, sin embargo en la actualidad, vos sabés que la tarea artesanal no es para nada valorada debido a que exhibe tardanzas que la modernidad no está dispuesta a tolerar. Fumador de negros cortos siempre andaba con un pucho entre los labios, cuando se daba cuenta que lo tenía lo encendía. Una caña en ayunas y otra a la tardecita completaban su batería de vicios. Vivía en la vieja casona de los Trápani, familia de la que no quedaban rastros en el pueblo. La propiedad está a cargo del Tuerto Bolaños. Nunca supimos con certeza las razones por las cuales el Tuerto usufructúa la vivienda. Algunos afirman que por simple antigüedad. El Tuerto, capataz de un establecimiento ganadero lindero al ejido, era el último habitante que quedaba desde los tiempos de la fundación. En realidad era el hijo menor de una de las familias encargadas de lotear los solares; dicen que al no venderse todos se apropió de algunos por izquierda y que justamente en uno de ellos construyó la propiedad que luego le vendió a los Trápani, gente humilde que arribó del conurbano, predio que más tarde les arrebató a fuerza de baraja marcada. No... un hijo de puta el Tuerto. Desde ese día, y estoy hablando de hace no menos de cincuenta años, le saca rédito a como dé lugar. Nada de lo que allí se instaló duró mucho o directamente quebró, porque también lo alquilaba como comercio. Me comentaron que allí funcionaron: Una casa de comida al paso, una bicicletería, un taller de reparación de electrodomésticos, un puterío, un enorme kiosco de diarios, revistas y libros usados, una casa de velatorios y hasta un taller literario a cuyo frente estuvo una ex funcionaria de cultura del distrito Ordóñez; dicen que la vieja no formaba con todos los jugadores. No había caso, todo lo que allí caía fracasaba. Las familias duraban menos de lo esperado, por eso este Tipo del que te hablo había logrado alguna dosis de afecto, siempre en términos relativos, al respecto de su relación con el vecindario. La Piedad, así se llama la aldea, creo que no te lo había dicho, tuvo la mala fortuna o la poca visión pionera de ser loteada sobre una geografía que en aquel entonces estaba en medio de un conflicto limítrofe entre los partidos de Potosí, Coronel Isidoro Palacios y Teniente Fructuoso Corvalán. En realidad ninguno quería hacerse cargo administrativamente del poblado debido a que está asentado bastante lejos de todas las ciudades cabecera, de modo que hasta resolverse el litigio la villa anduvo como paria y a la buena de Dios. La cosa mejoró algo cuando definitivamente quedó bajo la tutela de Coronel Palacios, pero muy poco, ya que ni siquiera le otorgaron rango de Delegación. La única autoridad es el Sargento Farías, milico que cayó al pueblo castigado por buchonear a una red de piratas del asfalto de la cual varios de sus superiores, luego exonerados, obtenían rentas adicionales. Tipo honesto Farías, por fuera de que chupaba como esponja, nada había para endilgarle. El único servicio que tenemos es la luz, el resto hay que buscarlo como se pueda. Te debo ser sincero. La luz la recibimos de manera irregular debido a un acuerdo que hicimos con un operario de la Cooperativa Eléctrica de Coronel Palacios. El hombre tiró unos cables a partir de la línea que pasa por el camino vecinal. Todo trucho. Dicen en la cooperativa que esa operatoria es menos costosa que colocar medidores y cosas así. Recuerdo que monitorearon durante un par de meses el consumo general para saber el gasto aproximado y prorrateárselo a los usuarios de la ciudad cabecera. De alguna manera tenemos subsidiado el servicio. Cuando hay cortes el Zurdo Rosales, de profesión mecánico y con algún conocimiento de electricidad, es el único autorizado para meter mano. Con respecto al tema del pago te cuento que para guardar las formas nos envían bimestralmente una factura por el alumbrado público; la papeleta siempre la recibe el Sargento Farías quién se encarga personalmente