Tras las huellas, las sombras - (Cuento)











Tras las huellas, las sombras

O estamos solos en el universo o no lo estamos.
Las dos perspectivas son aterradoras.
Arthur Clarke

I

Al despertar sus ojos comenzaron a delinear circuitos y recorridos concéntricos tratando de identificar guiños y señales que le modelen aproximaciones sobre lo que estaba sucediendo. Se percibía inmóvil, desnudo y obsceno, sólo propietario de lo que intuía o en su defecto imaginaba. Descendió la vista de manera ostensible y descubrió un sistema de entubamiento generalizado que invadía su precaria humanidad inyectando por diversos flancos su ignominia dominante. El inconfundible vaho a ropa blanca de cama generosamente desinfectada, tabiques divisorios y la venturosa imagen del Cristo le otorgaban las primeras certezas circulantes. No debía estar pasando por el mejor de sus momentos concluyó prima facie; apenas una tenue dicroica lo desafiaba de manera deshonesta a exhumar los rincones del monótono paisaje. El goteo silencioso y pausado del suero lo entretuvo un buen rato; la transparencia de las cánulas y el recorrido de sus líquidos interiores le hacían recordar sus adolescentes experiencias en la clase de química inorgánica durante su primer año en la Facultad de Medicina de Universidad de Buenos Aires a principios de los ochenta. Supuso que tras la frontera del tabique el estado de inexistencia era absoluto debido a que no advertía sombras ni murmullos alentadores. Intuyó que su contacto con el exterior era solamente un diminuto dispositivo que tenía ensamblado en su mano derecha a modo de campanilla o llamador. Por el momento no tuvo deseos de saber quién acudiría al accionar el dispositivo, prefirió seguir recostado en su soledad tratando de improvisar recuerdos, relacionándose con su pasado de forma tal, poder acercarse a sí mismo, minutos antes que un anónimo suceso le determinara su presente estado.

-         Usted sí que tiene un hermoso azul en los ojos – comentó la enfermera que momentos antes había ingresado a la habitación –, me alegra verlo despierto, síntoma que su salud mejora más rápido de lo previsto. Guarde calma y trate de no pensar, el médico no tardará en venir apenas le comente la novedad. Bienvenido Damián, lo estábamos esperando.

El sonido de la puerta al cerrarse le significó una nueva soledad y nuevo interrogatorio al paisaje, una vieja desmemoria alumbrada por sombras versadas y culminantes, pretéritas e indefinidas, extasiadas por su dictatorial albedrío. Su nombre, como dato revelador, no le pasó inadvertido.

-         ¿Cómo le va mi amigo? – el profesional se colocó a los pies del paciente haciendo una pausada lectura sobre las notas del día – Soy el médico a cargo de su caso, Alberto Valencia es mi nombre. De forma gradual y mesurada lo iré poniendo en autos con respecto al devenir. Si bien su tratamiento reviste características particulares existen generalidades que no se pueden obviar. Le recomiendo descansar y procurar disciplinar sus emociones de forma tal no vernos en la obligación de extremar las dosis de paliativos. Le adelanto que su evolución ha sido milagrosa, le puedo garantizar que las expectativas de una rápida recuperación ya son tangibles. Considero que estamos en condiciones, a partir de mañana, de liberarlo paulatinamente de estos conductos comenzando a conversar largo y tendido sobre su condición. Nos vemos entonces, hasta mañana...

Damián notó que el doctor Valencia se retiró del recinto con segura tranquilidad, no teniendo más remedio que tolerar ese apacible semblante científico y su refrescante discurso, quedando a la espera de revelaciones que hasta el momento le eran maliciosamente esquivas.
Durante la mañana siguiente, a primera hora, se procedió metódicamente al retiro de las cánulas constatando las reacciones del cuerpo a medida que los medicamentos dejaban de manifestar sus efectos. En algún caso tuvieron que disminuir las dosis utilizando otras vías de ingestión. Lo cierto es que al despertar se sintió un tanto menos cautivo de su propia indigencia y desconcierto. Solamente el suero continuó formando parte del obligado equipaje, cosa que asimiló desde la resignación y no desde la inteligencia. La cruz de la cabecera continuaba inmaculada prestando debida cortesía, la ropa blanca potenciaba su aroma a desinfección y la pequeña dicroica de esquina era su momentánea y única compañía. Se encontró dispuesto y con fuerzas para iniciar su camino de búsqueda y encuentro. Saber quién era ese tal Damián, comprender por qué estaba allí postrado sometiéndose de ese modo a la tiranía que siempre nos propone la realidad.  De alguna manera admitía ser propietario de una historia y que esa reseña debía estar apuntada en la memoria de alguien bien dispuesto a confesarla. Su mente no estaba absolutamente en blanco. Recordaba sus tiempos universitarios a propósito de la terapia rememorando con marcada nubosidad un accidente automovilístico durante los noventa que le provocara la pérdida de un riñón incluyendo el imborrable bajorrelieve diagonal de una cicatriz de veinte centímetros en el muslo de la pierna izquierda. Suponía que más temprano que tarde su vida caería como cascada a la espera de ser ordenada y presentada como alegato indiscutible de modo serle confesada a favor de su inteligente necedad.

