BREVE REINADO (Cuento) - Autor Gustavo Marcelo Sala


BREVE REINADO
Autor: Gustavo Marcelo Sala




BREVE REINADO


De modo firme y eficiente invadió con sus manos el cuello de la víctima evitando dejar dudas al respecto. Previamente una exagerada dosis de fármacos había colaborado para favorecer la fragilidad del cuerpo. Una bella metáfora adolescente y semidesnuda reposaba inerme, sin pecados aparentes, culpable de curvas indiscretas y deseos inalcanzables. Sus hermosos dieciocho años insultaban buenamente a tanto esperpento oculto tras claraboyas clandestinas, fogones de mazmorra y aliento kerosene.

La plaza 5 de Septiembre de Colonia Maciel se extiende sobre un predio circular ubicado en medio de ejido urbano. Presenta el característico atractivo y esmero pueblerino. Césped prolijamente cortado, iconografía clara y precisa, árboles pintados con cal que incluye la  incorporación de algún aditivo para la prevención de plagas, bancos de madera distribuidos aisladamente bajo añosas plantas y la estoica vigilia del mástil central, testigo encubierto de los empalagosos y mendigos actos burocráticos, repletos de magra literatura, atiborrados de presencias y ausencias ordinarias. En el recorrido de su circunvalación enfrenta a la centenaria Escuela Número 4, al antiguo y sobrio edificio de la Delegación Municipal, al destacamento policial y a las maltrechas oficinas del correo. El asfalto del bulevar Carmona llega hasta sus orillas como presagiando que no existe otro atractivo digno de considerar en el terruño. El Club Atlético Leandro N. Além pide perdón mostrando sus herrumbres por los años transcurridos, una antena que nada comunica y algunos negocios con precarias marquesinas prestan custodia a los senderos que rodean el acceso a la explanada. Los que nunca pisaron sus calles imaginan el paisaje tal cual es; los usuales transeúntes de su acuarela preferirían alternar la rutinaria quietud por alguna quimera obligadamente postergada.

El cadáver no mostraba signos de extrema violencia. No había laceraciones, moretones ni heridas cortantes. Sus amigos y pretendientes poseían certezas individuales, testigos resolutos y comprobables coartadas; no se le conocían lazos familiares cercanos. La casa, obturada tanto por su interior como desde el exterior, ofrecía un curioso enigma. El anexo en donde funcionaba el taller de corte y confección se encontraba intacto, las ventanas estaban herméticamente cerradas; tanto la puerta delantera como la trasera se hallaban bajo doble cerrojo y los pasadores aseguraban los portones con candados de cincuenta milímetros de espesor. Un pequeño cofre repleto de joyas que había heredado de su madre no mostraba signos de haber sido vulnerado, de modo que se descartaba de plano al robo como móvil del homicidio. La investigación naufragaba en un mar de desconcierto y misterio.

El pueblo estaba históricamente fragmentado según marcaban las normas de rural urbanidad por una vía divisoria de clases, grados y voluntades. Lo que antiguamente fuera el centro y apogeo de vecinos ilustres se hallaba por entonces sumido en la más cruel desolación. La estación del ferrocarril abandonada y terrenos a disposición de quién los ocupe describía a un norte devaluado y a la espera de lo que nunca será. El suburbio sureño, “el otro lado” había recibido los beneficios de la modernidad a fuerza de la esmerada construcción de barrios políticamente correctos cuyas casas, nunca escrituradas, eran adjudicadas según el sustento ocasional que podía llegar a promover algún funcionario jerarquizado. El alumbrado público, el agua corriente, el ornamento botánico y un entoscado cuidadoso elegían al sur para detentar su patrocinio. El norte se reservaba con exclusividad el derecho a la destrucción y a la ruina, al olvido y a la nostalgia. Todavía conservaba los esqueletos oxidados del viejo almacén de ramos generales Litman y los de las tiendas La Noria y Aguero, en donde los pudientes de antaño renovaban sus vestuarios ante cada cambio de temporada. Por entonces los tiempos diarios del pueblo los timbraba la llegada del tren. Norte y sur se pasaban constantes y legendarias facturas por omisiones y desprecios ancestrales. Cada lado esgrimía como antagonista a su otro lado a despecho de una realidad que los unía, una verdad no siempre claramente percibida.


El reflejo de las tenues luces que ingresaban desde la pequeña ventila que daba al exterior relegaba momentáneamente al natural velo del recinto; la mañana ofrecía su soberano aviso de llegada. Hacía siete horas que el cuerpo moraba en la sala de la morgue judicial en donde se efectuarían las primeras fases de la autopsia. Todavía mantenía intacta la belleza que pocas horas antes le había resultado de provecho para instalarse, por votación unánime, como Reina de la Clase en la fiesta anual que organiza el Club Atlético Leandro N. Além para aquellos que cumplen dieciocho primaveras durante el transcurso de ese mismo año. La breve y estrecha falda de oscuro tono estilizaba una figura que presentaba notoria exoticidad; la blusa de seda blanca con apenas dos botones de sujeción era permanente motivo de curiosidad por parte de un auditorio desacostumbrado a la prepotencias eróticas; sus hermosas piernas no necesitaban medias que las mejoren; el rostro, tímidamente maquillado y un peinado propio de su edad ofrecían la visión contradictoria de una apariencia plasmada de modo equivocado. La decisión del jurado no podía ser otra. La muchachada lo percibió desde el mismo instante en que Mariángeles ingresó por la puerta principal del salón. Fue un estallido de necesaria concurrencia, su sola presencia mejoraba notablemente las instalaciones del modesto ámbito. Lo único que quedaba era ser el elegido, rendirse y disfrutar de su compañía. Marcelo Ballesteros, hijo del Delegado, vivió su noche más amarga no pudiendo disimular el desplante de la niña al escoger como compañero de velada a Vicente Liberato, retoño de un sencillo jornalero que desempeñaba tareas por entonces en el campo de los Mendelson, propiedad distante tres leguas del ejido urbano.

Sobre la camilla de la morgue las sombras cosméticas de su rostro mantenían la firmeza y el detalle, como consecuencia de esto los investigadores no ponían en duda que el deceso de la muchacha se había dado minutos después de finalizar la consagratoria velada.