de juntar la guita. La cuenta es fácil ya que el total casi siempre es el mismo. Puede haber alguna mínima variación; los de la cooperativa nos informaron que lo hacen para que no salte la liebre. Las siete manzanas que conforman el villerío reciben el servicio sin problemas debido a su básica planificación: una calle principal entoscada que empalma directamente con el camino vecinal. Seis manzanas enfrentadas, alineadas de a tres más una manzana final centralizada en donde esta ubicada la plaza. Dentro de ésta se levantan el colegio y la comisaría. Dos calles paralelas a la arteria principal, tan extensas como ésta, ubicadas en los laterales del ejido que junto a las cuatro arterias perpendiculares le dan al poblado una correcta e íntegra circulación. Cada manzana posee ocho lotes con sus respectivas construcciones de modo que si le sumamos el colegio y la comisaría llegamos a las cincuenta viviendas que recién te mencioné. En el edificio del colegio funciona el jardín de infantes y el primario, todo junto. Hay dos maestras. La Yolanda Cufré y la Aurora Moriente. Ambas vecinas de La Piedad. Ninguna recibida, pero dicen que hicieron cómo que sí. Cufré está a cargo de preescolar, primero y segundo grado; del resto se encarga Moriente. El secundario no es necesario, al Estado le sale más barato poner un transporte y llevar a los pibes hasta Coronel Palacios. El pueblo tiene toda la apariencia de un barrio municipal tirado en medio de la llanura. Según el último censo somos 179 habitantes. No sé de donde sacaron la cifra, nadie nos censó. Supongo que habrán tirado algo aproximado sobre la base del censo anterior. Cada dos años, con las elecciones, el paisaje se modifica. Ese día las estrellas del pueblo son el Sargento Farías y las dos maestras truchas. Setenta votantes registra el padrón local, varios asados y mucho vino corren por el ejido. Generalmente la cosa sale repartida entre Peronistas y Radicales. Del asunto no se habla. A la seis clavadas se termina la fiesta, cierran planillas y los Gendarmes se llevan las urnas. Que yo sepa, desde la ciudad cabecera nunca llamaron para conocer los resultados por adelantado.
-         ¿Y el tipo?
-         Ahora te digo, dejame terminar. En el medio de la plaza hay un mástil y en uno de los laterales un Cristo, de modo que tanto las fiestas patrias como las patronales y los aniversarios se realizan al aire libre. Hasta las misas se celebran allí. Si llueve todo se suspende. Ambos pilones fueron acondicionados y reformados por el Tipo del que te hablo sin cobrar un mango, de todas formas a quién le iba a cobrar. Lo hizo a poco de llegar al pueblo, supongo que fue una buena carta de presentación dentro de una comunidad bastante encapsulada a la que no le importa nada de nadie. Y eso es lo que tiene de bueno La Piedad a mi real saber y entender. Acaso lo único. El chisme, como corriente institución pueblerina, no existe; y aquí me quiero detener. Sólo se hablan pelotudeces, y ninguna de ellas guardan relación con las personas que viven en la aldea. Fútbol, algún programa de televisión, algo que dijo la AM de Coronel Palacios, el clima, la quiniela, el debate no sale de allí. Como la gran mayoría está de paso nadie intima, sospecho que debe ser para evitar encariñarse y luego sufrir absurdamente con la partida. En definitiva el chisme no deja de ser una muestra de cariño, el problema es que en algunos sitios esa afectividad se desquicia. Te dije televisión. Allí no hay cable ni nada que se le parezca. Si mirás los techos abundan las lanzas con las parrillas en alto; esa tecnología precaria te permite agarrar, con buen clima, los dos canales abiertos de Puerto San Martín y la TV pública. Ahora con el Fútbol para Todos nos hacemos un festín. En otro orden de cosas, por suerte, han colocado cerca, y no porque estuviera el pueblo, una antena de celular de modo que no tenemos problemas en ese sentido.
-         ¿Y el agua?