-         Que podamos hablar puntualmente del tema constituye todo un acontecimiento Damián – mencionó el facultativo apenas ingresó al recinto – Espero haya amanecido con voluntad y deseos de escuchar.
-         Descuente mi predisposición, doctor.
-         En primera instancia le informo que desde hace quince meses se encuentra internado. Durante los ocho iniciales lo estuvo en terapia intensiva, desde allí pasó a intermedia en donde actualmente estamos ubicados. Nuestra idea es que a partir de la semana entrante sea derivado al sector de cuidados corrientes. Le cuento que su caso nos ha presentado un  fabuloso desafío científico apenas arribado a nuestra guardia de emergencias, su cuadro en aquel momento era potencialmente irreversible. Hoy nos encontramos ante una situación que nos enorgullece como profesionales, tanto a escala personal como institucional. El grado de complejidad del dilema nos motivó apenas fuimos hurgando y analizando, diversificando hipótesis, errando diagnósticos, sometiéndolo y sometiéndonos a nuevos desafíos e investigaciones, implementando estudios y técnicas inéditas hasta entonces. Entrando en tema le diré que una generalizada y desconocida infección comprometía su sistema nervioso central inmovilizando algunos de los órganos vitales. Básicamente esa es la explicación que por el momento le puedo ofrecer, con el tiempo obtendrá mayores detalles a la par que usted mismo los podrá descubrir en la medida que vaya desandando el inevitable tratamiento de recuperación motriz que se verá obligado a realizar. Entendemos que tanto la memoria como la capacidad para relacionar acontecimientos de su vida comenzarán a verificarse una vez que modifiquemos cierta medicación que le incorporamos de ex profeso para evitar que factores emocionales conspiren contra su rehabilitación. Por el momento le adelanto que su nombre es Damián Lafinur, soltero, argentino, cuarenta y tres años y operario con jerarquía de jefe técnico en la Comisión Nacional de Energía Atómica, central Atucha I.
-         ¿Quién está afrontando económicamente semejante despliegue científico, doctor?
-         Una primera etapa del tratamiento lo afrontó su obra social, hablamos de sus curaciones básicas; pasadas la dos primeras semanas, cuando nos cercioramos de lo extraordinario del caso, tomamos el desafío como propio, en consecuencia nuestros protocolos internos fueron los que se encargaron de los costos y demás cuestiones burocráticas.
-         ¿Un conejillo, un objeto de estudio podría afirmarse?
-         No mi querido Damián, todo lo contrario. Un compromiso ético – aseveró Valencia –
-         Hágame un favor doctor, porque no se va al carajo.

Era la reacción esperada y deseada. Un advenedizo que de buenas a primeras se despierta quince meses después sin identidad y recibe como parte diario la novedad que acaba de volver de la muerte, ente ausente de capacidad para reconstruir su pasado cuya memoria está enfrascada en los sintéticos ámbitos de un dispensario a la espera que el albedrío de los profesionales dispusiera del reencuentro, y que para redondear el asunto no tiene bien en claro qué es lo que se debe agradecer.

El fin de semana pasó sin mayores sobresaltos. Las enfermeras iban y venían intercambiando silencios perturbadores con sonrisas innecesarias. Por suerte no se había olvidado del concepto de belleza, a esta conclusión llegó gracias a una de las practicantes. Diana portaba una formidable silueta acompañando una cadencia centroamericana muy seductora además de un fascinante perfil en sus rasgos.
La Clínica vivió su Domingo de visitas familiares con el caos acostumbrado, por suerte la habitación de Damián no había sido sometida a tal invasión. Si bien escuchaba con extraña nostalgia la claridad de los murmullos exteriores, concluyó que luego de tanto tiempo en coma nadie sentiría expectativa cierta por su persona. Terminado el horario vejatorio estimó que era el momento oportuno para invitar a Diana a su modesto albergue y afrontar, de ese modo, las primeras indagatorias sobre su pasado. No pasó un minuto de haber accionado el dispositivo manual cuando la enfermera ingresó al ambiente con un semblante riguroso que denotaba suma preocupación.

-         ¿Qué le ocurre Damián, siente alguna molestia? – preguntó agitada –
-         Nada, no se alarme. Es domingo y necesitaba, en cierto modo, cumplir con el rito de las visitas sospechando que a usted no le molestaría ceder ante mi capricho. – Damián se mostró cordial y presumido sabiendo que su estado le permitía alguna dosis de impunidad que Diana tenía la obligación de tolerar. Lo que Damián ignoraba es que la enfermera estaba aguardando por esa instancia desde hacía varios meses –
-         Bueno, aquí me tiene – manifestó sonriente y distendida la asistente –. Estoy por terminar mi turno, de modo que puedo fingir durante un rato y capitular ante su pedido.
-         No sabe cuánto se lo agradezco Diana. Usted no sólo es un regalo para los ojos, también es sumamente expresiva y refinada.
-         Me ruboriza el halago. ¿Me va a invitar a salir? En su estado y sin el alta médica no creo que podamos ir demasiado lejos – contestó bromeando la muchacha –
-         No se burle, créame que me gustaría ofrecerle más que un vulgar piropo – aseveró Damián mientras dimensionaba sus visiones por entre los botones y las transparencias de la bata -. ¿Qué sabe de mí Diana?
-         Debí suponer que tanta lisonja tenía su costo – Sentenció la auxiliar un tanto decepcionada –
-         No mal interprete. Digamos que es una pregunta excusa. Es cierto que necesito ayuda para conocerme y creo que no hay nadie mejor que usted para desempeñar ese cometido;  le ruego que si la comprometo profesionalmente con mis consultas olvide el asunto.
-         Juro Damián que me encantaría colaborar en la búsqueda de su identidad – ratificó Diana – pero tenemos vedada toda posibilidad de injerencia al respecto; eso es competencia exclusiva del departamento de psicología de la Clínica. Además su caso es demasiado complejo para que, como simples auxiliares, nos tomemos ciertas libertades por fuera del tratamiento establecido. Compréndame, no es egoísmo personal lo que moviliza mi actitud, se trata de ética profesional.
-         Al último que me habló de ética lo mandé al carajo Diana – inquirió fastidiado Damián – , pero no se preocupe, cambiemos de tema rápidamente... ¿Soltera?
-         Separada – contestó la joven -. Desde hace tres años, y le confieso que un tanto acobardada como para reiterar la experiencia.
-         No veo la razón. Es joven, bonita. No creo que le falten pretendientes.
-         Depende para qué. Además no soy tan joven como usted afirma. Considero que treinta y cinco años son una buena medida para incorporar el tamiz como indispensable herramienta de elección.
-         ¿Hijos?
-         No pude y creo que eso afectó de modo irreversible la relación con mi esposo. Parece que el hombre necesitaba una prolongación de su ser. No le alcanzaba con compartir sus momentos conmigo – explicó la enfermera ciertamente acongojada -
-         Lo lamento. Veo su relato inmerso en un ámbito de tristeza y no estamos aquí para nostalgias. A propósito su acento y su estereotipo son bien caribeños.
-         Soy nicaragüense, emigramos con mi familia en tiempos de la dictadura de los Somoza.
-         ¿Vive sola?
-         Con mi mamá, mi padre falleció hace diez años. Tenemos un departamento en el barrio de Flores. Típica vivienda por pasillo, tiene patio y terraza. Si bien es antiguo lo conservamos en muy buen estado, decorado con lozana elegancia. Ambas disfrutamos mucho de estar en casa, en consecuencia, ponemos gran esmero para mejorar su estética y atender su mantenimiento.
-         ¿Flores? – preguntó Damián –
-         Lo siento, no me va a engañar Lafinur. Es un barrio porteño. Más que eso no le voy a decir.
-         Veo que es sumamente desconfiada.
-         No es desconfianza; temo que tengo determinados reflejos que condicionan mi conducta debido a tantos años de ejercer como auxiliar de enfermería. Hay señales universales que los pacientes reiteran más allá de un diagnóstico específico. 
-         ¿Y lejos de la Clínica y de su casa?
-         Mis amigos se fueron con la separación, creo que nunca supe diseñarme relaciones propias. En ese sentido sospecho que él tenía razón; uno no puede ser solamente lo que es capaz de atraer, es necesario buscar lo que se desea conforme estéticas propias. Sin ir más lejos, hace pocas semanas creí en un nuevo y repetido espejismo; corrí tras él como sedienta al oasis. Me agradaba fascinarlo, seducirlo y encantarlo, pero no fue suficiente. Yo también necesitaba ser cautivada; es raro, precisaba admirar a ese tipo y no me estaba sucediendo. Temo que eso es lo que busco; fascinar sexualmente y si se quiere primitivamente no sólo a quién me guste físicamente sino también a quién admire desde la inteligencia.
-         Diana. Juro que le doy fe por el veinte por ciento que me toca – interrumpió Damián -. Es la tarea más sencilla y obvia; resulta imposible no ser atraído por usted. Y hablo de un veinte por ciento ya que el ochenta restante, es decir lograr su admiración, debe constituir lo más complejo del dilema. Me va a tener que disculpar, debo confesarle que padezco un estado de excitación generalizado y desprolijo, algo inmanejable que está conspirando malamente a favor de mis dolores.
-         Es hora de retirarme entonces. Ha sido una hermosa charla pero ya estoy arriesgando mi puesto. En ese sentido el doctor Valencia es inflexible.
-         Desde luego y gracias por haber cedido a mi capricho – aprobó el paciente -,  imagínese por un rato lo que ha significado para mí un domingo sin deseos de suicidio.
-         Todavía no ha regresado íntegramente y ya está pensando en eso. No me defraude Damián, trate de no ser vulgar. Me alegra haber aportado para evitar tamaña afrenta intelectual. De ese modo usted mismo es quién está conspirando contra ese ochenta por ciento de complejidad que le adjudica a la misión.