El pueblo padecía la peor sequía de su historia. El viento colaboraba de manera eficiente para hacer más intolerable el castigo. Plagas y polvo en suspensión coronaban y perfeccionaban una hostil y malparida geografía.
Los productores más afortunados poseían su ganado flaco y enfermo, los más desafortunados perdían cuatro o cinco cabezas semanales por falta de verdeos frescos; los rollos de pastura de los distritos no castigados, dicho sea de paso, se habían cotizado de modo desmesurado debido a la coyuntura. Los pequeños agricultores, sin perder de vista al firmamento, resignaban su futuro a favor de los capitalistas que suelen disfrutar con suma astucia de estos rigores. La acopiadora de granos había logrado apropiarse de la mayoría de las escrituras de los campos periféricos por obra y gracia de la morosidad, propiedades de chacareros optimistas que invirtieron su fe, su historia y su esfuerzo, que nunca intuyeron la desmedida venganza climática que la ventura les había reservado. Eran tiempos de irracionales fetichismos y de monumentales actos de fe. El regador hacía lo posible para acotar lo insoportable. La burocracia municipal, provincial y nacional, mantenían su impertérrita ausencia intimando el pago de los impuestos en tiempo y forma bajo pena de punitorios e intereses abusivos. El comercio apenas lograba mantener las ventas descapitalizando estanterías, las habituales cuentas corrientes no había modo de cobrarlas. Las libretas acreedoras engordaban tan velozmente como la morosidad; la aldea comenzó a desconfiar de sí misma y de sus habitantes siendo la victimización individual el centro de las conversaciones.

A todo esto y como tema secundario Mariángeles Miranda, asesinada, confiaba fría y en orfandad por un alma misericordiosa que exhibiera algún síntoma de amargura.
Los primeros análisis forenses arrojaron que el torrente sanguíneo de la muchacha estaba saturado de estupefacientes aletargantes que provocaron su inmediata pérdida de conocimiento. Que dicha ingestión había estado acompañada por generosas medidas de una bebida alcohólica de alta graduación. Por eso se concluye, a primera instancia, que la posterior sofocación por asfixia no detentó signos de resistencia por parte de la víctima. Los profesionales confirmaron que no existieron indicios de abuso sexual o directa violación, no se constató que la occisa haya mantenido relaciones íntimas en las últimas noventa y seis horas antes del suceso. Por la intensidad de la presión y el tamaño de las marcas en el cuello fue imposible determinar el género del homicida.

La taberna de la aldea estaba en el sector antiguo, a dos cuadras de los andenes de la vieja estación. Allí se reunían los desplazados, los marginales y todo aquel habitante que preservaba alguna cuenta pendiente en su hogar. Luego de la tercera medida de Ginebra o de Caña, cada cliente notaba que la bebida comenzaba a debilitarse notablemente. Dos razones bien justificaban la conducta del pulpero: En primer lugar acotar lo efectos de una excesiva ingestión alcohólica por parte de los parroquianos, esto evitaría compulsas y absurdas discusiones con finales inciertos; y en segunda instancia, y como consecuencia no deseada, aprovechar la obtención de una mayor rentabilidad por botella y de ese modo compensar las pérdidas que ocasionaban los suplicantes deudores incobrables. Era mucho mejor esa estrategia comercial que concentrar la atención en estériles discusiones. Lo bueno y lo malo reiteraban enormes concesiones para poder sobrevivir. Nadie era capaz de reprocharle al cantinero su política mercantil, además no había razón, ni medio ni modo. Era un lugar de encuentro popular con reglas propias y riesgos asumidos. La hermosa y exuberante esposa del propietario era motivo adicional para la concurrencia. En más de una ocasión algún entusiasta adulador tuvo que rendir cuentas por sus desproporcionados elogios ante un consorte que en esos asuntos no se andaba con ironías. No hay testimonio acreditado que sus paredes hayan cobijado alguna idea interesante; sus mesas no avalaban la creación de algún cuento o poema que merezca ser leído, cosa que en la intimidad el propietario solía lamentar; tampoco se recuerda debate alguno que haya promovido a una mejor convivencia urbana; quizás su función no era esa. Lo cierto es que su cometido era permanecer a pesar de sí mismo, la extrema necesidad de un sitio inactivo y haragán, irresponsable y retirado, en donde lo único digno a evocar era la mansedumbre del olvido. Realismo mágico en su más fina esencia; únicamente la formidable pluma de Juan Rulfo hubiera dado reparador testimonio a la escena. El “Loco” Moretti,  haciendo mención sobre el devenir meteorológico confirmando la continuidad de la sequía, añadiendo la probabilidad de alguna helada tardía. Datos lanzados con la firme intencionalidad de completar oscuros silencios más que la probanza de contar con certezas científicas. – Qué bárbaro lo de la piba Miranda, no – No había razón para levantar la vista. Se seguía murmurando sobre el clima y de una nueva y recurrente derrota de Além en el marco del campeonato de fútbol local. El incómodo comentario quedando sumergido entre “culitos” de grapa y  ginebra, baraja española y porotos tanteador. Todo seguía como entonces; el boliche hacía honor a su desolada huella de todos los días. Para eso estaba. Era justo y necesario.

Las investigaciones posteriores a la autopsia se instalaron en la residencia de la familia Miranda. La casa se levantaba en lo que popularmente se conocía como el Barrio de los Gringos;  triángulo lindero al casco principal del pueblo diseñado sobre cuadrículas irregulares y un par de diagonales dictatorialmente inducidas por las vías de ferrocarril. Recibía esa denominación debido a que desde los tiempos de la fundación del pueblo fue el sitio escogido por la colectividad italiana como asentamiento inicial de su proceso migratorio. La humilde vivienda constaba de un comedor diario anexado a la cocina, dos amplios dormitorios y otra dependencia, más pequeña, en donde funcionaba el taller de corte y confección. Todos los ambientes daban al exterior y poseían ventanales con aberturas y postigos de mediana calidad. Una puerta delantera con cerradura doble perno y una puerta trasera con cerradura simple completaban el sistema de seguridad de la finca. Todo sobre un lote de veinte metros de frente por cincuenta de fondo en su lateral más extenso. Un  galpón en las afueras oficiaba de suficiente cobijo tanto para leña como para las pocas herramientas de jardinera con las cuales Mariángeles contaba para hermosear su patio. Los investigadores estimaron relevante que la puerta trasera contaba, en su parte inferior, con una celda móvil, tipo vaivén, para la entrada y salida de alguna mascota. La medida de esa modificación efectuada deliberadamente presentaba la suficiente holgura como para permitir que un cuerpo de mediana traza se deslice sin mayores inconvenientes de un lado hacia el otro. Lo cierto es que al efectuar la prueba correspondiente, los peritos de la fiscalía confirmaron tal presunción. Esta pesquisa daba por tierra con el misterio de las puertas y de las ventanas cerradas por dentro. La morada se presentaba pulcra y ordenada.