-         Pozo. Cada uno tiene un pozo en los fondos. El agua es horrible, no le falta nada, tiene un poquito de todo, pero según nos dijeron no es perjudicial para la salud: arsénico, flúor, es salitrosa y sulfurosa. La hervimos durante bastante tiempo sobre las cocinas a leña y listo. La leña nos la trae el Tuerto Bolaños desde el mismo campo en el cual trabaja. Nos podría romper el culo con el precio al tener el monopolio, pero no lo hace. El Tuerto es un reverendo hijo de Puta pero no es boludo. Sabe que el abuso se paga. Eso sí, te trae los toscones grandes, después arreglate como puedas. Cuatro gambas la tonelada. Una vez me dijo que le tenía que dar la mitad al trompa por el uso de la motosierra y el camión. Además tenía que garparle a un ayudante de la estancia. Me dijo que entre pitos y flautas le quedaban setenta mangos por tonelada. No le creí, pero qué importa. Más o menos cada casa consume cuatro toneladas al año debido a que en invierno se usa mucho la estufa eléctrica; acordate que te mencioné que no hay control sobre el consumo eléctrico. También usamos la garrafa de diez kilos. El precio social que le ha metido el Estado es muy bueno, el tema es que el proveedor viene una vez al mes y todo pasa por el almacén de Doña Elena Vladich, quién siempre le agrega al asunto cuatro o cinco mangos más. No sé para qué, si no hay en qué gastarlo, de vicio nomás. Pero que va, a la croata se le perdona todo, coge como los dioses la viuda. Una cuarentona espectacular que cayó hace veinte años de la mano de un prestamista armenio, hombre que se tuvo que rajar a la mierda poco tiempo después de llegar a La Piedad debido a que saltó su pedido de captura; como te dije, en esas cuestiones Farías es inapelable. Luego la Vladich se amachimbró con quién era el dueño del almacén, el judío-polaco Isaac Rudman, hombre bastante mayor que ella; al año el pobre partió para el otro mundo producto de un paro cardíaco. Parece que lo dejó seco después de una noche de descontrol. No le vas a encontrar una arrugar a la mina, tiene un cuerpo sobrenatural, ajeno para esta geografía. Por lo que ofrece no es para nada costosa, aunque te confieso que tranquilamente le pagaría el doble y más. Esos cincuenta mangos están muy bien invertidos. Creo que al igual que el Turco no es boluda, sabe que lo mejor es no joderle la vida a nadie. Lo que me resulta curioso es que los habitantes más antiguos del pueblo son los comerciantes. Si bien no salen de la media económica con respecto al resto de los habitantes, han sabido construir un sentido de pertenencia excluyente. Se me ocurre que tener el monopolio de cada actividad hace a la cosa, cuestión que asegura ingresos constantes y seguros durante todo el año. Eso termina siendo bueno para el vecindario ya que al tener instalados los comercios en sus propias casas tienen abierto entre catorce y dieciséis horas al día por lo que el abastecimiento está garantizado. Con contadas excepciones la provisión de la mercadería la realizan en la ciudad cabecera, eventualmente San Martín, pero así y todo, y a pesar de las distancias recorridas los precios, tanto en La Piedad como en Coronel Palacios, son equivalentes debido a la enorme diferencia a favor que tiene nuestro pueblo con relación a los gastos fijos. La nula carga impositiva, no tener costos de alquiler que mantener y la ausencia de impuestos indirectos que asumir permite compensar el gasto de gasoil, de modo que los precios no se disparan exageradamente a pesar de lo pequeño del mercado. Además cuando uno de ellos tiene la obligación de ir a comprar siempre aprovechan uno o dos más para hacerle la gamba y repartir los costos. Por suerte todos los rubros básicos están cubiertos en La Piedad. Ya te hablé de la despensa de la Vladich y el taller del Zurdo Rosales. Te agrego la farmacia del médico y boticario Cáceres, la ferretería del Chapa Núñez, la panadería de la familia Cúcaro, la tienda de ropa y mercería de  Sara Mourelle, el kiosco y librería de Juan Bengoechea, y el bar del Coco Tulcosetti. El resto de los padres de familia trabajan en los establecimientos agrícolas que están en los alrededores del pueblo. Estos establecimientos son los que corrientemente suelen proveer de combustible a la población. El litro de nafta o gasoil cotiza en euros para estos tipos, pero cuando no queda otra alternativa hay que apechugar. De todas formas con cinco o seis litros uno zafa hasta llegar a la ciudad cabecera, una vez allí se llena el tanque y de paso, como solución a mediano plazo, podés acarrear tres o cuatro bidones de veinte litros. Esto último es posible si no se encuentra presente en la Estación de Servicio su propietario, Luciano Marinelli. El hombre es un garca. No te larga un litro si no es adentro de un vehículo. Si vas con un bidón te manda a la mierda, excepto que demuestres fehacientemente que te quedaste en el medio de la ruta. Te defino a La Piedad como un pueblo de clase media cuyos habitantes no tienen la menor idea qué hacer con la guita que ganan, que no pueden disfrutar de sus ingresos, que tienen permitido salir al recreo solamente cuando llueve.