Un beso en la frente por parte de la enfermera segundos antes de retirase del salón le permitió examinar el descollante surco que proponían los senos de la dama; el corpiño apenas si sostenía tamaña nobleza recordando en ese instante que debía esforzarse para rememorar otros pechos y otros besos y otros deseos. Hacia el final del domingo logró distinguirse trabajando en la central atómica en soledad, completaba la geografía una consola manual, un ordenador personal, dos teléfonos y un circuito cerrado de televisión. La estría en el muslo había desaparecido y el supuesto accidente automovilístico de mediados de los noventa carecía de presencia. Sus años universitarios recorrían los pasillos de la facultad de ingeniería y no de medicina como su evocación anterior lo indicaba. Se percibía sometido a un pendular juego mnemónico con reglas propias y huellas aleatorias. Sospechó que la sutil disminución en las dosis de los narcóticos provocaba cierta confusión, imprecisiones varias y algún que otro desvarío. Prefirió entonces no herirse y descansar; la sazón que dejó la reciente charla con Diana intervenía como eficiente analgésico.

A primera hora del lunes el doctor Valencia ingresó al recinto releyendo velozmente las notas del fin de semana. Cuando Damián despertó se entretuvo observando que el médico gesticulaba positivamente mientras avanzaba en la lectura del informe. Un elegante bolígrafo a presión tildaba conceptos de manera aprobatoria.

-         ¿Buenos días mi amigo, cómo ha pasado la noche? –Preguntó el doctor–
-         Bien, tranquilo, con mucho apetito.
-         Pero eso es fantástico. Nuestras conjeturas apuntaban que recién en noventa y seis horas podría llegar a producir sensaciones de apetencia. Su recuperación es un verdadero hito científico – afirmó Valencia –
-         ¿Me puede explicar qué me sucedió doctor? Ese es mi verdadero apetito
-         Hoy, apenas lo traslademos al sector de cuidados corrientes, comenzaremos pausadamente con el tema. Y hablo en plural debido a que convoqué para la tarea al doctor Camilo Giberti, médico psiquiatra y además psicólogo en jefe del Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana. En una hora estará por aquí, hace dos días que llegó a Buenos Aires y estuvo desde ese momento estudiando su historia clínica. Los cubanos poseen técnicas muy avanzadas en todo lo concerniente a tratamientos para rehabilitación motriz, además de ostentar uno de los sistemas más avanzados en medicina psiquiátrica. Para ellos no existen enfermedades sino enfermos, en consecuencia cada tratamiento debe personalizarse en función del historial y sus características. En conjunto delinearemos el futuro de su recuperación.

-         ¿Podría desayunar algo específico y concreto? – solicitó Damián –
-         Sólo un té amargo con alguna galletita sin sal.
-         ¿Un caramelo, algo dulce?
-         Sólo un té amargo con alguna galletita sin sal – reiteró malhumorado Valencia –
-         Si no queda otra, acepto.
-         En instantes la enfermera vendrá con su desayuno.