La joven Miranda había heredado la propiedad luego del fallecimiento, primero de su padre y seguidamente de su madre, ambos acaecidos en los últimos dos años. Los vecinos no fueron capaces de aseverar visitas ajenas a las usuales; compañeros de estudios, amigas y clientas eran su cotidiano auditorio. Los cercanos residentes, siempre atentos a los movimientos exteriores, no atestiguaron en la coyuntura datos relevantes; no escucharon vehículo alguno ni murmullos caminantes. Sólo el dato adicional de la desaparición de su mascota Gabino presentó un aporte a la búsqueda. Según el vecindario dicho animal poseía características muy particulares ya que respondía a su nombre de manera inmediata, su tamaño era extraordinario, poseía notorios ojos celestes y lucía abundantes vellones pardos. A esa altura de los sucesos los investigadores certificaban que un individuo de género desconocido y la víctima habían ingresado, durante la misma noche de la Fiesta de la Clase, por la puerta principal de la vivienda; que bebieron una importante cantidad de vodka con la posible excusa de festejar el galardón obtenido y que luego de narcotizar a la joven, el sospechoso procedió al estrangulamiento hasta la asfixia, más tarde cerró herméticamente puertas y ventanas, aseando prudentemente vasos y enseres utilizados, para luego evadirse sirviéndose de la pequeña claraboya diseñada en la puerta trasera para el albedrío de la mascota; el animal, de paradero desconocido por el momento, pasaba a ser un eslabón que le proponía alguna curiosidad a la investigación. A partir de ese momento la exploración se centralizaría en aquellos que frecuentaron a la víctima durante la última noche.

El matrimonio conformado por Raúl Ernesto Miranda y Gloria Mabel Bonfati se había asentado en Colonia Maciel a fines de la década del noventa. La previa adquisición del solar mencionado, gracias a la gestión de un allegado domiciliado en Tres Arroyos, por entonces se hallaba deshabitado; esto les posibilitó, de manera inmediata y antes de tomar posesión definitiva, la instalación de un modesto taller en donde Gloria desarrollaría sus labores de modista. Raúl ofició de avanzada familiar, en consecuencia, como adelantado, supo preparar la vivienda para el arribo de su esposa y su hija. Cocina, baño, taller, conexiones eléctricas, techos, desmalezado del patio, revoques y arreglos varios conformaron la batería de tareas que el padre de familia desarrolló durante el lapso de dos semanas para afrontar el proceso migratorio sin complicaciones extremas. Paralelo a esto comenzaba a delinear lo que sería su actividad principal. Con ahorros genuinos, producto de una indemnización obtenida a través de un retiro voluntario, proyectó un pequeño comercio cuyo rubro principal sería Mercería, telas y afines en un local distante cincuenta metros de su casa. El grupo familiar consideraba que dicho emprendimiento era un complemento fundamental para potenciar la tarea de Gloria. Al mismo tiempo estimaba que la carencia de dicho rubro en la aldea aseguraría una cartera de clientes amplia dentro de un mercado pequeño y escasamente diversificado. Por entonces ambos contaban con treinta y cinco años de edad.
Una vez instalados la niña comenzó a transitar su educación primaria en el nuevo ámbito sin mayores sobresaltos. Su natural simpatía le facilitó notablemente la integración al flamante medio. Lamentablemente el paso del tiempo acusó miserias ocultas que la familia Miranda no había percibido hasta que se develaron, incisos que mostrando sus más cruentos perfiles. Un sistema feudal implícito no permitía que nadie saque sus pies fuera del dominio de la gran empresa. La misma que oportunamente se aprovechaba de la rigurosidad climática y la morosidad para apropiarse de las escrituras de chacareros tan optimistas como indolentes. Además y como correlato de su política comercial no admitía que rubro alguno escape de su esfera cooptando inmediatamente cualquier detalle no tenido el cuenta hasta el momento. De modo que no pasó mucho tiempo hasta situarse como desigual competencia de la familia recientemente llegada. Al manejar el trabajo de la villa no tuvo trastornos de ninguna clase para apropiarse de la mayoría del mercado cediéndole a Ernesto la sola alternativa de una paupérrima subsistencia, acotando su cartera de clientes hacia algunos fieles conocidos y unos pocos jubilados que no dependían del señor feudal.
A pesar de presentarle a la aldea precios competitivos y una total transparencia comercial la mayoría de la población se inclinaba a favor de la gran empresa. La excusa esgrimida era la necesidad de su permanencia y estabilidad debido a la gran cantidad de mano de obra que absorbía. La mayoría de los vecinos aborrecían ese formato en la misma proporción que era alimentado. Tal situación degradó físicamente y anímicamente a Ernesto. Los nervios, y la depresión invadieron su humanidad sin compasión alguna y con ambos comenzaron a exhibirse dolencias progresivas e insalvables. Luego de seis años de infructuosos intentos, varias reestructuraciones e inversiones que lo llevaron a deudas impagables debió cerrar el comercio malvendiendo el capital para poder asumir los compromisos contraídos. Dos meses después y a los cuarenta y dos años de edad fallecía sin atención médica profesional en su finca de Colonia Maciel. Al no tener vehículo propio no pudieron hacer frente al urgente traslado que exigía la grave patología en dirección al Hospital distrital. Era domingo, su médico tenía el celular apagado, estaba disfrutando de una soleada tarde en las playas de Monte Bello. A la mañana siguiente su esposa y su hija fueron las únicas concurrentes a las exequias.
Mientras la viuda rendía sus instancias dejándose morir dos años después, la joven Mariángeles iniciaba su camino tratando de madurar los tiempos vividos. Decenas de ofertas trataban de seducir a sus ausencias. Por el momento ella prefería continuar estudiando y seguir con el rumbo heredado. Era objeto de deseo y continuo apetito de infieles y poderosos; era una intrusa menesterosa para la mayoría de las jóvenes competidoras.