-         ¿Y el Tipo?
-         Ya va, estoy llegando al Tipo, aguantá. Yo creo que por eso la gente emigra de La Piedad. Nadie llega sin ingreso fijo. La familia que viene al pueblo lo hace de la mano de alguno de los establecimientos de los alrededores. Las casitas, como te dije, son de estilo barrial, parecidas a las que construyen los municipios o la provincia. Sin bien tienen apenas ochenta metros cuadrados poseen lotes muy amplios para hacer jardín, huerta y hasta para instalar un gallinero. Lo que pasa es que si no tenés opciones tangibles a la vista todo huele a final. Más que un pueblo parece un depósito de mano de obra, una colonia, en donde a nadie le interesa cambiar nada porque sabe que La Piedad es sólo una estación en la vida. Hasta los muertos emigran para Coronel Palacios ya que no hay cementerio. El velatorio y el cortejo quedan a cargo de los vecinos. Tenemos ante la contingencia cuatro cajones acopiados en la comisaría. Recuerdo cuando el Coco Tulcosetti, dueño del bar, intentó armar un cuerpo vecinal que entienda y atienda sobre las problemáticas del pueblo. Metió cartelitos por todos lados. La reunión estaba programa para un sábado a las siete de la tarde, nadie podía excusarse por obligaciones laborales. Sólo asistimos el Turco, la maestra Cufré y yo. Terminamos delante del televisor del bar, mirando por la señal abierta que repite Telefe, Duro de Matar 2. Una vuelta a Juan Bengoechea se le ocurrió armar una escuelita de fútbol; no sólo en función del juego en sí propio sino además para tratar de socializar a las familias a través de la actividad de piberío. Dos chicos se anotaron. A mí me da bronca porque en el pueblo se vive bien, por lo menos con relación a otros lugares. No hay dramas de seguridad, no existen vértigos ni azares, ni tampoco conductas extemporáneas. No importamos miserias ni estamos en boca de nadie. Hasta nos hacemos cargo de la basura que generamos mediante procesos de reciclado clasificando los desechos de acuerdo a las últimas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. En la actualidad hay cinco perros en la villa. Animales itinerantes que circulan por el pueblo sabiendo que ningún hogar despreciará la compañía. Los trajo el Tuerto Bolaños del campo donde labura cuando de cachorros. Son pastores ingleses, no puros claro. El grosor de sus blancas corbatas y las características particulares del nevado de las patas sirven para su identificación. Tres hembras y dos machos: Lupe, Zama, Pola, Roto y Tolo.  El boticario Cáceres se encargó de castrar a los machos y esterilizar a las hembras, de modo que queda garantizada la no proliferación de animales salvajes. Lo que hay son muchos gatos domésticos. Cada familia tiene sus mascotas en impecable estado, y hablo en plural porque hay gente que tiene hasta tres animalitos. Esto es fantástico debido que no vas a encontrar en el pueblo ni una laucha a pesar de estar muy cerca de dos enormes plantas de acopio de cereal. Los bichos andan por la villa en absoluta libertad y guay de hacerles algún daño. El Sargento Farías es rigurosísimo al respecto. ¡Cómo se nos pasó el tiempo con la charla!, ahí viene el micro que va para Palacios, te dejo...
-         Pará, pará... esperá un segundo, ¿Y el Tipo?
-         Ay sí el Tipo. No... El Tipo era un Tipo cualquiera, nunca supe su nombre, uno de los tantos que se van como llegaron. Pasa que los paisanos de La Piedad sabemos que si no arrancamos la charla con una incógnita, con una duda, nadie se va a interesar por nosotros.
-         Por qué no te vas al carajo
-         En eso estoy, o con todo lo que describí no te queda claro; chau... y disculpame si te jodí. ¿Tu nombre?, digo, para matar el tiempo y tener algo que contar cuando llegue a La Piedad.
-         Hablales de un Tipo cualquiera, como hiciste conmigo, total en La Piedad el chisme no cuenta...
-         Ja ja... me cagaste...

Autor: Gustavo Marcelo Sala





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