El paciente esperó por Diana con el mismo apetito que por su desayuno. La simpática y veterana Ángela fue su reemplazo necesario. El ordenamiento por turnos imponía una ausencia inesperada de modo que fue imposible reiterar la excitación del día anterior. Disfrutó de su primer alimento tangible en meses como si hubiera participado de una degustación gourmet. Los opacos y desabridos sabores se hacían presentes a modo de ayuda memoria a favor de recordados manjares catados en tiempos en donde las dolencias no eran tomadas en cuenta. Comenzó a notificarse de la delgada estrechez existente entre la vida y la muerte percibiendo que un segundo alcanza y sobra para protagonizar la irrealidad. Pensó que valorar la vida no era algo tan cursi como creía y que lo frágil y transitorio del devenir colaboraba para que tal premisa se cumpliera. Se aferró inocentemente a un estúpido optimismo a caballo de la miserable vianda y de una advenediza enfermera; conspiró contra sí mismo para chocarse contra alguna contradicción que valiera la pena debatir; aguardó de buen modo por la eminencia cubana que dé seguro le devolvería satisfacciones pasadas por el solo hecho de haberse trasformado en un hito insoslayable de la ciencia moderna. Esperó sin miedos; no recordaba el significado de tenerlos.

Pocos minutos después de efectivizarse la mudanza ingresó a su nueva morada el doctor Valencia en compañía del citado doctor Giberti. Ambos portaban rigurosa formalidad profesional en su atuendo, un par de grabadoras manuales e idénticos portafolios de línea europea.

-         Damián, el doctor Giberti está aquí para que juntos conversemos sobre su futuro. En primera instancia creemos que está en perfectas condiciones físicas e intelectuales para afrontar tanto su historia personal como su historia Clínica. Toda su evolución la tenemos asentada como es debido en nuestros archivos; si gusta lo invitamos a iniciar el recorrido.
-         Avancemos entonces – aseveró Damián –
-         Como es sabido – interrumpió Giberti con marcado acento centroamericano – usted se llama Damián Lafunir, es argentino, soltero, cuenta con cuarenta y tres años de edad, se desempeñaba como jefe técnico en la Comisión Nacional de Energía Atómica, y está domiciliado en la calle Ramón L. Falcón 1577 en el piso quinto unidad B de Capital Federal. Le aclaro que toda la documentación de su vivienda está bajo guarda en la caja de seguridad de la Clínica. Tanto los impuestos como las expensas están perfectamente al día y sin mora de ningún tipo. Este material nos fue acercado por una persona que lo visitó asiduamente durante las tres primeras semanas de internación, y de la cual hemos perdido referencia poco tiempo después. Sobre la base del testimonio de esta persona pudimos reconstruir su historia personal. Andrea Devita, de ella se trata, gestionó además que le depositaran su salario en una caja de ahorros en el Banco Provincia. En la actualidad usted se encuentra bajo el régimen de licencia por enfermedad con goce de haberes. Los comprobantes sobre el estado de la cuenta, desde su apertura hasta el día de hoy están juntamente con su documentación personal. Semanalmente una persona de nuestra entera confianza pasa por su domicilio para retirar todo tipo de correspondencia y realizar el aseo de mantenimiento. Si no me equivoco usted la conoce; se trata de la señorita Diana Benítez, enfermera de la institución y domiciliada muy cerca de su vivienda. Justamente esa fue una de las razones para tal comisión.
-         ¿Voy demasiado rápido Lafinur? – Consultó Giberti –
-         En lo absoluto, ¿Tiene una foto de la mujer? – Preguntó Damián –
-          Si –afirmó Valencia -. Le solicitamos una a sabiendas que en algún momento podía llegar a ser un vaso comunicante para su rehabilitación. De todas formas le adelanto que se trata de una persona que frecuentó solamente durante los dos últimos meses antes del accidente. Lo cierto es que prestó amplia colaboración sin solicitar ningún tipo de contraprestación, consideramos que la situación la superó y decidió abdicar. Era una joven muy distinguida y agradable.
-         No la recuerdo – Sentenció Damián luego de constatar la foto –
-         Es natural, no se preocupe. Además ella estaba casada y usted jugaba como su amante ocasional. No era una relación formal. De todos modos evidenció una nobleza sin precedentes ante nuestros requerimientos. Debía tenerle mucho afecto – aseveró Valencia -. Ella nos informó sobre detalles de su vida, sus padres, sus bienes y demás cuestiones. Además le cuento que es poseedor de un vehículo marca Renault, modelo Megane, al que se le siguió la misma política de mantenimiento y pago de tasas. Aquí le muestro algunas fotografías de sus pertenencias. ¿Puede relacionar algo de lo visto?
-         En forma parcial – aseguró Damián – Tengo asociaciones desordenadas. Por ejemplo: reconozco con claridad la identidad de mis padres, pero no puedo hallarme con ellos. Cuando comienzo a elaborar trayectos y costumbres todo se vuelve anárquico y desordenado.
-         Excelente – murmuró Giberti  - le aseguro que en menos de setenta y dos horas recobrará su pasado sin omisiones. Le propongo entonces esperar hasta entonces para luego comenzar a diagramar su recuperación motriz. En ese momento le explicaremos lo acontecido con su salud, el tratamiento realizado y cuáles son nuestras expectativas futuras. Nobleza obliga aclararle que los gastos por el mantenimiento de sus bienes corrieron por su cuenta. Los talones, vales de pago y demás recibos están compilados con el resto de sus pertenencias. La señorita Benítez llevó una prolija y ordenada contabilidad.
-         A propósito ¿Qué día es hoy? – Preguntó Damián –
-         Dos de diciembre de 1999 y estamos en la Clínica del Norte ubicada en el barrio de Belgrano, Capital Federal – respondió Valencia –
-         Así que... ¿Quién gobierna?
-         De la Rúa.
-         ¿Y Chacho?
-         Es el actual vicepresidente debido a que perdió la interna – Contestó Valencia –
-         Cagamos. Yo sé lo que les digo.
-         Extraordinario – pensó Giberti – ha comenzado la asociación de sus suburbios.
-         No les digo. Los noventa se instalaron definitivamente –continuó Damián-, su estela inmoral quedó grabada en cada ciudadano, gobierne quien gobierne. La permanente justificación, la victimización como estatuto, maquillan a los gestores para que la perversión del sistema continúe indemne. Cero política, todo imagen.

Los doctores recibieron tales comentarios con sumo beneplácito. El paciente no sólo recordaba su pasado sino que además tenía opinión formada sobre él. Esto potenciaba la creencia de una recuperación definitiva a corto plazo.