Marcelo Ballesteros y Vicente Liberato protagonizaron las primeras entrevistas de los investigadores judiciales. Ambos portaban coartadas creíbles y avaladas por decenas de testigos sin conexión entre sí. Justamente eso llamó poderosamente la atención del letrado a cargo: La ausencia total de contradicciones no es un hecho natural. Por más mínima que sea, cada declaración debe poseer una razonable percepción personal y una interpretación particular de cada evento o acontecimiento. El Doctor Edgardo Romero Vizcaya, fiscal de la causa, intuyó que una suerte de múltiple complicidad se había instalado en el casco urbano del caserío. El desconcierto de los funcionarios aumentaba a medida que avanzaba la pesquisa. Debían continuar en la búsqueda de un eslabón conector, algo que posibilite desandar caminos, alguna defensa baja y temerosa dispuesta a revelar cierta dosis de mortificación. Lo importante de esta primera ronda fue haber acotado el marco de sospechosos. Huir por la claraboya de la puerta trasera requería de una talla muy específica. Los dos sujetos inicialmente entrevistados continuaban incluidos en la lista a pesar de sus contundentes e inobjetables justificaciones. Ambos no alcanzaban el metro sesenta y poseían una conveniente delgadez. Las muchachas, por caso, todavía no estaban exentas de curiosidades e interrogantes.


Los eventos que Colonia Maciel reservaba para recreo y distracción de sus habitantes variaban por épocas; el clima y el tipo de labor eran los factores limitantes más concluyentes. Por ejemplo, durante los tiempos de siembra y de cosecha se detenía toda la actividad de esparcimiento al igual que durante el transcurso de los cortos días del invierno cerrado. A la ya conocida Fiesta de la Clase coincidente con el Día de la Madre, se sumaban en marzo jornadas camperas organizadas por la Asociación Gaucha Don Segundo Sombra y la histórica cena de fin de año en instalaciones del Club Atlético Leandro N. Além. Algún que otro almuerzo organizado por la colectividad Gringa cerraba el circuito social en donde la participación popular resultaba un asunto corriente. Durante varios años la Biblioteca del pueblo desarrolló grupos de teatro, talleres literarios, cursos de tejidos y de computación, incorporando la emisión de una función mensual de cine, tanto para chicos como para adultos. Fuera de esto había que contentarse con el campeonato oficial de fútbol distrital en el cual participaba el representativo de la localidad y el torneo estival de speedway que organizaba el Moto Club Dorrego con participación de pilotos locales, de la ciudad cabecera y también de Tres Arroyos.


La joven fue cremada por orden judicial luego de completadas las comisiones pertinentes. Como nadie reclamó el cuerpo, a los siete días se dio por finalizado el suplicio del cadáver concediéndole licencia para que descansara en paz. El doctor Romero Vizcaya estimó oportuna una nueva visita a Colonia Maciel, más precisamente a la finca de los Miranda. El funcionario estaba seguro que algo se les estaba escapando. Para ello se hizo acompañar por uno de los forenses del juzgado. Claudio Marrapodi, un joven recientemente egresado de la Universidad de La Plata debutaría con su primer asesoramiento oficial bajo la tutela del “fiscal estrella” de la sexta sección electoral.

Mientras tanto la sequía ya era pretérito y evocación. Una tenaz y persistente lluvia de principios de noviembre transformó la amarillenta crueldad del contorno en un verde placentero y eficaz, decorando a la singular avenida de entrada, rúa que de manera fraudulenta hablaba de un exquisito e inexistente lugar. El Golf GTI, de origen alemán, se desplazaba a regular velocidad. La cortina de pinares laboraba con protectora serenidad a favor de la duda y el engaño.

-         Colonia Maciel debería empezar y terminar en esta avenida – sentenció con desmedida severidad el fiscal – Que sea camino, únicamente camino. Una respetable novela, una sensible ficción, una víspera…
-         Discúlpeme doctor, pero no creo que existan lugares ideales – replicó el forense – Las miserias humanas son muy democráticas, transitan todas las latitudes sin distinción de clases, etnias o creencias.
-         Es probable que tenga razón, Claudio. Pero la gente de por aquí le teme a su propia cobardía y es incapaz de desafiar a sus deshonras.
-         Lo noto extremadamente duro con sus habitantes, doctor.
-         Lo corrijo. No son habitantes Marrapodi. Son súbditos de un sistema que ellos mismos crearon por y para su comodidad. Es una elección de vida.
-         ¿Y usted cree qué esa capitulación colectiva tiene como correlato el asesinato de la joven Miranda? –preguntó el forense –
-         Estoy absolutamente convencido. Mariángeles fue asesinada por alguien cercano al poder local, mano de quien dependen y a la cual temen. De alguna manera corrió la misma suerte de sus padres. En mi opinión tengo la percepción que ellos también fueron asesinados, pero de modo más sutil.
-         ¿Y las autoridades?
-         Olvídese de ellas mi querido. Son el reaseguro del orden establecido. Todavía no me topé con alguno que colaborase en la investigación.
-         ¿A qué vamos entonces, Señor?
-         Trataremos de indagar el ámbito privado de la joven. Es probable que en su mundo tropecemos con señales íntimas que nos guíen hacia caminos todavía no explorados.
-         Si usted es el único poseedor de las llaves, en teoría, la vivienda debería estar tal cual la dejó luego de su última visita.
-         Debería. Nunca se sabe. De todas formas lo notaremos de inmediato. He dejado algunas muescas precisas que determinarán si hubo presencias recientes.


Las instituciones intermedias estaban invadidas por “ilustres” ciudadanos consolidados en sus sillones. Los subsidios recibidos permitían la realización de negocios personales o en representación de intereses del señor feudal. Los proveedores estaban asignados de antemano por quién tomaba las decisiones sobre la base del viejo sistema de la contraprestación. Compre de mercadería vencida, sobrefacturación, ausencia de licitaciones y concursos, direccionamiento en la contratación de servicios y la utilización particular de los edificios e instalaciones públicas a favor de necesidades individuales eran mecánica habitual. Colonia Maciel se exhibía como un excelente sitio para vivir que nadie amaba, absurdamente saqueado y violado por la ignorancia y la victimización. La dignidad y la ética no formaban parte de la temática y el debate, la cultura navegaba por los acostumbrados sargazos, enquistada en sí misma, sin que un alma caritativa se acerque a liberarla quedando bajo la suprema merced de los mercenarios de turno.