-         Cambiando de tema – sugirió Giberti -, le propongo coordine sesiones coloquiales con Diana Benítez de forma tal entrenar su memoria y ordenar lo que aún percibe borroneado.
-         Será un verdadero placer, se lo aseguro.
-         En tres día estaré de regreso – ratificó el cubano – para profundizar la información sobre lo ocurrido y detallarle algunas pistas que me permitiré aconsejarle para su rehabilitación definitiva. Le adelanto que si desea recuperar íntegramente todas sus capacidades, vaya pensando en una larga temporada en nuestro centro neurológico de La Habana. Le aclaro que contará con compañía permanente y será usted quién decida el recurso que lo escolte.
-         ¿Y podré regresar de la Isla? – cuestionó Damián con alguna prevención
-         Si no encuentra una buena razón para quedarse, desde luego.

La explicación que de forma escueta y sencilla le proporcionaron los profesionales lo confundieron aún más. Un supuesto desmayo en su oficina que no recuerda, una infección concentrada en células del sistema nervioso central, la parcial hemiplejia, la imperiosa necesidad de transplantar parte de la médula, un riñón y el hígado, la pérdida total de la sensibilidad de los miembros inferiores y quince meses en coma no le bastaron para considerarse respetado intelectualmente. Se le detallaban consecuencias y tratamientos, todavía ignoraba las causas para tales efectos. El detalle de la inserción de algunos órganos clonados llamó su atención. Técnicamente adolecía de información actualizada sobre el tema como para plantarse de cara a los galenos, de todas formas comenzó a sentir incomodidades y a plantearse ciertos cuestionamientos puntuales. Luego de la exposición de los facultativos las dudas se multiplicaron exponencialmente quedando suspendido entre las hilachas de la confusión. La desaparición de la cicatriz en el muslo de la pierna izquierda no había sido mencionada y su diáfano recuerdo con relación a una facultad a la que jamás concurrió tampoco fue tenido en cuenta. Pensó que su parcial carencia de pasado permitía a los profesionales para manejarse de modo ilimitado, sintiéndose solamente como un transitorio instrumento científico. Cuando uno pierde la memoria le pueden hacer y decir cualquier cosa. Por el momento se resignaba a disfrutar de sus lecturas y de los inmejorables momentos compartidos con Diana. Cenas y almuerzos mejoraban en cantidad y calidad a medida que los días transcurrían. La soledad del ámbito no era discutible por lo que la privacidad le otorgaba licencias y antojos por los cuales no debía rendir cuentas. Como auxiliar de enfermería Diana estaba acostumbrada a la desnudez, Damián no. Frecuentemente y ante la presencia de la joven el paciente manifestó naturales erecciones que invariablemente debían formar parte del pronto despacho diario. Su genitalidad debía ser observada tanto como el resto de los distritos, en consecuencia, Diana cumplía su tarea de modo eficiente tratando de no mortificar el pudor del paciente. Con el tiempo la confianza mutua hizo que las bromas y el doble sentido circulen con suma espontaneidad escondiéndose bajo ese disfraz los deseos de instalarse libremente y de una buena vez dentro de atmósferas eróticas en donde la inmanejable excitación permitiera desnudeces con ropas adecuadas.
Estando Diana de servicio en una de esas guardias nocturnas complicadas en donde todo parece que ocurre al mismo tiempo ingresa a la habitación de Damián con el fin de descansar por un momento luego del duro trajinar. Un par de accidentes en la zona encontró ubicada a la institución como primer auxilio disponible. Por esas horas ya había pasado el vendaval estando todos los pacientes afectados puntualmente medicados y profundamente dormidos. La clínica volvía a mostrar su cómplice y oscura gracilidad.

-         Tengo que viajar a Cuba para finalizar mi recuperación – comentó Damián – y me permiten la compañía de una persona para auxilio, control y seguimiento. El regreso depende de la evolución. ¿Le interesa el trabajo? Usted tiene mucha más información sobre mí de la que yo mismo poseo, me interesa su personalidad, me seduce su candidez y muy poco puedo agregar sobre lo ya mencionado con respecto a su belleza. Diana quiero que sea usted quién me ayude a seguir tras mi huella.
-         Claro que me interesa – exclamó la enfermera – pero no como un trabajo. Deseo y celebro su propuesta. Usted Damián no es un paciente para mí. Quiero ser la primera que acompañe sus pasos y anhelo con desmesura custodiar sus quebrantos al momento que se produzcan, quiero que encuentre mis brazos al momento del festejo por haber obtenido una conquista, y acompañar sus silencios cuando el pasado regrese por sus fueros. De todos modos la decisión final depende que los médicos libren la debida autorización y que mi madre acepte de buen modo ese tiempo en soledad. Sospecho que a esta altura de los acontecimientos sabrá leer en mis ojos que lo admiro profundamente y si mal no recuerda entenderá lo que eso significa para mí. Como bien dice conozco detalles suyos que usted ignora, es probable entonces que ni siquiera tenga la posibilidad de presumir por las razones de semejante admiración.

Diana Benítez retiró suavemente la sábana que cubría el cuerpo de Damián Lafinur; de inmediato se abrió completamente la bata de manera altruista mirando fijamente los ojos de su antagonista dejando claro que la ausencia de ropa interior desautorizaba todo tipo de postergación. La omnipresente y generosa erección exhibida le indicaba a la joven que el hombre necesitaba de su osadía. Los labios de Diana se encargaron del resto abrevando de un material atesorado en barricas de olvido durante quince meses. Bebió sus elixires luego de largos minutos de constante atención, sintió la urgencia por poseer una porción de lo que admiraba. Luego se entregó a las fantasías de su amado en consonancia y acuerdo con los legítimos egoísmos que su propio cuerpo le exigía. Sus orgasmos, ávidos y melindrosos cayeron como resultante, prepotentes, inevitables.
Dos semanas después y luego de haber ordenado trámites y documentación la pareja partió hacia La Habana en vuelo directo de línea venezolana.