Aparentemente la casa estaba como la había dejado. Las muescas estaban intactas. El fiscal y el médico forense comenzaron a transitar sus laberintos pausadamente y sin emitir palabra. La idea era barrer la totalidad de la superficie describiendo el mismo recorrido pero a la inversa. Es decir el comienzo de uno era la finalización del otro; como consecuencia de la utilización de esta estrategia la vivienda sería requisada doblemente y de modo exhaustivo. Toda curiosidad sería registrada de forma tal consignar cada prueba sin moverla de su sitio. Las imágenes fotográficas obtenidas complementarían el ya voluminoso expediente.

-         Debemos encontrar algún detalle sobre la mascota – recordó el fiscal –
-         ¿Con qué objeto, señor?
-         Quién tenga ese animal sabe lo que aquí ocurrió. Los gatos siempre vuelven a su hábitat corriente, excepción hecha de encontrarse herido gravemente o encerrado.

Luego de dos horas de trabajo habían gastado dos cargas de batería cada uno.

-         Aquí en la biblioteca hay algo – aseveró el forense –

La imagen en cuestión descansaba haciendo las veces de señalador en la página ochenta y cinco del libro Salvo el Crepúsculo de Julio Cortázar. En ella se veía a la occisa, con su mascota en  brazos, acompañada por Marcelo Ballesteros. La ilustración debía tener un año de antigüedad y a sus espaldas se intuían los jardines de una propiedad desconocida. En el dorso un haikus de autor anónimo rezaba: Entre las toscas se esconden pisadas y despedidas.

-         ¿Qué le parece, Claudio? – inquirió el fiscal –
-         Varias cosas. En primer lugar estimo que en algún momento pudieron haber sido pareja. De todas formas me llama mucho la atención que el hijo del Delegado haya ocultado esta supuesta relación en su declaración oficial. La nota del dorso no es una vulgar dedicatoria de almanaque. Esconde un mensaje íntimo y efectivo, un diálogo con códigos propios. Me afilio a pensar en una relación a escondidas de la turba y que por alguna razón quedó trunca – sentenció el forense –
-          Hay una sola manera de explorar sus supuestos mi estimado. Debemos diseñar un cuestionario preciso y puntual que no deje escapar detalle –demandó Romero Vizcaya-. Me parece que la fiscalía es el sitio apropiado para tomarle una nueva declaración. Presumo prudente y formal que de allí parta la citación de modo otorgarle seriedad a la indagatoria. Sigo pensando en las razones por las cuales el muchacho ocultó esta situación. No me pareció propietario de un perfil criminal, además siempre se mostró dispuesto, calmado y seguro de sus dichos.
-         Es cierto - reafirmó Marrapodi – No sería descabellado pensar en un supuesto encubrimiento.
-         Esperemos la entrevista amigazo. No conjeturemos.


La gran empresa tenía múltiples ramas mercantiles. La actividad formalmente declarada se ubicaba dentro del rubro acopio y comercialización de granos, anexaba venta de insumos de ferretería y mercería a consumidor final, producción agropecuaria, transportes, seguros, venta de combustible, y hasta una indisimulable mesa de dinero con formato de escribanía. Ocupaba terrenos propios y fiscales con la misma autoridad estando sus fantasmas ocultos tras cada negocio importante de la zona. La villa vivía y moría según sus humores y voluntades.
Políticamente la familia dividida sus simpatías dentro de las dos fuerzas mayoritarias. Poner los huevos en las dos canastas era la táctica aplicada para asegurar que ninguna de ellas sacase los pies del plato y promuevan tontas políticas a favor de acotar privilegios y prebendas. De ese modo y con la cooptación de las entidades intermedias podía disponer del ejido a voluntad utilizándolo como patio trasero o depósito si fuera necesario. La distribución del trabajo en la aldea constituía diseño propio; nadie fuera de su esfera debía ostentar visible prosperidad; la dependencia y la colonización convenían mostrarse como las únicas alternativas posibles para ser beneficiado con un respetable posicionamiento social. La gran mayoría de la población estaba muy de acuerdo con ese paisaje.
La dinastía Saldías, propietarios de la gran empresa, ejercía facultades extraordinarias; un sistema pre-capitalista o “post-feudal” dominaba la escena de una villa extirpada de la modernidad, detenida en un tiempo bosquejado por los inquisidores del medioevo. El derecho de pernada formaba parte de sus atribuciones; padres y maridos, aclimatados, agradecían la seguridad laboral que se concedía como don divino. Julio y Martín eran hermanos y titulares de la empresa; sus esposas mantenían actividades sociales de categoría en ámbitos alejados de la aldea, mientras sus proles disfrutaban de las desmesuradas adolescentes imponiendo conductas y modos heredados. Comas alcohólicos, títulos secundarios y universitarios adquiridos, accidentes culposos nunca juzgados, fiestas orgiásticas de obligada presencia formaban parte del vademécum existencial de los jóvenes Saldías y su siempre cohorte de escoltas y adulones.


-         ¿Qué me puede informar con respecto a esta fotografía? – inquirió el fiscal Vizcaya –
-         Nos la sacamos hace más de un año y medio en mi casa – contestó Ballesteros –
-         ¿Bajo qué circunstancias?
-         Por entonces teníamos una excelente relación. Éramos confidentes, estábamos muy unidos. En lo personal trataba de acompañarla y apoyarla en todo. Su madre había fallecido recientemente y estaba muy sola, diría que deprimida. Le tenía mucho cariño, lamentablemente no permitió más que eso – completó el muchacho –
-         ¿Qué sabe de sus relaciones, amigos, novios?
-         No es necesario aclarar que su descomunal belleza era determinante. Toda la muchachada masculina del pueblo la deseaba, inclusive algunas amigas mías, bisexuales u homosexuales la pretendían, también había gente mayor que la miraba con interés. Algunos se le acercaban a sabiendas de sus necesidades tratando de seducirla ofreciéndole bienes materiales o directamente dinero. Se reía del asunto cuando me lo contaba. En ese sentido y a pesar de sus carencias siempre se mantuvo digna. Mariángeles prefería adolecer de comodidades antes que inmolar la decencia heredada – manifestó Marcelo –
-         ¿Tiene algo para agregar con respecto al texto escrito al dorso de la foto?
-         No demasiado. Lo sacó de un libro artesanal, único ejemplar, que está en la Biblioteca Popular cuyo autor es un escritor local de escasa trascendencia y talento que ella admiraba muchísimo. Cierta vez me confesó que el hombre le recordaba a su padre. Son escritos no publicados comercialmente y que datan de muchos años. Sinceramente doctor, desconozco las razones por la cual volcó ese haikus detrás de nuestra foto.
-         ¿La amaba?
-         Si le contesto que no se notaría demasiado la mentira. Pero en esas cuestiones era absolutamente inaccesible. Nunca me lo confesó, pero estoy convencido que su corazón portaba exclusiva propiedad. Al mismo tiempo estimo que no era correspondida y que tal situación debía profundizar su natural estado depresivo.
-         ¿Tiene algún indicio del supuesto destinatario de ese interés? – preguntó el forense –
-         Esa información reviste carácter extraoficial, doctor. Le ruego evite transcribirla en la declaración original. Son simples conjeturas personales que me puedan traer, no sólo a mí sino también a mi padre, trastornos adicionales. Es sólo una sospecha.
-         Confíe en mi Ballesteros y deje que nosotros tabulemos riesgos y exposiciones. Lo nuestro es tratar de esclarecer este horroroso crimen – aclaró el fiscal –
-         Muy bien. En lo personal considero que la pesquisa debería circular por los alrededores del menor de los chicos Saldías. Joaquín es su nombre. Es muy amigo de Vicente Liberato, aquel muchacho con el cual Mariángeles bailó toda la noche durante la velada de su consagración. A pesar de las diferencias sociales existentes entre los amigos, Vicente jugaba y sigue jugando como una suerte de celoso cancerbero de los intereses de Joaquín. Un dato adicional que siempre me llamó la atención fue esa actitud condescendiente y tolerante que Mariángeles solía tener con respecto a los Saldías. Nunca manifestó disgusto ni irritación por la despiadada impunidad que evidenciaba el clan y más teniendo en cuenta que esa política empresarial había arruinado la vida de su propia familia. Cuando intentaba hablar del asunto solía cambiar abruptamente de tema.
-         Siga por favor. Es fundamental su relato. ¿Un café? –ofreció el forense –
-         Prefiero algo fresco.

Una gaseosa y un par de cortados sirvieron como necesario entretiempo. La  sesión era lo suficientemente interesante como para evadirse en recreos innecesarios.

-         Recuerdo que hace siete meses me pidió que la acompañase hasta la chacra de María Vandor, curandera del pueblo. Esta señora no sólo es famosa por sus prácticas fetichistas, añade a sus servicios la interrupción de embarazos utilizando métodos tan precarios como riesgosos. Tuve que esperar dentro del auto a pedido de Mariángeles debido al carácter privado de su consulta. Tres semanas después y ante circunstancias ciertamente casuales logré ver salir a la sanadora de la casa de la familia Miranda. Durante varios días a Mariángeles no se la vio transitar por el pueblo, ni siquiera la cruzamos en nuestros habituales ámbitos de reunión. Siempre sospeché de un aborto acompañado del necesario período postoperatorio.
-         ¿Qué sabemos de la mascota Marcelo? – preguntó el Fiscal –
-         Gabino. Lo encontramos quince días antes de la fiesta de la clase degollado en el fondo de su casa – respondió Ballesteros –. Se lo había regalado Joaquín. Yo mismo lo enterré bajo el olivo. No podía dejar sola a Mariángeles ante tamaña dolencia, traté de hacerle menos doloroso el momento. Podrá comprobarlo fácilmente. En lo particular me pareció toda una advertencia. Cabeza y cuerpo del animal se mostraban veladamente apartados aparentando que estaba dormido. Fue espantoso el descubrimiento. Llegué cinco minutos después que me llamara por teléfono.
-         ¿Y ella?
-         Sólo lloró. Nada más. No maldijo ni insultó a nadie. Me pareció extraño, era demasiado evidente que el gato no había muerto accidentalmente.
-         ¿Cómo ve al resto de sus vecinos? – inquirió Claudio Marrapodi -
-         En lo personal hasta aquí llegué. Espero haber sido de utilidad. La amaba, la admiraba y la soñaba. Tenía toda la paciencia del mundo para esperarla, siempre hice lo que me permitió y le aclaro que nunca me mintió. Sobre los demás no espere gran cosa, usted mismo los ha visto, doctor. Mediocres, dependientes y temerosos de enfrentarse con la vida sin el soberano que les indique qué hacer, qué decir y cómo pensar. Mi viejo está harto. La política está colonizada por los intereses de la corporación. El pobre no escapa a las generales de la ley; está al frente de un cargo sin el apoyo institucional necesario por parte del Intendente. Su función no es autárquica, ni siquiera fue elegido democráticamente, se lo ve como un simple auxiliar administrativo.
-         Agradecemos su enorme colaboración Ballesteros – expresó el fiscal – Ha sido muy valiente. Le aclaro que inmediatamente vamos a corroborar su declaración y empezar a reanudar esta historia. Mi chofer lo llevará hasta Ibarrondo. De ahí sabrá como llegar a Colonia Maciel. Si nos ve por el pueblo le recomiendo ignorarnos.

Se estrecharon las manos deseándose suerte. Marcelo Ballesteros había cerrado definitivamente su relación física con Mariángeles Miranda y estaba en paz. El fiscal Romero Vizcaya y el doctor Claudio Marrapodi recién comenzarían a desandar las suyas.


El correo electrónico indicaba:

Claudio: Recuperar el informe forense de Mariángeles Miranda. Sacar copia del anexo que describe las condiciones en que se hallaban sus órganos genitales. Debemos releerlo. Lo espero mañana en la fiscalía. Un abrazo, Edgardo.


El jefe del destacamento policial de la aldea era escogido directamente por el clan Saldías en acuerdo con la familia Hornees. El recurso asignado debía entender que la prioridad de su función radicaba en la defensa y cuidado de los intereses de ambas dinastías. Era primordial el recorrido con el móvil oficial de sus campos para evitar cualquier intromisión o intento de cuatrerismo. El casco urbano, lugar del vulgo, ocupaba una instancia secundaria en el marco de la actividad del Oficial. El clan Hornees no participaba de las actividades locales ni tenía incidencia en la suerte de la población ya que su finca estaba ubicada en plena zona rural utilizando el ejido urbano únicamente para aprovisionamiento ocasional. Se conoce que varios representantes de la ley tuvieron que emigrar debido a su negativa en cumplir con semejante ordenamiento. El poder le permitía a los Saldías mover piezas a su antojo. De modo que el recurso actual encajaba con el perfil adecuado; lo cierto es que en ningún momento prestó colaboración con la fiscalía para la investigación. La conveniente excusa esgrimida era su estado de soledad laboral, debido a eso, no podía descuidar sus obligaciones diarias “a favor” de la comunidad.