II

El traslado en avión tuvo la extrema necesidad de un cóctel invadido por sedantes y placebos. La clínica testimonió su eficacia y profesionalidad diseñando en la nave un compartimiento exclusivo rodeado de tabiques y cortinados protectores en procura de la privacidad que el paciente y la acompañante requerían. La silla de ruedas se encontraba presta y a mano, algunas revistas de variedades y una azafata de tiempo completo perfeccionaban la calidad del servicio. Durante las doce horas de viaje no hubo lugar para la conversación. Diana prefirió que su amado descansara tranquilo esperanzado por un regreso caminante y varonil. La obligada parada en San Pablo por aprovisionamiento de combustible no modificó en absoluto la rutina impuesta. La enfermera escogía soñar con extensas excursiones en compañía de Lafinur, huyendo de las miserias cotidianas y transformando el devenir en una fiesta inigualable. Tal como lo deseaba estaba frente a quién admiraba profundamente y se observaba reconfortada por no haber dilapidado tiempos en seres menores y primitivos. Luego de un apacible viaje llegaron al aeropuerto de La Habana el 22 de diciembre, pasadas las seis de la tarde. Los esperaban, al pie de las escalinatas de la nave, el doctor Camilo Giberti, quién había adelantado su periplo, y una populosa comitiva revolucionaria que se haría cargo de todos los trámites de ingreso al país.
Una antigua y elegante limusina los depositaría de manera inmediata en las instalaciones del Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana, en donde un representante del gobierno revolucionario los estaría aguardando para darles la bienvenida en nombre del mismísimo Comandante Castro. Damián se dio cuenta, en ese preciso instante, que su estancia en la isla tenía un correlato político incuestionable, que su recuperación no era la esencia de tamaño despliegue y que estaba incluido dentro de intencionalidades por ahora renuentes en presentarse, incógnitas e instancias ajenas a su vida.

-         Diana ¿Puntualmente qué es lo que decís admirar? – Preguntó Damián –
-         Tu enorme coraje – respondió la enfermera –. La indomesticable valentía para afrontar con dignidad lo que hubiese derrotado a cualquier mortal. Esa suerte de desafío permanente a cierto determinismo histórico que no logra persuadirte. Que te siga indignando depender a pesar que la vida te va con ello.
-         ¿Qué te parece todo esto?
-         Me afilio a creer en tu tesis, adolecemos de información; de todas formas debemos priorizar nuestros intereses y abocarnos de lleno a tu completa rehabilitación. Es algo que te urge y que nos urge como pareja.
-         Espero que con el transcurso de los días nuestras dudas iniciales se transformen en certezas o cuando menos en indicios concretos. Será necesario en la misma dirección que hagamos una lectura correcta de cada evento que el futuro nos tiene reservado en la isla.

El predio del Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana se encontraba ubicado en las afueras de la ciudad. Prolijamente parquizados sus alrededores el edificio exhibía una arquitectura de dos plantas sobrias y funcionales. Sus amplios ventanales aseguraban la natural luz de día y un equipo de climatización central mantenía la temperatura del inmueble constante a veintidós grados centígrados. Cómodos accesos, rampas, cinco ambulancias preparadas para la contingencia y tecnología de última generación estaban al servicio del ciudadano cubano sin costo alguno. No poseía guardia de urgencias o similar. Era un centro específico que recibía pacientes para tratamientos neurológicos concretos. Cualquier hospital de la isla tenía la opción de utilizar sus servicios en el marco de un sistema de red médica perfectamente diagramado.  La planta baja del predio presentaba la administración y las dependencias de rehabilitación propiamente dichas: gimnasios totalmente equipados con maquinaria de alto rendimiento, piscinas climatizadas y seis consultorios para kinesiología que incluían tinas y dársenas para saunas. En la planta alta las habitaciones, en su mayoría dobles, presentaban generosas medidas y elemental comodidad: baño completo, dos mesas individuales multipropósito, una pequeña biblioteca con literatura latinoamericana y un sistema de circuito cerrado que emitía música clásica casi de manera impercetible durante las veinticuatro horas de día completaban el listado de utilidades. Los acompañantes podían acceder diariamente al dispensario portando la debida credencial. Diana poseía un ambiente individual en el anexo que el complejo disponía a cien metros de distancia, filial que había sido construida de ex profeso para aquellos pacientes que vivían alejados de La Habana o para los extranjeros, ya que en ambos casos la generalidad marcaba que arribaban con acompañantes. El natural de la isla también gozaba gratuitamente del complejo adicional mientras que el forastero abonaba aranceles a precios de hotelería internacional.

Damián Lafinur era la excepción a la norma, así lo habían determinado las máximas autoridades del instituto en la persona de su director el conocido doctor Camilo José Giberti en sintonía con recomendaciones efectuadas por el doctor José Belisario Ulloa, Ministro de Salud del Gobierno Revolucionario. La gran cantidad de norteamericanos desarrollando pasantías como el fluido inglés que dominaban los profesionales cubanos fueron dos elementos que Damián observó llamativos. Evidentemente en determinados substratos la relación de Cuba con el país del norte colocaba al margen la cuestión ideológica a favor de la excelencia científica; cosa que elevó aún más el muy buen concepto que tenía Lafinur por el modelo socialista.

El tratamiento de rehabilitación duró seis meses. En forma planificada y equilibrada se fueron incrementando exigencias a medida que los progresos evidenciaban certezas contundentes. Ciento ochenta días después de haber arribado al instituto el paciente deambulaba con normalidad, su memoria funcionaba a la perfección y su sexualidad se desarrollaba en plenitud. Cada semana se le efectuaban análisis de toda clase y especie que incluían cultivos de herrumbres, monitoreos cardíacos y encefálicos, los ensayos físicos demostraban claramente que su musculatura había recuperado la tonicidad con la consecuente capacidad de respuesta ante la exigencia. Todas las variables mostraban que la resultante no podía ser otra que el alta definitiva. Los profesionales del complejo, sin embrago, convencieron a Lafinur para que prolongue su estadía por un bimestre en condición de invitado. Deseaban presentarlo ante el mismo Comandante Fidel Castro como caso testigo de modo evidenciar el grado de excelencia de la entidad científica de modo solicitar con fundamentos una mayor partida presupuestaria. Las gentilezas recibidas sumadas a la importante inversión efectuada más la posibilidad de conocer personalmente a un ícono de la historia universal imposibilitaron cualquier tipo de negativa. De modo que Damián, con prudente agrado, aceptó el convite no sin antes consultar con Diana, obligándose ambos para colaborar con el doctor Giberti en todo lo necesario para el logro del objetivo. A partir de ese momento su nuevo destino sería el Gran Hotel América ubicado en las cercanías de Varadero.