¿Pudo releer el informe? – Preguntó el fiscal –
Si – afirmó Marrapodi –, lo mencionado por Ballesteros es correcto. Se encontraron importantes inflamaciones en algunos de los órganos sexuales. Consulté con un colega especialista en ginecología y me aseguró, luego de leer el informe, que es muy probable que esas lesiones hayan sido provocadas por un aborto irregular. Me confirmó que las fotografías muestran con claridad que la occisa poseía laceraciones corrientes en el marco de estas prácticas tenebrosas, generalmente producto de la intromisión de instrumental médico improvisado y sin la debida profilaxis. En su síntesis nos aclara que por lo observado la operación era relativamente reciente, no más de un año.

-         Entonces podemos asumir como cierto que estuvo embarazada y decidió voluntariamente interrumpirlo – sentenció Romero Vizcaya –
-         O fue conminada a interrumpirlo – replicó Claudio -
-         Tomando cualquiera de las dos hipótesis nos es imprescindible visitar a la curandera de modo urgente. De camino podemos pasar por la casa de los Miranda para ratificar la versión que Ballesteros nos diera de la mascota.
-         ¿Duda de Ballesteros, doctor?
-         No. Pero en mi trabajo no puedo permitirme dar por cierto lo que dicen los testigos hasta corroborarlo empíricamente.
-         Si gusta lo acompaño – propuso el forense –
-         Será un placer.


Dos días después y luego de constatar la versión de Marcelo Ballesteros con respecto a la mascota partieron hacia la vivienda de la sanadora según el boceto que el mismo testigo les había diseñado a modo de referencia. El miserable y marrullero albergue estaba en las afueras del casco principal, detentando la firme custodia de una importante jauría de perros de diversos tamaños, pelajes y humores. Como es usual los más pequeños potenciaban con su constante y ensordecedor ladrido la tensión de los más corpulentos, transformándose estos en cancerberos de sumo cuidado para el forastero ocasional. En consecuencia el primer riesgo era bajar del vehículo. Antes de hacerlo emergió de esta suerte de gruta una dama de siniestra presencia y dudoso rango de higiene portando en su mano derecha una gruesa vara de madera para calmar la furia y excitación de las bestias. Más de quince animales aguardaban furiosos a la espera de saciar curiosidades. El coro de ladridos decrecía a medida que la sanadora se acercaba al vehículo, algún extemporáneo castigo a los más díscolos terminaron por convencer a la jauría. La presencia de la dama era suficiente constancia para retirase desordenadamente del lugar.

-         Buenos días. Me apellido Romero Vizcaya y el señor es el doctor Claudio Marrapodi. Ambos somos funcionarios de la fiscalía de la regional con sede en Laguna Blanca. Necesitamos hacerle algunas preguntas.
-         ¿Fiscalía de Laguna Blanca? No entiendo – replicó asombrada Vandor –
-         En efecto señora. Le pido nos escuche. Más que a preguntar venimos a ofrecerle un trato – aseveró el fiscal -
-         ¿Trato? Sigo sin entender.
-         Sabemos a lo que se dedica señora Vandor. Estará enterada que el ejercicio ilegal de la medicina está severamente penado siendo delito de índole federal – interrumpió Claudio, para luego continuar – Como forense he sido testigo de aberraciones o lo que es lo mismo arteros asesinatos a jóvenes desesperadas, como consecuencia de ello, estamos tratando de cercar radicalmente la cuestión.
-         Sigo sin entender de qué hablan caballeros.
-         Señora – insistió el fiscal – el cadáver de Mariángeles Miranda nos habló de usted, nos describió con suma precisión la operación que le efectuó meses atrás para interrumpir su embarazo. La invito a que apele al sentido inteligente y escuchar nuestra propuesta.
-         Adelante. Por aquí.

La vivienda portaba la precisa iconografía que la profesión requería para que el agobiado paciente confiara en los inexistentes talentos de la curandera. Una importante cuota de oscuridad, cortinados lúgubres, imágenes demoníacas, cruces varias de todo formato y color, y una densa humareda maloliente se imponían con desmedida firmeza.

-         Tomen asiento por favor.
-         Gracias. El esquema es simple señora Vandor – refirió el Fiscal – En su declaración está la posibilidad de colaborar para desentrañar el asesinato de la señorita Miranda. Sabemos que en su oportunidad ella recurrió a sus servicios para la realización de un aborto clandestino. Ahora bien...
-         ¿De dónde sacaron esa información? – interrumpió la sanadora –
-         Ya le dijimos que el cadáver de la muchacha mostró laceraciones genitales irrefutables. No posee entrada en ningún hospital de la zona y usted es la única persona que se dedica a estas comisiones. Cientos de testimonios así lo acreditan – aseguró el forense –
-         ¿Qué desean saber?
-         El responsable masculino de tal embarazo – sentenció directamente el fiscal –

Pasó un largo rato evaluando la situación; indefensa y culpable inició su relato...

-         Minutos antes de la sesión, entre sollozos y temores, Mariángeles me comentó, a modo de distensión, que el responsable de la paternidad era Joaquín Saldías; y que la había obligado a efectuarse la operación bajo amenaza de abandonarla, cosa que efectivamente haría luego de modo inexorable. A partir de ese momento ella vivió un impotente derrotero para recuperarlo. Se humilló, se inclinó de manera vergonzosa; hasta fue utilizada como mercancía de placer por los demás jóvenes del clan.
-         ¿Y usted cómo sabe de esto? Ballesteros nada me comentó al respecto – preguntó el forense –
-         Todo lo sé por ella. En más de una oportunidad tuve que atender sus heridas a cuenta de los Saldías. Le aclaro que el aborto me fue pagado en mano por el mismo Liberato. Jamás un Saldías pisó mi casa. Cuando se pasaban con las drogas y el alcohol, yo me encargaba de limpiarla con yuyos mediante, antes de realizarle la purga definitiva. Vicente solía traerla en su propia camioneta. El hijo del delegado nada sabía sobre la verdadera relación que unía a Mariángeles con Joaquín. La muchacha siempre trató de apartarlo de su vida para no lastimarlo, los últimos meses se los observó llamativamente distantes. – concluyó Vandor -
-         ¿Sospecha quién pudo asesinarla? – interrumpió el fiscal –
-         No podría afirmar la identidad de la mano ejecutora, pero estoy segura que las paredes de la residencia de los Saldías conocen la verdad.