Era inevitable respirar cierta atmósfera pendular; por un lado sentirse inmersos en una suerte de eterna luna de miel, por el otro, sospechar que determinados sucesos que a uno le ocurren en la vida no son gratuitos. Si conocer la isla y su proceso revolucionario significó para Damián una experiencia de difícil mutación, no era menos cierto que vivir un proyecto en conjunto con Diana lo tenía altamente comprometido. Ambos se encontraban con las fuerzas y deseos suficientes para regresar a la Argentina e iniciar su historia personal en aquellos ámbitos testigos de su formación.

Aún no se atrevía plantear el tema a sus generosos anfitriones, acarreando la prevención de ser mal interpretado o ser tomado simplemente como un individuo ramplón y desagradecido.
Damián sabía que Diana lo seguiría sin necesidad de explicaciones; Diana sabía que Damián deseaba lo mejor para los dos, en consecuencia no había razón para debatir dilemas inexistentes.

El notorio enamoramiento por la digna pobreza de una Nación que continuaba luchando en pos de paradigmas insustituibles abrumó el espíritu de Lafinur merced a la visión de una realidad tangible y presente en cada kilómetro cuadrado de la isla. El reconocerse efímero y egoísta ante el dolor ajeno le entregó preceptos solidarios superiores y desconocidos en función de esos mismos discursos muy usuales declamados de manera jactanciosa en otras latitudes. La vida, como concepto, tenía entidad superior en tierra revolucionaria, siendo inevitable acordar con el sistema más allá de lo perfectible.

Sin embargo, poco a poco, en conversaciones recurrentes, sintió la necesidad de exteriorizar su afán de retorno, al mismo tiempo que las autoridades médicas cubanas captaron que nada se podía hacer al respecto. Fue momento entonces en el cual el gobierno revolucionario decidió instalarse definitivamente en tema e informar a Lafinur sobre el complejo laberinto en donde estaba incluido y que de modo azaroso el destino había bosquejado. Lo inimaginable develaría interrogantes y contradicciones: un nuevo principio ante un nuevo, extraño e inconcluso final.

El amplio salón de la casa de la revolución poseía un perfil colonial y moderado en lujos. Un embaldosado rústico y geometría de damero era cortado en forma transversal y simétrica por largos listones de madera prolijamente pulidos y lustrados. Sillas individuales de época rodeaban a una pequeña mesa estilo español de fines del siglo XVIII. Un importante sillón de tres cuerpos en la cabecera indicaba ser el sitio hacia donde apuntar todas las miradas. Los doctores Giberti, Ulloa y Valencia conformaban el trío del área profesional. Éste último había llegado desde Buenos Aires pocas horas antes de la reunión. El vicepresidente Raúl Castro y el Comandante Marcos Aguado, secretario del partido comunista cubano constituían la representación política, Diana y Damián aguardaban el comienzo del encuentro con marcado entusiasmo y nerviosismo. Sólo faltaba la presencia del compañero presidente para comenzar la tertulia.

La estatura histórica del momento erizó la piel de Lafinur. Estaba frente a un capítulo imborrable y mítico del siglo XX. Una aventajada y notable figura podía adormecer cualquier tipo de ambición individual. Estaba de cara al hombre que supo embarrar sus propias comodidades a favor de plasmar una utopía inconclusa; esa misma que habla de caminos. Como decía Silvio Rodríguez: “Queremos tener la opción de equivocarnos nosotros mismos”... El de Moncada, el de Sierra Maestra.
La cordialidad en el abrazo y su gratitud, la ineludible mención del Che como compatriota y la extraordinaria semblanza de un país lejano que conocía a la perfección fueron el distinguido homenaje que el Jefe de Estado brindara al visitante sin eufemismos ni vergüenzas burocráticas. Una vez convenientemente acomodados los invitados dejaron de lado la emoción dando paso a lo relevante y trascendente, era necesario comenzar a definir situaciones. El doctor Alberto Valencia fue el primer disertante. Una caja de Cohiba, cuatro jarras de jugo de mango y una bandeja de frutos tropicales moraban en la pequeña mesa de estilo a la espera del convite.