Terminada la reunión partieron rumbo a Laguna Blanca. Determinar estrategias futuras era el trabajo que les esperaba, luego de sacar las imprescindibles conclusiones distinguiendo aquellos aspectos relevantes de los superfluos. Las aproximaciones venideras deberían ser lo suficientemente precisas como para no incurrir en errores sin retorno. El enemigo era muy poderoso y tenía contactos políticos que no se podían soslayar, por lo tanto era necesario ingresar al círculo del clan por el flanco que mostraba mayor fragilidad. La próxima convocatoria ya tenía nombre y apellido: Vicente Liberato


Por entonces el Partido de Ibarrondo estaba gobernado por la Unión Cívica Radical. Su intendente era un viejo médico de la zona con gran prestigio y extremada ineficacia. La obsesión distintiva del oficialismo era presentar al final de cada ejercicio superávit fiscal aunque ello signifique adormecer toda inversión posible a favor de la comunidad. Las pocas obras nada tenían que ver con las necesidades esenciales de la población. El Hospital Municipal adolecía de tecnología de mediana complejidad pero al mismo tiempo se gastaban miles de dólares en reformar la terminal de ómnibus y otro tanto se invertía en la construcción de un polideportivo, que si bien era beneficioso, exhibía escasísima prioridad. Por decisión propia el distrito había optado por  resignarse hacia los beneficios de la producción primaria con escasa absorción de mano de obra lo que originaba, año tras año, concluyentes procesos migratorios de carácter expulsivo que tenía a los más jóvenes como protagonistas exclusivos. No existía empresa, fuera del rubro agrícola, con más de quince operarios y cada proyecto de inversión con intencionalidad de radicación era bastardeado hasta el hartazgo. Los que dominaban la política Ibarrense impedían el crecimiento del distrito con el objeto de seguir manteniendo una góndola repleta de mano de obra barata. Colonia Maciel no escapaba a dicho orden. El oficialismo era el estable y legal reaseguro democrático del éxito empresarial de los clanes dominantes. El estado terminaba siendo el mayor contratista de trabajadores, manteniendo de ese modo una red de clientelismo político que aseguraba una prolongada permanencia. Adosaba, al formato relatado, las usuales y nefastas prebendas, disfrazadas de ayuda humanitaria a favor de su cohorte de fieles exaltados; lo mismo daban personas físicas o entidades sin fines de lucro. La eterna subvención como forma de atraer voluntades sórdidas y fácilmente adquiribles.


El temor y la desesperación se apropiaron de Vicente Liberato a poco de recibir la citación de la fiscalía en condición de declarante. Si bien la misiva no detallaba la razón de la convocatoria estaba seguro que Mariángeles Miranda sería motivo de cuestionario. Inmediatamente de recibida la notificación se la enseñó a su amigo Joaquín Saldías y éste a su padre Mario, que a la vez era abogado.

-         No te inquietes Tano – le aseguró el legista – Yo te voy a acompañar como asesor jurídico. Quiero ver que se trae entre manos este cagatintas culorroto.
-         Gracias Mario, no esperaba menos de usted.

La indagatoria fue prudente y cordial; la estrategia del fiscal era no incomodar y presentarse como variable necesaria para dar por finalizada la investigación y archivar el legajo. El doctor Mario Saldías era ducho en estas lides no dejando hablar a su cliente. De todas formas Edgardo Romero Vizcaya consideraba que la presencia de una de las cabezas del clan podía considerarse como una declaración de principios. “Tocar a uno de los suyos, significaba tocar a todos”, pensó.
El único momento de tensión se vivió cuando surgió la cuestión de las visitas que la joven había efectuado a la sanadora María Vandor en compañía de Liberato para aliviar urgentes y delicadas curaciones. La ambigüedad de la respuesta por parte del abogado Saldías confirmó que el camino de la pesquisa era el indicado. El asesino estaba dentro de la caterva y los primeros síntomas de complicidad y encubrimiento tallaban notorios relieves. Una semana se tomó el fiscal para ordenar la información obtenida; la colaboración del médico forense Marrapodi había sido vital para reorganizar la investigación y colocarlos en las puertas de citaciones más específicas y fundamentadas. Su intencionalidad, en el corto plazo, sería la convocatoria de cada integrante del grupo para tomarle debida declaración sobre el evento que le costara la vida a la joven Miranda. Una vez finalizada la planificación futura redactaron los documentos respectivos y acordaron remitirlos dentro de las próximas cuarenta y ocho horas.



En Colonia Maciel la muerte comunicó de su existencia exhortando que resistir es tarea de anónimos y de necios. Nadie estaba dispuesto en la aldea a corregir un paisaje que los mantenía acostumbrados y sobrevivientes, arrendando cielos privados y placeres  prestados. La muerte le avisó al doctor Edgardo Romero Viscaya sobre un inesperado y prometedor ascenso dentro del Poder Judicial de la Provincia, al que fue conminado aceptar bajo amenaza de un jury de enjuiciamiento según denuncia efectuada por el doctor Mario Saldías por haber tomado declaración bajo coacción a la señora María Vandor. La muerte le avisó al joven forense, doctor Claudio Marrapodi de su nuevo destino en la conflictiva y siempre necesitada de recursos Primera Sección Electoral del conurbano bonaerense. La muerte le notificó a María Vandor sobre un inesperado y definitivo paro cardiorrespiratorio; a la familia Ballesteros le informó sobre la inmediata necesidad de un urgente proceso migratorio hacia la localidad de El Saliente. La muerte aconseja en Colonia Maciel que es mejor no desafiarla, que tiene tolerancia y paciencia, que ordena y establece prioridades, que tiene defensores y albaceas, y que gracias a ellos el legajo de Mariángeles Miranda descansa en paz, por el bien de la comunidad.



Comentarios

  1. Excelente policial Gustavo, al principio creí que estaba ambientado en los años 30 pero después me dí cuenta que es la más cruda realidad cotidiana.
    Siga así.
    Germán

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  2. gracias por su crítica. ciertamente la valoro

    un abrazo y felicidades

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  3. El asunto es que el lector se meta dentro del escritor entendiendo al medio cotidiano como un necesario inspirador de la ficción.

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