-         Estimado Damián, consideramos que llegó el momento de revelar algunos detalles que debe contemplar a propósito de los legítimos y razonables deseos que tiene para retornar a su patria. En lo que a mí compete relataré los causales de su internación y las técnicas terapéuticas aplicadas. Debe saber que las mismas revisten carácter de secreto de Estado ya que no están homologadas por la Organización Mundial de la Salud. Son procedimientos experimentales que nuestro grupo de científicos han venido desarrollando a lo largo de la última década en el campo de la genética. Usted llegó a nuestra filial de Buenos Aires presentando un cuadro neurológico irreversible debido al contacto directo que tuvo por más de diez años con elementos altamente contaminantes. Su sistema nervioso se vio afectado en forma pausada y de modo constante durante ese lapso por una suerte de goteo radiactivo que fue mellando sus células hasta eclosionar, provocando que algunos de sus órganos vitales no fueran capaces de sostener sus básicas funciones. Dicha sintomatología fue lo que provocó el accidente cerebro vascular con el cual ingresó a nuestra clínica. Cuadro que le ocasionó un estado de inconsciencia absoluta y del que pudo salir gracias a la ciencia y a la tecnología luego de quince meses de paciente atención. Le aclaro que la Clínica del Norte y el Instituto de Ciencias Fisiológicas de La Habana desarrollan investigaciones en conjunto con el generoso aporte del gobierno revolucionario. En consecuencia podemos afirmar que las dos entidades comparten un mismo objetivo y poseen idéntica política sanitaria. Cedo la palabra al doctor Giberti para aclaraciones técnicas específicas con respecto a su caso puntual y fundamentalmente qué técnicas se aplicaron durante su largo período de convalecencia. Le aclaro que debe entender que estamos hablando de biogenética y clonación como bases del exitoso tratamiento.
-         En primera instancia le pido que no se asuste – aclaró Giberti -. Lo que en la actualidad son procesos experimentales en un futuro próximo serán tratamientos absolutamente instalados en el concierto de la medicina mundial. Lo real es que por ahora los Estados nacionales manejan con suma reserva y prudencia estas investigaciones debido a que todavía los resultados no están avalados por los entes internacionales que regulan y auditan la actividad. Trataré de ser lo menos cientificista posible de modo pueda entender, en su total envergadura, el alcance de lo realizado. Como bien mencionó el doctor Valencia hablamos de biogenética y clonación. Puntualmente varios de sus órganos fueron rehabilitados artificialmente fuera de su hábitat natural creando condiciones similares. Dicho groseramente lo tuvimos que copiar mecánicamente. Luego se procedió a la ablación de cada pieza colocando en su reemplazo otra compatible. Una vez reconstituido y sanado el órgano artificialmente se le efectuó un nuevo transplante de forma tal su cuerpo recupere la porción original sin toxinas radiactivas. En su caso tanto el hígado como uno de sus riñones fueron esterilizados disociadamente de su cuerpo y vueltos a constituirse una vez efectuadas las pruebas correspondientes. Del mismo modo debe saber que los reemplazos recibidos fueron piezas clonadas compatibles con la química de su cuerpo. En la actualidad disponemos de un laboratorio o banco de órganos mecánicos para el desarrollo de nuestras investigaciones. Sabemos que en la actualidad este laboratorio es el único en su especie en el mundo y constituye una suerte de arma estratégica que debemos preservar a como de lugar. Como verá Lafinur usted, a la vez que ha vuelto de la muerte, incluye dentro de su anatomía información trascendental y estratégica que toda la comunidad científica desearía poseer transformándolo en un fenómeno para la disciplina, sin tener que aclararle sobre los intereses económicos que siempre tienen los laboratorios multinacionales.
-         Damián – interrumpió el comandante Aguado – ninguno de nosotros está cómodo con ésta situación. En oportunidades nuestra sana intencionalidad de proyectarnos científicamente a favor de la humanidad choca contra la voluntad de los seres que amamos. De ningún modo deseamos limitar sus libertades individuales y menos aún confinarlo a incomodidades injustas, pero ante tales circunstancias le recomendamos analizar, junto a su compañera, la situación de forma global entendiendo toda la operatoria que nuestros profesionales acaban de detallar. Sería muy bien recibido por el gobierno revolucionario, gozará de empleo sobre la base de sus talentos desempeñando funciones en organismo estatales, vivirán conforme nuestro sistema y organización político-social, se le asegurará ciudadanía cubana pudiendo formar parte de nuestro partido como simple adherente o cuadro activo y finalmente gozará de plena licencia para viajar a Buenos Aires o a cualquier lugar del planeta tomando las debidas prevenciones. La supervivencia de nuestro sistema depende de factores que es probable todavía no comprenda; sabemos y entendemos que no son cuestiones a imponer, pero éste es el inevitable cuadro de situación. Usted tiene la palabra...
-         Mire mi amigo – sentenció el Jefe de Estado tomándole el hombre a Damian  – sinceramente espero que lo piense, compare y si puede, trate de quedar en la historia. De cara al futuro inmediato la ciencia, la tecnología y el conocimiento son la base del poder. Las armas por venir no dispararán mísiles, dispararán saberes esenciales y esos conocimientos son los que nos permitirán a los pueblos oprimidos liberarnos de las potencias hegemónicas. Usted es una biblioteca andante y como tal un elemento que contiene información trascendental tanto para nosotros como para nuestros adversarios. Para finalizar Damián le diré que nosotros seremos una simple consecuencia de sus decisiones.

La limusina los condujo hasta la puerta del Gran Hotel América. No ingresaron inmediatamente al complejo, prefirieron caminar un rato por la playa y sentir el placebo del caribe en sus pies descalzos. Una sensación melancólica se vislumbraba en el crepúsculo de La Habana; muesca provocada por el alerta meteorológico que anunciaba uno de los tantos huracanes que con nombre femenino suelen invadir a la isla por esa época del año. La promiscua sensación de encierro y aire caliente, contradicciones mediante, Damián acababa de ratificar que nada es gratuito, ni siquiera dentro del sistema ideológico por el que, en otras circunstancias, hubiera jugado su vida. Ni la gratitud contaba por entonces; se le imponían conductas más allá de su voluntad. Es probable que hubiese preferido evitar el ingreso a ese laberinto, pero lo cierto es que estaba dentro de él y gracias a eso aún respiraba, caminaba y hacía el amor con la persona más bella jamás imaginada. Las palabras del comandante Castro y el rugido de la rompiente se hacían concesiones alternando su atención, la mano de Diana transpiraba mientras la soledad marina dejaba indemne el vacío existencial que le sugería su borroneada realidad. Temiendo por sus sospechas prefirió censurarse y no dudar de sus mecenas, trató, con la ayuda de Diana, de hacer un curso intensivo de política internacional para comprender lo que en la reciente reunión se dijo. No pudo. Su formación y su educación le impedían ceder; se percibió como un cachorro hambriento de búsquedas y experiencias de incierto resultado, ambas acarreaban el fatal aderezo seductor de un confuso devenir. Así se lo dijo a su amada, no podía defraudar eso que Diana tanto admiraba. Debía testimoniar su fastidio ante los barrotes de gratitud que cínicamente diseñaron sin su autorización. Debía insistir y continuar tras su huella...


III

La mancha de sangre coloreaba la parte inferior del informe oficial que minutos antes había sido entregado en mano por un importante dirigente del partido comunista cubano en la habitación doscientos once del Gran Hotel América. El cuerpo indefenso y solidario de Diana Benítez yacía en la cama con un certero disparo en la sien; el arma, aún caliente, colgaba de su mano derecha. El breve y lacónico impreso señalaba...

Compañera Diana Benítez Ruiz
                                                    Sabemos lo que significó para usted haber eliminado de forma definitiva, en consonancia con nuestros protocolos oficiales, al prototipo registrado bajo la nomenclatura Damián Lafinur. Acompañamos su dolor tomándolo como propio. Acaba usted de proporcionarle un enorme servicio a la Revolución. Su actuación conlleva la valoración de todos sus camaradas. Como consecuencia de ello se la asciende al grado de Coronel siendo su nuevo destino la ciudad de Caracas en donde continuará con el desarrollo científico de nuestras técnicas defensivas...


                                                                      Hasta la victoria, Siempre...






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